Indignación, intolerancia, prejuicios y fanatismo.
Toda esa mezcla de sentimientos negativos ha generado una fotografía que viene circulando en redes sociales: se trata de un grupo de musulmanes adorando —bajo sus propias tradiciones— en un centro de reuniones de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
Pero la polémica se centra en un detalle particular: un cuadro, que muy probablemente es de Jesucristo, ha sido tapado con telas blancas. Sí, en el centro de oración del Salvador, su rostro es oculto.
Muchos aseguran que es una conducta que no se debería permitir ni aceptar bajo ninguna circunstancia. Otros, tristemente, aprovechan para esparcir un odio generalizado contra nuestros hermanos musulmanes; y aunque no hay un pronunciamiento oficial de la Iglesia, ¿se imaginan cómo reaccionaría el Salvador?
No seas como los fariseos
Siento que aquellos que están buscando desesperadamente en el Manual General una pauta para condenar esta situación, están actuando como los escribas y fariseos que usaban la ley de Moisés para criticar, burlarse y apedrear a quienes eran diferentes.
Pero Jesucristo siempre utilizó el amor, la inclusión y la misericordia como la base de Sus enseñanzas:
“En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis amor los unos por los otros” (Juan 13:35).
En lugar de indagar en normas institucionales, me gustaría recordar la tierna y audaz manera en la que Ammón compartió el evangelio con el rey Lamoni (Alma 18).
Este último era lamanita; es decir, no creía en Dios. Su fe se limitaba a la existencia de un “Gran Espíritu”. Y así se lo hizo saber a Ammón, quien en lugar de invalidar su fe, tuvo la humildad de escucharle y explicarle sobre su Padre Celestial bajo sus creencias.
No impuso el título de Dios por encima de aquel “Gran Espíritu” en el que el rey creía. No insistió en que usaran el nombre de Jesucristo hasta que estuviera listo para oírlo.
Los musulmanes no creen en Jesucristo. Y forzarlos a realizar sus adoraciones junto a un cuadro del Salvador no va a cambiar mágicamente su fe. Ellos no taparon la pintura porque niegan la divinidad de Cristo, sino porque —sencillamente— no creen en ídolos, santos o imágenes.
Si bien para nosotros los cuadros son solo representaciones y arte que valoramos —pero no rendimos culto—, en los centros de adoración musulmanes no hay ningún tipo de imágenes, ni siquiera de sus propias creencias. Ellos tan solo acondicionaron el salón a sus propias tradiciones. No tacharon el cuadro ni lo tiraron. No fue un ataque personal al Salvador.
Nuestros hermanos musulmanes todavía tienen que aceptar al Salvador. Y una imagen de un Dios que no adoran no los convertirá, pero quizá sí pueda persuadirlos la manera en cómo Sus seguidores los tratamos.
Su casa es para todos
Jesucristo no echó a los mercaderes y cambistas del templo porque practicaban una religión diferente, sino porque buscaban lucrar con Su santa casa. De hecho, Él enseñó:
“Mi casa, casa de oración será llamada para todas las naciones” (Marcos 11:17).
No puso límites sobre quiénes podrían ingresar; por el contrario, invito a que, literalmente, cada persona en el mundo sea libre de adorar.
Aunque doctrinalmente el Islam y La Iglesia de Jesucristo tienen diferencias importantes, también compartimos valores y un estilo de vida que reflejan nuestro amor por Dios y por nuestros semejantes. La propia Iglesia publicó un folleto en el que explica la relación entre ambas religiones, y el respeto mutuo que guardamos.
Utilizar una fotografía fuera de contexto para atacar a personas con una fe distinta por tapar un cuadro de Cristo no nos convierte en discípulos ni defensores del Salvador.
Son los actos de hospitalidad y tolerancia hacia quienes piensan diferente los que nos acercan a Él.
Al Príncipe de Paz.
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