La historia que estoy a punto de contar es una crítica hacia mis propias debilidades y deficiencias. Te pido que la leas toda la historia para que puedas aprender de mis errores y saber lo que, al final, significaron para mí la mueca y la sonrisa de un presidente de estaca.
No hace mucho, nos mudamos a una nueva estaca. Al llegar a la Iglesia, vimos a un hombre sentado en el estrado con un expresión muy seria, que luego se transformó en una especie de mueca a medida que avanzaba la reunión.
Al principio pensé que su ceño fruncido podría haber sido para los discursantes, que no estaba teniendo un buen día, o que tal vez él solo era un cascarrabias.
No tenía ni la menor idea. No sabía nada del hombre, solo lo que podía ver en el exterior. Pero a medida que la reunión continuaba, me di cuenta de que ese hombre era el presidente de nuestra estaca.
Recuerdo haber pensado, “¿qué le pasa a este hombre y por qué el líder espiritual de tantas personas se ve tan infeliz?”, después de todo, como dicen algunos… “si el evangelio te hace feliz … entonces debes avisárselo a tu cara”.
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Traté de frenar mis pensamientos de crítica y pensé que tal vez él tenía muchas cosas en la cabeza ese día. Le dije a mi esposa que algún día me gustaría conocer de verdad a ese hermano para determinar cómo es en realidad.
Por lo general, cuando conoces a alguien, descubres que tus juicios superficiales iniciales estaban muy lejos de la verdad. Lo sabía y quería que mis sentimientos cambiaran.
Bueno, pasaron unos meses y el presidente de estaca realizó algunas visitas más en nuestras reuniones de barrio. En cada ocasión, su comportamiento seguía siendo el mismo… y en cada ocasión, me preguntaba el por qué de su cara larga.
Otro día, estaba de pie en el vestíbulo conversando con un par de chicos. Salió de una reunión del salón de la Sociedad de Socorro con uno de sus consejeros, y cuando alcé la mirada, vi la misma expresión en su rostro. Decir que era una mueca es la mejor forma de describirlo. Pero también noté una leve cojera, una que estaba tratando de ocultar.
Un par de semanas después, tuvimos el bautismo de alguien que estaba dentro de los límites de nuestro barrio. Fue un pequeño bautismo, solo algunos familiares y unos pocos amigos.
Para mi sorpresa, el presidente de estaca se presentó con su esposa al bautismo de ese sábado. No es con frecuencia que un presidente de estaca asista al bautismo de un barrio debido a su apretada agenda.
Él tenía esa mismo gesto en su rostro. No mostraba muchas emociones o una variación en sus expresiones faciales. Pero cuando se le dio unos minutos para compartir un mensaje al final de la reunión, se levantó lentamente de su silla.
La mueca en su rostro permaneció intacta, pero la emoción en su voz empezó a sentirse cuando comenzó a dar su testimonio. Sus palabras no eran comunes. Se sentía como si necesitara compartir su corazón en esa reunión.
Sus palabras, y el espíritu con el que fueron dichas, traspasaron mi alma mientras estaba allí sentado deseando haber tomado mejores anotaciones de lo que dijo, deseando haber aplicado más plenamente el consejo que le dio a Samuel cuando el Señor le dijo:
“No mires a su parecer ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que el hombre mira, pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón”. -1 Sam 16: 7
Me pregunté … mientras estaba sentado en aquel bautismo: “¿He juzgado erróneamente a este hombre basándome en sus expresiones?”.
Su rostro permaneció tenso, pero sus palabras y su alma parecían abrazarme de una manera que solo el Salvador podía lograr. Terminó su testimonio, se sentó, la reunión terminó, y silenciosamente salió cojeando de la habitación sin ninguna fanfarria.
Pasaron algunas semanas más y recibí un mensaje de texto de alguien en la estaca preguntándome si podía reunirme con la Presidencia de estaca el próximo domingo. Sabía que no era para un llamamiento basándome en la naturaleza del mensaje de texto y el hecho de que acababa de recibir otro llamamiento. También sabía que uno normalmente no se reúne con los tres miembros de la presidencia para recibir un llamamiento.
Cuando entré a la oficina de la presidencia de estaca, vi dos caras sonrientes, la del primer y el segundo consejero, que se levantaron y me estrecharon la mano. El presidente de estaca permaneció sentado en su silla con una mueca, y cuando estreché su mano, pude ver que intentaba forzar una sonrisa y me pregunté de qué se trataría todo esto.
