Cómo el accidente de mi hija me enseñó lo que es la verdadera ministración

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“Recordamos los milagros que nuestra familia experimentó con gratitud y reconocemos que la ministración fue lo que nos llevó a ver estos milagros.”

A las 2:49 de la tarde del 13 de enero de 2019, recibí la llamada que ningún padre quiere recibir. Era la esposa del obispo: “Su hija ha tenido un accidente”. Mi hija Erynn, de apenas 18 años, estaba en un automóvil con otras tres jóvenes, todas ellas miembros de la presidencia de la clase de Laureles.

En su camino a darle la bienvenida a una nueva joven al barrio, el automóvil en el que viajaba fue golpeado por un camión, causando lesiones en las cuatro jóvenes. Al llegar a la escena antes que los paramédicos, me sentí aliviada al verlas todavía sentadas en el auto con los ojos abiertos, a pesar de parecer muy asustadas.

Desafortunadamente, mi alivio duró poco. Aunque parecía ilesa, Erynn no respondía a las preguntas u órdenes. En el hospital, nos informaron que tenía una fractura masiva del cráneo por compresión y sangrado en el cerebro. Ella requeriría cirugía inmediata.

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Ministrando a un nuevo nivel

Después de la cirugía, los doctores parecían estar complacidos con el resultado de la operación de Erynn. Lamentablemente, las cosas empeoraron rápidamente. A la tarde siguiente, la hinchazón había comenzado, deformando su rostro y cabeza, robando su voz y trayendo un dolor que no podíamos aliviar.

Su agonía aumentó con las horas. Debido a que el centro del lenguaje de su cerebro se vio muy afectado, no pudo comunicarse con palabras o por escrito, y sus frenéticos gestos eran incomprensibles. Lloró y golpeó la cama, nos miró indefensa durante toda la noche.

Durante este tiempo, tres enfermeras permanecieron constantemente en su habitación, haciendo todo lo posible para brindarle alivio. Alrededor de las 4:00 de la mañana, caí al suelo, impotente y sollozando. Una de las enfermeras, con toda su habilidad y compasión, estuvo a mi lado, me abrazó y lloró conmigo.

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Esa noche aparentemente interminable me llevó al Getsemaní, preguntándome con asombro cómo el Padre, que tenía el poder de detener el dolor de Su Hijo, permitió que continuara Su sacrificio por nosotros.

No sé cómo lo hizo, recién estoy empezando a entender el por qué. Sé que Dios envió a un ángel para consolar y fortalecer a Jesús, y creo que nos envió ángeles allí en el hospital esa noche, tanto visibles como invisibles.

Fuimos bendecidos con un pequeño ejército de ángeles que saltaron a la acción para satisfacer todas las necesidades imaginables que teníamos. Uno de los primeros milagros que presencié fue cuando un grupo de hermanos que rodeaban a mi hija en la sala de emergencias, le dio una bendición del sacerdocio en el que se le prometía una recuperación total.

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Además de eso, los visitantes y los obsequios llegaron al hospital en cantidades que ni siquiera pude comprender. Nuestros hijos más pequeños fueron cuidados, comida fue compartida con mi familia en casa y en el hospital, y los viajes a la escuela y actividades extracurriculares de mis otros hijos se organizaron rápidamente. 

Sin embargo, ese no fue el primer acto de ministración que recibiríamos. 

Un milagro diferente

A pesar de contar con estos ángeles ministrantes terrenales, lo que siguió fue una semana muy larga y frustrante en el hospital. El dolor de Erynn continuó presente. Los médicos luchaban por mantener sus niveles de sodio lo suficientemente altos como para reducir la inflamación en su cerebro.

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Ella perdió el 10% de su peso corporal, era hipersensible a todos los ruidos en el hospital, incluso el zumbido de la bomba intravenosa. Mantuvimos su habitación oscura y tranquila con la esperanza de darle un poco de alivio.

Nuestra mayor preocupación era su incapacidad para comunicarse. A cada hora, las enfermeras le realizaban pruebas neurológicas. Le pedían que realizara tareas simples como “aprieta mi mano” o “Levanta tu pie”.

Cada vez que realizaban estas pruebas, también le preguntaban su nombre. Ella respondía mostrándoles una “E” en lenguaje de señas sacudiendo la cabeza. Sólo podía decir dos palabras: “Sí” y “No”. Podía escribir, o hacer señas con el dedo, un par de letras, había perdido toda capacidad de juntar palabras u oraciones, dejándonos adivinando qué era lo que necesitaba o quería.

hospital

El obispo convocó un ayuno de barrio que comenzó el sábado por la noche, casi una semana después del accidente. Para ese momento, cada una de las otras chicas habían sido dadas de alta, era un milagro. Sin embargo, la condición de Erynn sólo empeoró después de la cirugía .

Mientras me preparaba para otra noche en el hospital, le derramé mi corazón al Señor por el milagro que tan desesperadamente deseábamos, también en agradecimiento por los amigos y familiares que tiernamente le habían pedido al Señor por nosotros. Tenía la esperanza de que el poder del ayuno y la oración se manifestaría en nuestras vidas.

