Tenemos un Dios amoroso y lleno de bondad que no nos abandona, que está ahí cuando más lo necesitamos… solo tenemos que abrir la puerta y dejarlo entrar.
Un ramo de flores nunca ha sido un regalo práctico. Cortamos algo hermoso, lo ponemos en un jarrón con agua para alargar su vida, y luego lo presentamos como un símbolo de afecto, es algo un tanto extraño si te pones a pensarlo.
Las flores nunca duran más de una semana o dos y a menudo generan un gran desorden ya que los pétalos y el polen caen en la superficie de donde se encuentran.
Aún así, siempre me ha encantado recibir flores. Creo que la naturaleza temporal y algo frívola del regalo es lo que lo hace especial. Me conmueve que alguien me de algo hermoso incluso cuando la persona que lo obsequia sabe que no durará mucho ni servirá para un verdadero propósito.
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El pasado abril, mi abuelo falleció. Muchos de mis familiares y amigos enviaron hermosas flores cuando escucharon la noticia, pero el arreglo que más significó para mí fue entregado solo a unas horas después de su muerte. Era un pequeño ramo de flores marchitas, unido por una liga marrón, pero a mis ojos, fue un recordatorio personal del amor de Dios.
Mi abuelo había sufrido de Parkinson durante muchos años. Su muerte fue un proceso largo y doloroso, y mi familia estaba exhausta por todo el cuidado y atención que él había necesitado. Debido a que él había vivido con nosotros durante los últimos años de su vida, mis hermanos y yo éramos muy cercanos a él.
El refrigerador siempre tenía helado de chocolate cuando el abuelo estaba con nosotros porque, en la mente de mi abuelo, nunca debería haber un límite para la cantidad de helado que podías comer, especialmente con sus nietos.
Y cuando eso era lo único que podíamos convencerlo de comer en sus últimos días, nos sentábamos y comíamos helado con él.
El día que murió, yo estaba en la universidad. Mi mamá me dijo que había fallecido en la mañana. A pesar de lo anormal que se volvió mi día después de eso, tuve que seguir con mi día, ocupada con clases y trabajo.
No le dije nada a nadie sobre su muerte, prefería ocultar mi dolor en lugar de tener que hablar de ello. Logré terminar mi día, pero para la noche terminé emocionalmente exhausta.
Tan pronto como entré a mi departamento esa noche, mis ojos se llenaron de lágrimas. Unos minutos después de cerrar la puerta detrás de mí, escuché un suave golpe. Dudé si debía contestar o no, pero cuando el suave golpe se repitió, abrí la puerta.
En mi puerta estaba una de mis hermanas ministrantes con un ramo de narcisos un tanto marchitos unidos con una liga marrón.
Antes de que pudiera hablar, ella comenzó a disculparse. Dijo que tenía la intención de dejarme las flores hace días, pero debido a que no le había sido posible, se marchitaron.
Ella había dudado en traerlas en su estado caído pero para mí, esas flores no podrían haberse visto más hermosas. Ella ignoraba por completo que mi abuelo había fallecido esa mañana y, sin embargo, las flores llegaron exactamente en el momento que las necesitaba.
A mis ojos, esas flores fueron una respuesta directa del Padre Celestial. Nunca le había dicho a mi hermana ministrante lo mucho que amo las flores, pero el Padre Celestial lo sabía. Esas flores eran una evidencia de que Él estaba al tanto de la situación de mi familia y eso fue suficiente para sentirme consolada.
No recibí ningún tipo de instrucción sobre lo que sucedería después, pero sabía que no tendría que pasar por eso sola.
Con las flores en la mano, se me vino a la mente dos versículos de 3 Nefi 13:
“Considerad los lirios del campo cómo crecen: No trabajan, ni hilan… Porque vuestro Padre Celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas” -3 Nefi 13:28, 32
Creo en un Dios tan amoroso y cercano, que me regala flores, que no nos abandona, que está ahí cuando más lo necesitamos… solo tenemos que abrir la puerta y dejar entrar para poder recibirlas.
Fuente: ldsliving.com