El segundo consejero ofreció una oración para comenzar la reunión, y cuando abrí los ojos al final de esa oración, pude ver al presidente de estaca tratando de acomodarse a un lado de la silla.
Parecía como si estuviera tratando de quitar el peso de ese lado de su cuerpo. Pensé que tal vez se habría lastimado la pierna, o tenía algunos problemas de espalda, o tal vez estaba teniendo problemas con su nervio ciático. Aquella mueca parecía representar un dolor constante.
Estábamos solo los cuatro en esta sala cuando el presidente comenzó a hablar. Me habló de su gran deseo de cumplir con la obra misional y de que esta estaca sea un lugar al que los misioneros quieran venir y servir. Un lugar donde los miembros se acercan con amor a otros miembros de la comunidad para compartir la bondad del evangelio con ellos y sus familias.
Comenzó a expresar culpa, remordimiento y ansiedad por no haber hecho lo suficiente por dirigir los esfuerzos misionales en la estaca. Su humildad y amor por el evangelio comenzaron a apoderarse de mí. La mueca en su rostro permaneció. Pero el amor en su corazón se hizo más grande. Y el amor en mi corazón por este hombre creció.
Entonces, ¿por qué estaba yo en esa reunión? Yo era un miembro relativamente nuevo y desconocido de la estaca.
Él había escuchado que yo había ayudado a otros barrios y estacas de todo el país a mejorar sus esfuerzos misionales y de ministración utilizando métodos y herramientas en línea.
Cuando escuché esto, me sorprendió. Me quedé impactado porque lo había escuchado hablar anteriormente sobre su miedo a los efectos de la tecnología y las redes sociales. Pensé que sería la última persona con la que querría hablar.
Incluso en aquella reunión juntos, él confirmó su temor por lo que las redes sociales les están haciendo a los jóvenes y adultos. Pero aun sentado en esa reunión, reconoció abiertamente que necesitábamos usar cualquier herramienta disponible para convertirnos en una fuerza para el bien y seguir el ejemplo de los apóstoles al hacerlo.
A su edad, expresó su deseo de ser abierto y receptivo a cómo las herramientas digitales pueden ayudar a edificar el reino. Había casi desesperación en su voz. Una urgencia en su alma. Como si sintiera la necesidad de apresurar la obra. Por acelerar su obra. Por oponerse a la oscuridad con una marea desbordante de mensajes de bondad.
Es cierto que no tenía ningún deseo de aprender a usar la tecnología y las redes sociales y estaba preocupado por aventurarse en un nuevo territorio, pero si eso podía ayudar a la obra misional en la estaca o en la Iglesia, él haría lo necesario. Su humildad y franqueza me asombraron.
No hubo un injusto domino. Ni demostración de superioridad. Ni complejos de liderazgo. Todo se trataba de la obra. Vi a un hombre que buscaba la voluntad de Dios en todos los sentidos. La reunión continuó, la presidencia hizo algunas preguntas más, hablaron juntos en consejo y luego me dejaron ir.
Unas semanas después, terminé sentado junto a este presidente de estaca durante una reunión sacramental. La reunión terminó con el tiempo. Algunas de las historias desde el púlpito ese día se volvieron un poco incómodas.
Cuando todos se levantaron después del último “Amén” y comenzaron a conversar entre ellos después de la reunión, me quedé sentado junto al presidente de estaca. Él no se puso de pie. Simplemente se sentó en silencio.
Me senté allí con él sintiéndose un poco incómodo por cómo terminó la reunión de la Iglesia y le hice un comentario sal respecto.
Y luego, como si el tiempo se hubiera detenido y fuéramos las únicas dos personas en la capilla, me miró, sonrió y dijo: “¡Qué reunión tan maravillosa tuvimos hoy!”.
Su simple declaración me tocó el alma.
Esa fue la última vez que vi al presidente. Esa reunión fue solo unas pocas semanas antes de que el COVID cerrara todo.
Pero a las semanas siguientes recibí un correo electrónico de él al igual que el resto de la estaca.
