Diferente.

Tal vez sea la palabra más usada por alguien cuando intenta describir su experiencia en el templo. Ya sea que estés asistiendo a la jornada de Puertas Abierta, realizando bautismos por los muertos, recibiendo tu investidura por primera vez o regresando por centésima vez, desde el momento en que cruzas la puerta, el templo se siente distinto.

Pero esa observación lleva a una pregunta importante: ¿Diferente de qué?

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El templo se siente distinto. Imagen: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días

Generalmente, lo que se quiere decir es que hay diferencias claras entre asistir a la Iglesia el domingo y adorar en el templo.

Nos vestimos de manera distinta, aprendemos mediante símbolos y gestos diferentes, participamos en ordenanzas únicas y hacemos convenios sagrados.

Estas diferencias crean una atmósfera que puede parecer extraña al principio, aunque también revelan similitudes profundas.

Ya sea que adoremos en la capilla o en el templo, usamos ropa especial para marcar que estamos en un lugar apartado del mundo cotidiano.

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Un lugar donde adoramos con gratitud. Imagen: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días

Usamos emblemas y acciones que dirigen nuestra atención hacia el cielo. Y personas investidas con la autoridad del sacerdocio ministran ordenanzas en representación de Jesucristo que fortalecen nuestro vínculo de convenio con Él.

Sin importar el lugar, adoramos con gratitud por Su sacrificio expiatorio y nos acercamos a Él con la promesa de que Él también se acercará a nosotros.

Y sin embargo, el templo sí se siente diferente, porque actúa sobre nosotros de una manera distinta. Las Escrituras nos dan una pista para entender por qué.

El lugar donde el cielo y la tierra se encuentran

Templo de Deseret Peak.
Templo de Deseret Peak. Imagen: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días

En el libro de Éxodo, en el Antiguo Testamento, encontramos tres capítulos llenos de instrucciones detalladas dadas por Dios a Moisés sobre cómo construir el tabernáculo: una especie de templo portátil para los hijos de Israel.

Este santuario sería un lugar sagrado donde Jehová pudiera habitar entre ellos (véase Éxodo 25–27; 25:8).

En medio de esas instrucciones, hay un detalle que se repite varias veces: “Azul, púrpura y carmesí” (Éxodo 25:4; 26:31, 36; 27:16). Estos colores adornaban tanto las cortinas exteriores como el velo interior del tabernáculo.

Dios enseña por medio de símbolos. De hecho, como enseñó el élder Orson F. Whitney, los símbolos son «Su método favorito de enseñanza», porque nos invitan a pensar de forma expansiva.

Templo de Mendoza, Argentina
Templo de Mendoza, Argentina. Imagen: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días

Estos tres colores —azul, púrpura y carmesí— son mucho más que decoración. En la simbología, el azul se asocia con el cielo (por el color del firmamento), y el rojo con la tierra, especialmente en regiones desérticas.

Cuando estos dos colores se mezclan, producen el púrpura. Así, las telas del tabernáculo representaban que ese lugar era el punto donde el cielo y la tierra se encuentran, se mezclan y se abrazan.

El templo —como casa del Señor— es ese espacio sagrado donde la humanidad y la divinidad entran en una relación de convenio.

Cómo nos transforma el templo

Templo de Casper Wyoming. Imagen: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días

Cuando cruzamos el umbral hacia el templo, ese espacio simbólicamente púrpura, dejamos atrás muchas de las tensiones de la vida mortal. El ruido disminuye. El tiempo parece ir más lento. Todo está en orden. No hay caos, prisas ni desorden. En su lugar, reina la paz.

Incluso antes de participar de alguna ordenanza formal, nuestros movimientos se vuelven más conscientes y reverentes. Sentimos el amor del Señor. Nos damos cuenta de que estamos en un lugar que no es como los demás.

Templo Salta Lake City, Utah Imagen: Canva
Templo Salta Lake City, Utah Imagen: Canva

Y eso es precisamente lo que hace especial la adoración en el templo: es una experiencia interactiva con la Divinidad en el entorno más sagrado. Allí, el Señor nos moldea suavemente en lo que deseamos llegar a ser: hijos e hijas del convenio que procuran amar a Dios y amarse unos a otros.

Cada visita al templo nos sumerge nuevamente en la forma de vivir y amar de Cristo, enseñándonos a través de símbolos, revelación y repetición santa. Y por eso, nuestro profeta puede prometernos con certeza que la adoración en el templo “bendecirá tu vida de formas que ningún otro tipo de adoración puede hacerlo” (Presidente Russell M. Nelson).

Fuente: LdsLiving

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