El peligro de subestimar tu testimonio

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He amado el Evangelio desde que era pequeña. Al crecer, amé leer mi Libro de Mormón ilustrado, colorear imágenes de Jesús y orar por los miembros mi familia. Pero, debido a que siempre formó una parte importante de mi vida, a veces, subestimo mi testimonio.

Cuando regresé a casa de la misión, estaba segura de que iba a cumplir con el horario de estudio de las Escrituras que apliqué como misionera. Si no tenía tiempo para leer mis Escrituras durante una hora todos los días, me decía a mí misma, que al menos las leería durante treinta minutos. Me arrodillaría durante mis oraciones de la mañana y la noche, tomaría notas detalladas de los servicios dominicales e iría al templo cada semana cuando fuera posible.

Desafortunadamente, esa burbuja estalló muy rápido.

Muy pronto, me distraje con todas las cosas divertidas que ofrece la vida: Enviar mensajes de texto a mis amigos, ver películas y televisión, leer novelas románticas (no me juzgues) y un millón de cosas más. El Evangelio estaba pasando rápidamente a un segundo plano debido a los esfuerzos más “divertidos”.

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No estaba ignorando el Evangelio, porque no lo estaba haciendo. Mayormente, seguía leyendo mis Escrituras, orando y, ocasionalmente, yendo al templo. Pero, la diferencia estaba en que mi corazón no estaba en eso y, para ser completamente sincera, me daba flojera.

Leía un poco de mis Escrituras cada día sin prestar atención realmente a lo que estaba leyendo y me quedaba dormida durante mis oraciones, que hacía desde la comodidad de mi cama. Las actividades espirituales que una vez amé, incluso anhelé, se convirtieron en una lista de cosas que debía hacer antes de dedicarle tiempo a las cosas más divertidas.

Aproximadamente un mes y medio después de regresar a casa, me di cuenta de que no era feliz. Me sentía completamente estresada por una relación en la que me había apresurado, estaba luchando con sentimientos de propósito y baja autoestima, y me sentía completamente abrumada con la vida.

En ese momento, me di cuenta de que la principal diferencia en mi vida, el problema general, se reducía a una cosa: ya no daba prioridad a mi relación con Dios, estaba subestimando mi testimonio.

El remedio para la subestimación

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Me di cuenta de que tenía que hacer algunos cambios simples en mi vida para demostrarle al Padre Celestial que mi testimonio me importaba y que deseaba alimentarlo en lugar de verlo morir de hambre lentamente.

No tuve que cambiar todo sobre la manera en que vivía porque ya estaba haciendo muchas cosas que necesitaba hacer para alimentar mi testimonio. Lo que cambió fue mi intención, creo que el cambio más imperativo que cualquiera de nosotros puede hacer se trata de nuestro progreso espiritual.

Mis oraciones se volvieron sinceras cuando pensé en que debía orar y considerar el don milagroso de poder hablar con el Padre más amoroso y perfecto. Comencé a hacer preguntas antes de estudiar mis Escrituras y buscar respuestas e hice lo mismo cuando asistía al templo.

En lugar de buscar sin pensar las cosas espirituales como lo hice durante meses, comencé a alimentar mi alma con un sustento real. Mi sincera intención y mi profundo deseo de conocer realmente a Dios y tener una relación con Él hicieron toda la diferencia.

Mi testimonio floreció y me di cuenta de que era más feliz. Podía sobrellevar mejor el estrés y me sentía mucho más satisfecha con mi vida y todo se trataba de alimentar intencionalmente mi espíritu y reconocer el valor indescriptible de un testimonio.

La fe es una elección activa y diaria

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Recientemente, he escuchado muchos debates con respecto a si la fe es una elección y, personalmente, creo que lo es.

Hace unos meses, estaba hablando con alguien que sé que dejó la Iglesia hace unos años. Nuestra discusión fue esclarecedora, nos escuchamos e intentamos entender lo que el otro decía. En particular, me sorprendieron los pensamientos que mi amiga compartió acerca de que la fe no es una elección.

Me contó que había leído algunas cosas de la Iglesia, mayormente sobre su historia, según tengo entendido, que le aseguraron que no era la verdadera. Me dijo que para ella, tener fe no era una elección. Encontró hechos que refutaban la veracidad de la Iglesia.

Como alguien que ha estudiado mucho sobre la historia de la Iglesia, podía compadecerme de sus pruebas. Pero, discrepé firme y cortésmente con su posición en ese momento y ahora.

“Todavía es una elección”, respondí. “Es una elección ignorar las supuestas evidencias de que la Iglesia no es verdadera o ignorar las confirmaciones y experiencias espirituales que tuviste antes y te dijeron que era verdadera. De cualquier modo, tomas una decisión consciente”.

La Iglesia siempre tendrá críticos, eso fue cierto cuando se fundó en 1830 y es verdad ahora. Pero, a pesar de esas críticas y las acusaciones mal concebidas que hacen contra la Iglesia, que usualmente se toman fuera de contexto o se desaprueban con el tiempo, podemos seguir eligiendo creer en base a los momentos de claridad que experimentamos.

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No es una elección fácil. De hecho, puede ser increíblemente difícil según las experiencias de vida, pruebas y una amplia variedad de factores, pero vale la pena.

En su discurso de 2008, “Sabes lo suficiente”, el Élder Neil L. Andersen relató una historia acerca de este mismo tema. Dijo:

“Hace unos años, un amigo mío tuvo una hija que falleció en un trágico accidente. Con los sueños y las esperanzas destrozados, mi amigo sintió un pesar insoportable y comenzó a dudar de lo que se le había enseñado y lo que él había enseñado como misionero. La madre de mi amigo me escribió una carta y me pidió que le diera a él una bendición. Al poner las manos sobre su cabeza, sentí que debía decirle algo que antes no había pensado exactamente de esa forma; la impresión que tuve fue: la fe no es sólo un sentimiento, es una decisión. Él tendría que elegir la fe”.

“Mi amigo no lo sabía todo, pero sabía lo suficiente y eligió el camino de la fe y la obediencia; se arrodilló y así recuperó su equilibrio espiritual”.

Como lo ilustra esta experiencia, podemos elegir alimentar nuestros testimonios a través de las cosas que Dios nos ha dado: la oración, el estudio de las Escrituras, una congregación llena de creyentes, los discursos de la Conferencia General y muchos otros recursos. Es fácil subestimar nuestros testimonios, pero es el error más grande que podemos cometer.

Por otro lado, una de las mejores decisiones que tomé alguna vez fue demostrarle a Dios que estoy agradecida por alimentar mi testimonio cada día.

Debido a mi elección diaria de fe, mi espíritu es más feliz que nunca.

Esta es una traducción del artículo que fue escrito originalmente por Amy Keim y fue publicado en thirdhour.org con el título “The Danger of Taking Your Testimony For Granted”.

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