El asunto era: “Mi testimonio”
En el correo electrónico decía:
“Ha sido mi deseo mejorar y estar ante las congregaciones de esta Estaca y testificar de la bondad de Cristo. Como las reuniones de la Iglesia se reanudarán pronto, es probable que no pueda asistir, estar de pie y testificar lo que deseo y lo que el Espíritu me impulse a decir. Por eso les comparto mi testimonio de Cristo en este correo electrónico. Los amo con todo mi corazón”.
Al final, utilizó la tecnología para dar su último testimonio a los miembros de su estaca. El resto del correo electrónico me hizo sentir como si estuviera sentado a los pies de un rey Benjamín moderno. Como Nefi o Pablo, comencé a reflexionar sobre mi propia actitud. Cómo había juzgado erróneamente a este hombre sin siquiera conocerlo.
Poco después de que su correo electrónico enviado a los miembros de la estaca, falleció. No tenía idea de lo que estaba pasando. Más tarde supe que había estado luchando contra el cáncer durante muchos años.
“Durante los últimos seis años he vivido de bendición en bendición del sacerdocio”, mencionó en su correo electrónico.
El cáncer crecía en su espalda y le causaba un dolor inimaginable mientras se sentaba y cargaba con las diversas responsabilidades de la Iglesia que tenía los domingos u otro día de la semana.
Y, sin embargo, ahí estaba yo, sentado en la congregación, juzgando ignorantemente a un hombre por el gesto en su rostro. Una mueca a menudo causada por un cáncer que crecía dentro de él y la idea de su inminente fallecimiento.
Nunca olvidaré la mueca y la sonrisa de este presidente de estaca. Ha llegado a representar todo lo que está mal en mí y con toda la humanidad.
Juzgamos a las personas sin conocerlas, quiénes son, de dónde vienen o por lo que están pasando. Saltamos a conclusiones basadas en nuestro propio juicio en lugar de llegar a conclusiones de misericordia y comprensión. Observamos la apariencia externa que nos hace olvidar lo que hay en el corazón de muchos de nuestros hermanos y hermanas.
Su mueca, por un lado, representaba a un hombre bueno hasta la médula, que pasó los últimos años de su vida con un dolor inmenso, con la mano en el arado mientras cumplía su compromiso y servicio al Señor. Apretó los dientes, ocultó su dolor y se puso a trabajar hasta que terminó su obra. Le dio todo al Señor y una mueca en u rostro fue la única evidencia externa de su dolor.
Su sonrisa, por otro lado, representó uno de los mayores reproches de mi vida adulta. De la manera más sencilla, su sonrisa tranquila y sus palabras de misericordia hacia los participantes de una reunión de la Iglesia me enseñaron a ver lo bueno en cada persona y en cada situación en lugar de encontrar lo malo o juzgar injustamente.
No estaba tratando de reprenderme. Realmente estaba tratando de encontrar lo bueno en cada circunstancia y persona a la que estaba llamado a servir. Si no hubiera podido conocer a este hombre y aprender lo que había en su corazón, podría haber continuado con mis juicios ignorantes de las apariencias externas.
¿Cuál es el punto de escribir esto?
Es para ayudar a que alguien no sea como yo. Ver siempre a nuestros hermanos y hermanas de la manera más misericordiosa.
Darle a cualquiera que conozcamos el beneficio de la duda y entender que esa persona puede estar pasando por algo que apenas podemos imaginar.
Entender que detrás de cada mueca hay una historia, y si aprendemos esa historia, probablemente terminaremos amando a esa persona por lo que es y por lo que está pasando.
Una de las últimas cosas que me transmitió este presidente de estaca fue su deseo de aprender cómo hacer la obra misional de manera digital y ayudar a otros miembros de la Iglesia a compartir mensajes de bondad con las herramientas que tenemos frente a nosotros.
Me dijo que estaba ocupado planeando la conferencia de estaca, pero que redoblaría su esfuerzo en la obra misional una vez terminada la conferencia de estaca.
Sabía muy poco de tecnología o de Internet, pero ahora su ejemplo para mí está ahí para que el mundo vea a través de la misma tecnología que él quería entender y utilizar para la obra misional y la ministración en su estaca. La historia detrás de su mueca y el poder detrás de su sonrisa cambió mi vida para siempre.
Espero, y estoy seguro de que él espera, que esto bendiga al menos la vida de una persona.
Esto es para ti, presidente. Que su testimonio llegue de manera virtual a las millones de personas de esta tierra que necesitan escucharlo durante estos tiempos tan desafiantes.
Fuente: gregtrimble.com