La noticia me llegó como un golpe en el estómago. Por un momento no pude respirar.
¿Cómo pudo todo lo que aprecio, todo lo que defiendo, ser marginado, cuestionado, degradado, pasado por alto y desechado?
Esos antiguos dolores que uno siente en la adolescencia regresaron: “No soy lo suficientemente bueno” y “Mis contribuciones no significan nada”, o tal vez “Soy un fracaso”.
Como estamos usando metáforas, tengo otra. ¿Conoces la sensación que tienes cuando te das una ducha caliente en una fría mañana? El agua cae sobre tu cabeza y tu rostro, y luego corre por tu espalda y tus hombros.
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El vapor caliente llena el lugar, feliz cierras los ojos y sientes que absorbes el calor. La espuma del champú se desliza entre tus dedos. Justo cuando estás a punto de enjuagarte, el agua se enfría.
¿Esto realmente me estaba sucediendo? Cuando recuperé la compostura, comencé a pensar de manera lógica.
Tuve un amigo que nunca perpetuó este tipo de sentimientos. De hecho, era todo lo contrario. Su trato incluía respeto, caridad, aceptación y bondad. Cuando estaba cerca de él, sentía que era su mejor amigo. Yo era importante. Mis ideas y mi perspectiva eran valoradas. Y por eso, lo apreciaba. Estoy seguro de que hizo que todos se sintieran así.
¿Dónde estaba él cuando más lo necesitaba?
¿Quién de nosotros no se ha sentido aislado y solo en algún momento de su vida? Todos hemos experimentado esas emociones en un momento u otro, y desafortunadamente muchos se sienten así en este momento.
Cuando era joven, nos mudamos de nuestra casa en Salt Lake City, Utah, donde habíamos vivido en el mismo vecindario durante 23 años.
La nueva comunidad y el estilo de vida totalmente nuevo fueron un gran cambio para mí. No me fue fácil adaptarme a pesar de haber sido muy joven.
Aunque ahora se ha convertido en uno de los pilares de mi vida, durante un tiempo como un joven en un lugar desconocido, me sentí incómodo, fuera de lugar e inferior, especialmente en la escuela.
Los que me abrazaron, se hicieron mis amigos y me permitieron entrar en sus vidas todavía tienen un lugar especial en mi corazón. Cuando me sentía deprimido, estuvieron allí para levantarme y elevarme. No obstante, me imagino que la mayoría de ellos no tenían idea del rol que jugaron en mi vida.
Eso es justo lo que necesito ahora.
Todos experimentamos tiempos difíciles. Durante esos momentos, podemos sentirnos avergonzados, inferiores o solos. Pero hay algo que debes recordar, el Señor nos da estas oportunidades para crecer, y tú estás en muy buena compañía, en verdad muy buena compañía.
En Mateo 25: 35-36, 40, leemos lo siguiente:
“Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; estuve en la cárcel, y vinisteis a mí.
Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos, mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.”
Amo estos mensajes de esperanza.
Independientemente de cómo se sientan y de lo malas que sean nuestras dificultades, nuestros desafíos nos brindan empatía para entender a los demás y oportunidades para mostrar compasión. Al hacerlo, seremos fortalecidos, edificados y bendecidos.
Los tiempos difíciles nos dan la oportunidad de ser una luz en la oscuridad de la vida de muchos, nos dan la oportunidad de consolar, ayudar y servir a los demás.
Incluso cuando sentimos que no tenemos nada que ofrecer, podemos hacer una gran diferencia cuando mostramos amor, enfocamos nuestra atención en los demás y nos preocupamos por ellos.
Tal vez no sea tan fácil como lo era antes, pero Dios ve nuestros esfuerzos y los reconoce incluso cuando en la actualidad, debido al COVID-19, no podemos brindar el servicio y la ayuda que realmente queremos. Él proporcionará la manera.
Jesucristo llama a nuestra puerta, esperando que lo dejemos entrar en nuestras vidas para que pueda bendecirnos.
Déjalo entrar.
Este artículo fue escrito originalmente por Walter penning y fue publicado originalmente por ldsblogs.com bajo el título “I Was a Stranger”