Recuerdo un tiempo en el que sentía que la religión era muy pesada para mí.
En realidad, no solo era la religión, sino la vida lo que pesaba.
Recuerdo el día en que rechazaron mi tarjeta de crédito en la caja del supermercado y cómo mi familia necesitaba esa comida en casa.
Recuerdo que mi esposo, Greg, no tenía trabajo. Asimismo, recuerdo que sentí que Dios se había olvidado de nosotros, del trabajo de Greg, de nuestra dispensa vacía y la tarjeta de crédito rechazada.
Ese domingo, fui a dar mi clase de la Primaria y me sentía exhausta de la vida, de las preocupaciones y de tratar de llegar a fin de mes.
No tenía paciencia para los hijos de otras personas, las lecciones que no me llenaban, las horas en la Iglesia que no traían respuestas.
¿Dónde estaba Dios?
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Todavía recuerdo ese domingo por la mañana. Esa silla plegable y fría. Los niños gateando. Las lágrimas cayendo de mis ojos porque simplemente eso no era lo que necesitaba.
No sentía que la vida me ofreciera algo que realmente me importara. Sentía un vacío que no podía llenar. Una carga que no podía soportar.
Me quedé sentada todas las horas de la reunión dominical ese día y, luego, fui a casa.
Me pregunto si eso te ha pasado alguna vez.
Es difícil sentirse bienvenido en la casa de alguien cuando sientes que te han olvidado.
Probablemente, te preguntes por qué volví a la Iglesia el siguiente domingo.
Fue por el yugo…
Algunas personas ven el yugo como una carga pesada, que limita, constriñe y controla. Jesús dice que hace las cosas ligeras, que trae descanso. ¿Cuál es la opción correcta?
Hace casi dos décadas, hubo otro hombre que debió haber sentido la misma carga que yo. Lo digo porque leyó los mismos versículos que yo leí cien veces, Mateo 11:28–30.
Luego, ese hombre escribió esos versículos del Nuevo Testamento con sus propias palabras.
A veces, leer la misma frase de una manera diferente desde una perspectiva distinta puede cambiar tu vida.
“¿Estás cansado? ¿Exhausto? ¿Te sientes fatigado de la religión? Ven a mí.
Sal conmigo y recuperarás tu vida. Te mostraré cómo descansar de verdad.
Camina conmigo y trabaja conmigo, observa cómo lo hago. Aprende sobre el ritmo no forzado de la gracia.
No te pondré nada pesado o que no te quede bien. Acompáñame”.
Es el ritmo no forzado de la gracia lo que captura mi corazón cuando leo este pasaje. Deseo reflexionar sobre cada palabra, el ritmo no forzado de la gracia.
¿Cómo recuperar una vida?
Comienzo pensando en la palabra “no forzado”, porque lo que sentí en esa fría silla plegable fue forzado, e inmediatamente me pregunté qué pasaba con ese lugar, esa situación, esa gente.
No pasó mucho tiempo antes de que me diera cuenta de que no era la religión la que había cambiado, sino yo.
No se suponía que el yugo estuviera mal ajustado o se sintiera pesado.
De hecho, podía mirar hacia atrás y recordar temporadas en las que asistir a la Iglesia me había llenado, enriquecido y levantado.
Sin embargo, simplemente, no estaba sintiendo eso en ese momento.
Nadie me dijo nunca que la religión era cómoda ni que la maduración causa dolor y que la fuerza proviene de empujarnos a nosotros mismos fuera de las zonas de confort.
La gracia es lo que sucede cuando Cristo entra a los lugares vacíos y pesados.
La gracia es lo que sucede cuando Cristo llega…
El hecho de que no lo veamos no significa que no esté allí. Simplemente significa que no lo reconocemos en esta situación. Esto es importante. No tengas miedo de buscarlo en situaciones difíciles.
Una de Sus mejores habilidades es elevar.
“Pesado” no tiene por qué significar “forzado”. En cambio, podría recordarnos la necesidad del yugo. El reparto de la carga. Alguien que nos ayude a levantar las cosas difíciles. Alguien que nos ayude a levantarnos a nosotros mismos.
El proceso de ascensión requiere elevación y hay Uno que está dispuesto a ayudar.
Él nos invita a un ritmo de gracia fortalecedora a través de Su yugo.
El ritmo de la gracia
En esos momentos en los que nos sentimos cansados de las obligaciones, los requerimientos, la rutina, tal vez podríamos preguntarnos, ¿tiene importancia el ritmo? ¿Hacer las cosas una y otra vez, y una vez más? ¿La repetición del ritmo del culto ritual puede sanarnos, fortalecernos y elevarnos?
En lugar de que esa gracia sea agotadora, ¿su ritmo podría impulsarnos a hacer más cosas? ¿El ritmo no forzado de la gracia podría restaurar la vida?
Fuente: LDS Living