Esta es la historia de Holly y su esposo, ambos adoptaron a varios niños durante su vida. Ellos sintieron la fuerte impresión del Espíritu de adoptar a tres niñas de África en 2006. Holly sintió que su familia estaba a punto de crecer una vez más, hasta que un giro devastador hizo que Holly cuestionara su fe y confianza en el Espíritu.
A continuación, compartiremos una adaptación de su historia.
Cuando mi esposo y yo decidimos adoptar, siempre consultamos con el Señor y recibimos confirmación.
Creo que mi esposo diría que si hubiéramos adoptado a todos los niños que yo sentí que se adaptarían a nuestra familia, probablemente tendríamos 50.
No tenemos tantos, pero siempre recibimos la confirmación de que era el momento de adoptar. Esa fue una de las cosas en las que confié, el sentimiento de confirmación del Espíritu de que estos eran los niños que debían estar en nuestro hogar.
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Entonces, en 2006, tuvimos la impresión de viajar a África para adoptar. Sentimos que era el momento de recibir nuevos miembros en nuestra familia.
Hicimos todo el papeleo, mi esposo se quedó en casa y yo viajé con una de mis hijas adolescentes para hacer esta adopción.
De hecho, pasamos muchos meses allí y encontramos a tres niñas. Una estaba en un orfanato y dos fueron abandonadas en un hospital. Las adoptamos legalmente.
Conseguimos certificados de nacimiento y pasaportes a nombre de Richardson. Los tribunales dejaron a las niñas bajo mi custodia y comencé a cuidarlas mientras aún estábamos en el resto del proceso legal y judicial.
Me encariñé muy rápido de estas niñas.
El último paso del proceso de adopción era ir a la embajada de Estados Unidos y obtener las visas para llevar a las 3 pequeñas a casa en los Estados Unidos. Fuimos a la embajada y nos rechazaron.
Primero dijeron: “Tenemos que ir a verificar de dónde provienen estas niñas”.
Así que revisamos toda la información que teníamos. Revisamos el informe policial acerca de donde fueron abandonadas las niñas y proporcionamos toda la documentación y, luego, nos pidieron otras cosas. No podíamos entender qué sucedía y comenzó a ser preocupante.
Un día el servicio para niños del país, llegó al departamento en donde mi hija y yo nos estábamos quedando y nos dijeron que venían a llevarse a las niñas.
Dos de las niñas eran recién nacidas, una de ellas tenía solo tres meses, eran casi de la misma edad. Yo las cuidé todo el tiempo, al menos un par de meses. Luego, estas personas aparecen y dicen: “Estamos aquí para llevarnos a tus bebés”. Yo no podía creer lo que estaba sucediendo.
Ellos simplemente dijeron: “Bueno, sabemos que tienes problemas con la embajada de Estados Unidos, así que ve a Estados Unidos y resuelve esos problemas, nosotros nos ocuparemos de las niñas aquí”.
Me quedé atónita. No lo podía creer. Realmente fue traumático y muy triste.
Ahí estaba yo, tratando de tener fe, siguiendo al Espíritu y no funcionó.
Estaba impactada y sentí mucho dolor. No sentí al Consolador, no me sentí apoyada. De hecho, me sentí traicionada por Dios. Él me llevó tan lejos y, luego, no me permitió llevar a estas pequeñas a casa.
Sentí que me encontraba en un momento en el que debía decidir si continuar con mi fe o no. Debatí un poco sobre si esta sería la última gota que rebalsaría el vaso porque ya habíamos pasado por cosas realmente difíciles. Podría haber dicho: “Está bien, ya me cansé. Estoy fuera”.
Esto sucedió en 2007, tenía una computadora portátil y un CD del Coro del Tabernáculo de la Manzana del Templo.
Mientras escuchaba “Qué firmes cimientos”, me quedé reflexionando en la última estrofa, que dice:
“Al alma que anhele la paz que hay en mí,
no quiero, no puedo dejar en error;
yo lo sacaré de tinieblas a luz,
y siempre guardarlo, y siempre guardarlo,
y siempre guardarlo con grande amor”.
Repetí esa estrofa. Esa música ayudó a calmar mi alma, fue muy relajante. Me senté, escuché el himno y comencé a llorar.
Hice el compromiso de nunca alejarme de Dios, sin importar lo difícil que fuera vivir el evangelio. Ese fue mi momento de elección. Esa música me ayudó a elegir la fe.
Fuente: LDS Living