Pero el milagro que queríamos no vino como esperábamos, por el contrario, me desperté el domingo por la mañana cuando mi hija tuvo una convulsión. Duró una hora. Mi corazón se estremeció y mi esperanza tambaleó, pero a las 2:00 de la tarde.

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Lo que no sabía era que el milagro que había pedido y por el que seguía suplicando ya había ocurrido. A las 4:00 de la mañana de un día domingo, nuestro querido amigo y vecino, que también era presidente del quórum de élderes y anestesiólogo, se había despertado con una impresión específica en cuanto a la atención médica de Erynn.

Cuando él llegó al hospital justo después de su ataque para compartirme su impresión. Hablamos con el equipo médico de Erynn sobre la información y se hicieron cambios en su atención.

Esperando y mirando

Si bien hubieron cambios buenos, todavía se necesitaba tiempo para ver cambios más grandes. La mayoría de las noches, mi esposo o yo nos íbamos a casa del hospital para acostar a los niños más pequeños y dormir un poco antes de cambiar de turno en las primeras horas de la noche.

amor de Dios

Cuando salí del hospital el domingo por la noche, Erynn todavía estaba conectada a más tubos y cables de los que podía contar. Los medicamentos que le inyectaron después de la convulsión la habían dejado casi inconsciente durante todo el día.

Me fui a casa sintiéndome agotada y cansada, pero igual me desperté a las 3:00 de la mañana para regresar al hospital. Al entrar en su habitación, me sorprendió verla sentada al lado de su cama con su padre. “¿Cómo te llamas?”, le preguntó. Ella sonrió y deletreó su nombre lenta pero claramente con su mano y su voz. Fue un gran cambio.

Otra semana pasó en el hospital y fuimos testigos de muchos milagros que nos levantaron el ánimo. Hacia el final de la semana, hice una publicación para mis amigos y les informé sobre los obstáculos que necesitábamos superar antes de llevarla a casa.

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Dos hermanas en particular respondieron rápidamente, agradeciéndome por proporcionarles algo específico que podían incluir en sus oraciones de ministración. 

Otro milagro vino cuando la trajimos a casa sólo 13 días después del accidente. Apenas podíamos creerlo, aunque sabíamos que teníamos un largo camino por delante.

Fe para avanzar

Los doctores habían estimado que Erynn necesitaría meses de terapia del habla y neuro rehabilitación. Aún así, ella insistió en asistir a la Iglesia al día siguiente. Sentarme en el banco con ella a mi lado fue un momento surrealista y alegre, sin embargo no pude evitar sentirme triste al no poder escuchar su hermosa voz cantando los himnos a mi lado otra vez.

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En otra tierna misericordia, ese martes por la noche, los misioneros de nuestro barrio, el Elder Brown y el Elder Anderson, pasaron por nuestra casa. Habían terminado sus citas un poco antes y sintieron la impresión de visitar a Erynn.

Habían estado en nuestra casa antes, cantando himnos y canciones navideñas con nuestra familia. El Elder Brown le preguntó si podía tocar el piano y cantar con ella. Ella sacudió la cabeza en silencio. Le expliqué que todavía tenía problemas para hablar y que cantar estaba demostrando ser un desafío especial.

Luego, con la valentía que sólo el Espíritu Santo puede brindar, la miró con confianza y le dijo algo parecido a: “Creo que si elegimos el himno correcto, y si toco el himno lo suficientemente lento, usted y yo podremos cantarla juntos”. Ella no pareció muy convencida, pero aceptó ir a la sala donde estaba el piano sólo a tararear y nada más.

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El Elder se sentó frente piano, abrió el himnario y colocó las manos sobre las teclas y de pronto se abrieron los cielos. Tocó, y casi desde la primera nota, ella se unió a él en la interpretación más tierna y sagrada de “Más cerca Dios de ti” que he escuchado.

Su talento musical y su disposición para actuar en base a la inspiración y la ministración esa noche dieron paso a un milagro muy especial y muy sagrado en su vida, cuando tres días después, en su única cita de terapia de lenguaje, la terapeuta dijo: “Esto no es la chica de la que hablamos el martes”.

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Erynn ha seguido mejorando. Ocho semanas después del accidente, ella regresó a la escuela. Su cirujano, neurólogos, logopeda y equipo de rehabilitación expresaron asombro por su recuperación. Se graduó como la mejor estudiante en mayo y ahora asiste a BYU con una beca académica con planes de servir en una misión en enero. Si la conocieras hoy, nunca te imaginarías que ella tuvo un accidente.

Esta experiencia ha dejado una huella inolvidable en nuestra familia. Recordamos los milagros que nuestra familia experimentó con nuestra más profunda gratitud y reconocemos que la ministración fue lo que nos llevó a ver estos milagros.

La ministración no depende de nuestra edad, vocación o el llamamiento que tengamos, sino de nuestra voluntad para actuar y capacidad para recibir inspiración. Estaremos eternamente agradecidos.

Este artículo es una adaptación y fue escrito originalmente por Yvonne Swinson y fue publicado originalmente por ldsliving.com bajo el título “How My Daughter’s Brain Injury Taught Me What True Ministering Looks Like

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