Últimamente he visto muchas publicaciones en las redes sociales que dicen algo parecido a: “Me estoy perdiendo el baile de graduación, pero sé que no debería quejarme…” o “Teníamos planeado un viaje especial planeado que fue cancelado, pero sé que tengo suerte porque las cosas podrían ser peores” o “Estoy triste porque no pudimos recibir a más gente en el funeral de mi padre, pero me alegro de que mi madre todavía esté viva”.
En cada una de estas publicaciones, la persona expresa un dolor actual que está experimentando, pero luego lo descarta al reconocer que las cosas podrían ser peores.
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A veces, esa es una estrategia emocional muy saludable, sin embargo hoy, quiero centrarme en otra estrategia:
Está bien sentirse triste. Punto final.
Si tu amiga te contó delicadamente algunos de sus pesares, ¿le pedirías que dejara de quejarse? No, seguramente te tomarías el tiempo de escucharla y empatizar con su situación. ¿Te tratas de la misma manera?
Podemos permitirnos tomarnos un tiempo para llorar por nuestras oportunidades perdidas.
Está bien sentirte triste porque te perdiste el baile de graduación o porque te despidieron de tu trabajo, está bien.
Está bien sentir una sensación de pérdida cuando el sellamiento que planeabas realizar en el templo desde que eras pequeña, literalmente, no puede darse, aun cuando finalmente encontraste a la persona de tus sueños.
Está bien sentirse frustrado porque tu último hijo, que finalmente había empezado a ir a la escuela (¡y te sentías muy feliz por eso!) ahora se encuentra en casa, con tus otros hijos, las 24 horas del día, los 7 días de la semana, lo que te dificulta alcanzar algunas de las metas personales en las que estabas trabajando.
Está bien sentirse devastado por el hecho de que no pudiste presenciar el nacimiento de tu primer nieto.
Las escrituras también nos comparten ejemplos de personas que no reprimieron sus sentimientos de tristeza.
Agar lloró (Génesis 21:16)
Abish se “se contristó hasta derramar lágrimas.” (Alma 19:28)
Los hijos de Israel lloraron (Deuteronomio 34: 8)
“lloran los cielos, y derraman sus lágrimas como la lluvia” (Moisés 7:28)
Pedro lloró (Marcos 14:72)
La esposa de Nefi derramó lágrimas (1 Nefi 18:19)
El pueblo de Mosíah “[derramó] muchas lágrimas de dolor”. (Mosíah 25: 9)
Jesús lloró (Juan 11:35)
Se podrían agregar muchos otros ejemplos, pero tal vez estos sean suficientes para dejar una cosa en claro: Está bien estar triste. A menudo es una parte importante del proceso de sanación. De hecho, Jesús dijo: “Bienaventurados los que ahora lloráis porque reiréis” (Lucas 6:21).
Es difícil poder avanzar sin haber reconocido a profundidad el dolor que estás experimentando. No tienes que dejarlo de lado y poner buena cara.
A medida que te tomes el tiempo para escuchar y llorar contigo mismo, así como lo harías con tus amigos más cercanos, descubrirás con el tiempo que estás listo para comenzar a avanzar y salir adelante.
Pero por hoy, está bien estar triste
Fuente: Ldsliving.com