Con tanto tiempo asistiendo a las reuniones de la Iglesia por medio de Zoom o Google Meet, confieso que he tenido una gran dificultad para aceptar el regreso de las reuniones presenciales.
Por supuesto que esto no es una novedad, porque con la mejora de la situación provocada por la pandemia, es natural que algunas cosas comiencen a volver a ser lo que eran antes de que el COVID-19 atacara al mundo.
Incluso, en algunos países de Latinoamérica hay templos que están en la fase tres, la cual incluye la obra por otras personas.
Estos avances se vienen realizando haciendo todo lo posible por limitar la propagación del virus por medio del uso de mascarillas y el distanciamiento social.
Para ser sinceros, no estuve de acuerdo con la decisión de regresar a las capillas.
Pensé que todo era demasiado apresurado debido a que muchas personas aún no habían recibido las dos dosis de la vacuna contra el COVID, además de los muchos casos que afectaron a miembros de mi estaca.
Estaba demasiado preocupada y desmotivada como para volver a las reuniones de la Iglesia de manera presencial, a pesar de todas las medidas de protección.
Después de todo, desde que las reuniones sacramentales comenzaron a transmitirse debido a la pandemia, solo había estado en el centro de reuniones en persona unas cuantas de veces.
Siempre me he esforzado por ser obediente, incluso si no siempre estaba de acuerdo. Y así, regresamos a las capillas, después de más de 1 año de haber estado en casa.
Llegué con mi familia al salón sacramental y nos sentamos. Saludamos a algunos amigos que no habíamos visto en mucho tiempo y luego miramos a nuestro alrededor.
Tuve la oportunidad de observar tres cosas.
Las personas necesitan de otras personas
Somos seres humanos y necesitamos relacionarnos con otros seres humanos.
Mirarlos a los ojos, escuchar su voz y sonreír (incluso bajo la mascarilla) se convirtieron en acciones preciadas en un momento de pandemia.
Me di cuenta lo mucho que había echado de menos hablar cara a cara con alguien y no a través de una pantalla.
Un sentimiento de soledad
Quizás la mayoría de nosotros hemos experimentado altibajos durante el último año.
Es posible que hayamos tenido sentimientos de soledad o de sentirnos menos importantes, pero al mirar a mis hermanos y hermanas de la Iglesia, tuve la impresión de que muchos han pasado por lo mismo.
Mientras estaba en la capilla, tuve nuevamente la sensación de pertenecer a una familia. Pude sentir el afecto y la preocupación de las personas y, sobre todo, sentir el amor de Cristo por medio de ellos.
Hermanos y hermanas en Sion
Por más cómodo que sea, e incluso “seguro” asistir a las reuniones de la Iglesia de manera remota, nos necesitamos unos a otros en persona.
La tecnología es una bendición que salvó nuestras relaciones, trabajos y educación durante los meses difíciles por los que hemos pasado, pero es algo que nunca podrá reemplazar las relaciones que tenemos con quienes nos rodean.
Confiemos en nuestro Padre Celestial y en nuestros líderes para que podamos disfrutar del dulce Espíritu de Cristo en Su casa de adoración.
Qué hacer
Habla de tus dificultades con Dios. No necesitas pretender lo que no sientes. Dios te conoce a la perfección y agradece tu honestidad. Habla con Él.
Ora por un cambio de corazón. Incluso si todavía sientes que es difícil, pídele a Dios que te ayude a cambiar con el paso de los días. Como una herida, todo se sana con el tiempo, así que confía en que la sanación de hoy conducirá a la victoria de mañana.
Elige ser obediente. A veces solo tienes que mostrar amor a Dios por medio de tus acciones, incluso cuando tus emociones no estén en la misma sintonía. Siempre habrá algo que podamos aprender de nuestros hermanos y hermanas en la Iglesia.
No dejes que el enemigo te desanime. Satanás siempre quiere quitarnos las ganas de acercarnos a Dios. Se deleita en ello. Hacer un esfuerzo por ir a la capilla será una victoria para ti. Cree que Dios bendecirá tu obediencia.
Ama la Iglesia a pesar de todo. El apóstol Pablo concluyó en 1 Corintios con estas palabras: “Mi amor en Cristo Jesús sea con todos vosotros” (1 Corintios 16: 24). Él amaba la Iglesia de Cristo, nosotros también podemos amarla aun en nuestros desafíos y dejar que Jesús esté con nosotros.
Fuente: maisfe.org
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