Este mensaje nace de la experiencia de un terapeuta que ha trabajado durante años con hombres que han causado un daño profundo en la vida de otros. Él es proveedor de tratamiento para quienes han cometido graves actos de abuso, y también ha acompañado en su proceso de recuperación a personas que han sido víctimas de traumas intensos y dolorosos.
En medio de realidades difíciles, ha sido testigo del poder de la expiación de Jesucristo. Ha visto cómo la gracia de Dios puede obrar sanaciones reales, incluso en los casos más extremos.

Con el tiempo, su perspectiva del mundo cambió. Donde antes veía el bien y el mal como dos bandos claros, ahora ve personas heridas. Algunas logran sanar, otras se rinden ante el dolor, y muchas más simplemente intentan sobrevivir. A estas últimas se dirige este mensaje: a las víctimas de abuso, a quienes sienten que sobrevivir no es suficiente, y a todos los que anhelan alivio, paz y sanación real.
El terapeuta siente una responsabilidad profunda de compartir lo que ha aprendido. Todos los días observa lo que ocurre cuando una persona no encuentra sanación: el dolor no resuelto puede llevar a repetir ciclos de daño. Por eso, hablar de sanación es urgente. Porque sí, sanar es posible. ¿Por medio de qué poder? El mismo que hizo ver a los ciegos y limpió a los leprosos. ¿Por medio de quién? Jesucristo, el Hijo de Dios. Es por Su nombre, y a través de Su expiación, que la sanación no solo es posible: es una promesa real.
Según su experiencia, hay tres pasos espirituales que permiten abrir la puerta a esa sanación: creer, crecer y perdonar.
1. Creer

Hay una gran diferencia entre creer en Cristo y creerle a Cristo. Lo primero es aceptar que vivió, murió y resucitó. Lo segundo es confiar en que lo que dice es verdad, incluso cuando declara: “Puedo sanarte”. Muchas personas creen en Él, pero suponen que esas promesas son para otros.
Sin embargo, si Cristo es todopoderoso, entonces puede sanar. Si todo lo sabe, entonces sabe cómo sanar a cada persona de forma única. Si está presente en todo momento, entonces está disponible ahora mismo. Y si todo lo ama, entonces también desea sanar.
Para quienes no saben cómo empezar, este terapeuta propone un ejercicio: actuar como si ya se creyera. Preguntarse: “¿Qué pensaría, sentiría o haría si realmente creyera que Cristo puede sanarme?” Luego, ponerlo en práctica. Con el tiempo, muchos descubren que este pequeño acto de fe puede abrir la puerta a grandes cambios.
2. Crecer

En psicología existe el concepto de crecimiento postraumático, que se refiere a los cambios positivos que pueden surgir luego de una experiencia difícil. Para este terapeuta, este principio refleja una verdad espiritual: la expiación transforma y fortalece.
El trauma trae caos, pero Dios crea desde el caos. Tal como al inicio del mundo, Él puede convertir la oscuridad en luz y crear belleza a partir de las cenizas (Isaías 61). Muchas personas esperan una sanación total “algún día”, y se amargan por no haberla recibido todavía. Pero la sanación no es un evento único. Es un proceso que ya está ocurriendo, incluso si no se nota de inmediato.
Un ejemplo poderoso es la mujer que sufrió por 12 años una enfermedad. El milagro no fue solo su sanación, sino su perseverancia diaria. No perdió la fe. No dejó pasar la oportunidad cuando Cristo estuvo cerca. Fue sostenida día a día por la gracia, hasta que llegó su momento.
La amargura puede nublar esta verdad. Puede hacernos ciegos ante las pequeñas gracias que nos sostienen. Pero si en vez de alimentar el resentimiento elegimos crecer, abrimos espacio para una sanación más completa.
3. Perdonar

Este paso es quizá el más desafiante. El terapeuta ha escuchado respuestas muy diversas al preguntar a las víctimas si han considerado perdonar. Algunas reaccionan con enojo. Y es comprensible.
Perdonar no significa justificar ni minimizar lo ocurrido. Como le dijo una vez el padre de una víctima de asesinato:
“No se puede fingir el perdón.” Sin embargo, por difícil que sea, sigue siendo esencial.
La hermana Kristin M. Yee, líder de la Sociedad de Socorro, compartió que sufrió abuso emocional en su infancia. No logró encontrar paz hasta que entendió que “el mismo Hijo de Dios que expió por mis pecados es el mismo Redentor que también salvará a quienes me han herido profundamente.” No se puede creer solo en parte de la expiación.
El perdón es un proceso. No es necesario estar listo para completarlo, solo tener el valor de comenzar. Si aún no se puede perdonar al agresor, puede empezar por perdonar a quienes fallaron en proteger. A autoridades, padres, maestros. Y también a uno mismo.
El presidente Russell M. Nelson enseñó que si buscamos sinceramente a Cristo, Él nos dará el don de amar incluso a quienes nos han herido y el poder de perdonar, incluso sin una disculpa. Entonces, el dolor dejará de infectar el alma.
Este terapeuta concluye con una invitación sincera: buscar a Cristo en el proceso de sanación. Ha visto lo que ocurre cuando las personas intentan sanar sin Él. Testifica que Jesucristo no solo es el Salvador. También es el Sanador. Y la única manera de sanar por completo es a través de Él: al creer, crecer y perdonar.
Fuente: Meridian Magazine