“¿Cómo podríamos ayudar a un misionero retornado que se ha alejado completamente de la Iglesia? ¿Hay esperanza para ellos?”
Mis hijos misioneros retornados, que nunca en sus vidas han alejado de la Iglesia, han tomado la decisión de permanecer inactivos justo después de regresar de sus misiones.
Ambos ya no me escuchan y piensan que pueden probar sus límites por un tiempo sin que tenga ningún efecto en sus testimonios.
Soy converso. Mi esposa y yo siempre hemos estado activos, servido fielmente, hacemos nuestras noches de hogar, nuestras oraciones personales y familiares, y estudiamos las Escrituras de manera personal y familiar.
Mis hijos han tenido llamamientos, han asistido al FSY, se han graduado de sus clases de Seminario, Han hecho su historia familiar, tienes sus bendiciones patriarcales y todas las demás ventajas que un buen joven Santo de los Últimos Días puede tener.
Ambos piensan que pueden permanecer inactivos sin que su testimonio o su fe tengan efectos perjudiciales. Sin embargo, no tienen ningún compromiso para edificar el reino.
Me pregunto si puedo compartir con ellos los efectos de la inactividad, cómo una persona se debilita poco a poco hasta caer en el estado de apostasía total.
Respuesta
Hay muchos miembros que sienten que pueden tomarse unas “vacaciones” de las actividades de la Iglesia y luego poder regresar cuando hayan descansado o se hayan “divertido”.
De lo que no se dan cuenta es de que desarrollan hábitos que se vuelven muy difíciles de romper. Cuanto más tiempo estén inactivos, es menos probable que vuelvan a la actividad total.
Una de las grandes parábolas que nos dio el Señor es la de las “Diez Vírgenes”.
Cinco eran sensatas y estaban preparadas para recibir al Novio.
Cuando se despertaron por el clamor que anunciaba la llegada del novio, ellas tenían suficiente aceite para mantener sus lámparas encendidas.
Estaban activas, habían guardado los mandamientos continuamente y habían recibido todas las ordenanzas salvadoras. Ellas “arreglaron sus lámparas” y entraron a las bodas cuando Él vino.
Las cinco mujeres insensatas tuvieron que ir en busca de más aceite para sus lámparas.
No estaban activas, tenían que arrepentirse de sus pecados y tratar de recibir las ordenanzas que no habían recibido. No estaban preparadas, ni eran dignas por lo que no estaban allí cuando llegó el Salvador y comenzó la boda.
Cuando finalmente regresaron con el aceite en sus lámparas, la puerta estaba cerrada y no podían ser admitidas.
En Mateo 25, leemos:
“Y después vinieron también las otras vírgenes, diciendo: ¡Señor, Señor, ábrenos! Mas respondiendo él, dijo: De cierto os digo que no os conozco. Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir”.
Cada uno de nosotros, incluidos nuestros hijos, debemos estar preparados cada día, ya que no sabemos cuándo volverá el Salvador. No podemos decir que nos arrepentiremos y volveremos a la actividad total en la Iglesia en ese momento, porque ya será demasiado tarde.
La puerta se cerrará y Él dirá: “No te conozco”.
Hay quienes han estado activos y han servido durante muchos años en la Iglesia y sienten que el Señor recordará todo lo que han hecho en el pasado, que aún serán recompensados por todo el bien que han hecho y serán invitados a la boda.
En el capítulo 3 de Ezequiel, el profeta Ezequiel nos dice que esto no es así con la siguiente afirmación:
“Y si el justo se aparta de su justicia y comete iniquidad… en su pecado morirá, y sus justicias que había hecho no serán recordadas; mas su sangre demandaré de tu mano”.
Así como el “Buen Pastor” dejó a las noventa y nueve para ir en busca de la oveja perdida, necesitamos ayudar a los que se han descarriado.
Con amor en nuestro corazón, debemos orar por ellos, ayudarlos a darse cuenta de la importancia de “perseverar hasta el fin” y ayudarlos a recuperar su testimonio del Evangelio y del Señor Jesucristo.
Esto se puede lograr mejor a través del amor, con preocupación sincera por su bienestar y ayuda cuando sea necesario, y no discutiendo ni contendiendo.
Nunca debemos darnos por vencidos o pensar que alguien sea ha perdido o ya no se le puede ayudar. Mas bien, debemos confiar en el Señor y convertirnos en un instrumento en Su mano para traerlos de regreso al redil.
Vivir el evangelio es un esfuerzo de toda la vida que requiere práctica, esta práctica viene con recordar o volver aprender principios sencillos del evangelio, al igual que una persona que recién comienza a conocer la Iglesia.
Participar activamente como Santos de los Últimos Días nos ayudará a estar mejor preparados para las circunstancias cambiantes de la vida, sean cuales sean y lo serias que sean. Nuestro ejemplo y nuestro amor será el mejor estandarte de luz para aquellos que se han alejado de la Iglesia.
El élder Dieter F. Uchtdorf, del Cuórum de los Doce Apóstoles, expresó que para los que creen que están demasiado lejos del perdón y la gracia todavía hay esperanza:
“Quizás estén pensando: “He cometido errores en mi vida. No sé si algún día podría sentir que pertenezco a la Iglesia de Jesucristo. Dios no podría interesarse por alguien como yo”.
Jesús el Cristo, aunque es “el Rey de reyes”, el Mesías, “el Hijo del Dios viviente”, se preocupa profundamente por todos y cada uno de los hijos de Dios.
Se preocupa independientemente de la situación de cada persona: Durante Su vida terrenal, el Salvador ministró a todos: a los felices y exitosos, a los quebrantados y perdidos, y a aquellos sin esperanza.
A menudo, las personas a las que Él servía y ministraba no eran personas importantes, hermosas ni ricas. A menudo, las personas a las que Él levantaba no tenían mucho que ofrecer a cambio, excepto gratitud, un corazón humilde y el deseo de tener fe.
Si Jesús dedicó Su vida terrenal a ministrar a los “hermanos más pequeños”, ¿no los amaría hoy? ¿No hay un lugar en Su Iglesia para todos los hijos de Dios? ¿Aun para aquellos que se sienten indignos, olvidados o solos?
No hay un umbral de perfección que deban alcanzar para ser merecedores de la gracia de Dios. No hace falta que sus oraciones sean fuertes, elocuentes o gramaticalmente correctas para llegar al cielo”.
A pesar de las circunstancias, no podemos ir en contra del albedrío de otra persona, a pesar del amor que le tengamos o de lo mucho que nos duelan sus decisiones.
Sin embargo, así como el padre del hijo pródigo podemos seguir siendo fieles, confiando en que un día aquel hijo que se ha descarriado, aquella hija que se ha alejado, regrese una vez más al redil del Señor.
“Ruego que ustedes y yo recibamos revelación para conocer la mejor manera de ayudar a aquellos en nuestra vida que se han descarriado y, cuando sea necesario, tener la paciencia y el amor de nuestro Padre Celestial y de Su Hijo Jesucristo, en tanto que amamos, observamos y esperamos al [hijo] pródigo”. -Brent H. Nielson, “A la espera del hijos pródigo“
Fuente: askgramps.org