El amor y la enseñanza entre las hermanas de la Sociedad de Socorro siempre me han parecido maravillosos. No puedo evitar recordar las palabras de Eliza R. Snow al describir la primera reunión de la Sociedad de Socorro:
“Casi todas las presentes se levantaron y hablaron. El Espíritu del Señor, como un riachuelo purificador, renovó cada corazón”.
Hay una lección que siempre recordaré, la aprendí en la Sociedad de Socorro cuando escuché las peores y mejores experiencias compartidas sobre el perdón, algo que cambió mi forma de pensar.
Empezó como una reunión normal de la Sociedad de Socorro en un barrio JAS. Nuestra maestra acababa de terminar de explicar la lección sobre el perdón y nos dio tiempo para que las hermanas compartieran sus experiencias.
Una hermana levantó la mano y compartió cómo algunos comentarios desagradables y falsos le causaron mucho dolor a uno de sus seres queridos.
Estos comentarios incluso llevaron a la ruptura de la relación de este familiar con el misionero que esperaba y con quien planeaba casarse cuando regresara.
Al final de su historia, esta hermana expresó que nunca perdonaría a la chica que inició todo y causó tanto sufrimiento a su familiar y a su familia.
Sentí empatía por esta hermana.
¿Acaso no todas teníamos a alguien a quien nos costaba perdonar porque nos había lastimado o a alguien que amamos?
En los breves momentos de silencio que siguieron al relato de esa hermana, me di cuenta de que su historia no era tan diferente a muchas experiencias que yo había tenido, y que tenía mucho que aprender sobre el perdón.
Mientras pensaba en esto y en cómo las personas a menudo se encuentran en etapas diferentes del proceso de perdón en sus vidas, otra joven levantó la mano tímidamente y la maestra la invitó a compartir su experiencia.
Cuando era más joven, esta hermana comenzó una relación con un chico que parecía agradable.
Con el tiempo, este hombre que al principio parecía bueno comenzó a abusarla emocional, mental, física y sexualmente, haciéndole creer todo el tiempo que estas acciones eran culpa suya.
Mientras esta hermana luchaba por salir de esa relación, este hombre no la quería dejar ir. La acosaba constantemente, y llegó a un punto en el que tuvo que empezar su vida de nuevo para liberarse de la pesadilla que había trastornado su vida.
Ella compartió que después de todo esto, después de soportar el abuso que le habían hecho creer erróneamente que era su culpa, luchó contra sentimientos de odio y resentimiento hacia este hombre, así como contra sentimientos de baja autoestima.
Mientras lidiaba con estos pensamientos y sentimientos destructivos, se volvió a su Salvador en busca de ayuda. Al hacerlo, pudo encontrar la fuerza a través de Él para perdonar al hombre que la había lastimado de casi todas las maneras posibles.
Fue increíble para mí, sentada en mi silla, escuchar todas las cosas que ella había sufrido, todas las injusticias que había experimentado, todo el dolor, la angustia, y luego enterarme de que todo eso fue absorbido en la Expiación que le dio la fuerza para perdonar.
Se sentía una paz tangible en el salón después de que terminó de compartir su historia. Ni siquiera podía imaginar la angustia de la segunda hermana al haber sufrido ese nivel de abuso.
De esa manera, fue la peor experiencia que había escuchado compartir en la Sociedad de Socorro. Pero la belleza de entregar esa experiencia al Señor y encontrar el poder para perdonar cuando no tenía la fuerza para hacerlo por sí misma también fue una de las mejores experiencias que había escuchado.
En su discurso de la conferencia general de octubre de 2013, el élder Timothy J. Dyches describió cuán poderoso y hermoso puede ser encontrar la fuerza para perdonar a través de la Expiación del Salvador:
Después de la guerra, a menudo hablaba en público de sus experiencias, de la sanación y del perdón. En una ocasión, un hombre que había sido un guardia Nazi y que había sido parte del doloroso confinamiento de Corrie en Ravensbrück, Alemania, se acercó a ella, regocijándose en el mensaje sobre el perdón y el amor de Cristo.
“‘Cuán agradecido estoy por su mensaje, Fraulein’, dijo. ‘Pensar que, como usted dice, ¡Él ha lavado mis pecados!’
“Extendió su mano para estrechar la mía”, recordó Corrie. “Y yo, que había predicado tan a menudo… la necesidad de perdonar, mantuve mi mano pegada a mi cuerpo.
“Aun mientras los pensamientos de venganza e ira crecían dentro de mí, reconocí que eran un pecado… Señor Jesús, oré, perdóname y ayúdame a perdonarlo.
“Traté de sonreír, [y] me esforcé por levantar la mano. No podía. No sentía nada, ni la más mínima chispa de calidez ni caridad. Una vez más ofrecí una oración en silencio: Jesús, no puedo perdonarlo. Dame Tu perdón.
“Cuando tomé su mano, sucedió algo increíble. Desde mi hombro por mi brazo y a través de mi mano, una corriente parecía pasar de mí a él, mientras que en mi corazón surgió un amor por ese extraño que casi me abrumó.
“Así descubrí que la sanación del mundo no depende de nuestro perdón ni tampoco de nuestra bondad, sino de los de Él. Cuando Él nos dice que amemos a nuestros enemigos, Él nos da, junto con el mandato, el amor mismo”.
Y aunque la experiencia de la segunda hermana que escuché ese día en la Sociedad de Socorro fue la peor que jamás había escuchado, también fue la mejor.
Me enseñó lo importante que es recurrir al Salvador y confiar en Su Expiación para todo lo que no puedo hacer por mi cuenta, incluido el perdón.
Fuente: LDS Living