Es sábado por la noche. Mis amigas están yendo a fiestas o celebrando reuniones hasta la madrugada, sabiendo que pueden dormir hasta tarde mañana.
Mientras tanto, yo estoy en mi cuarto con mis Escrituras y otros libros eclesiásticos abiertos, preparando la clase de la Sociedad de Socorro, un grupo de hermanas que, en su mayoría, duplican mi edad.
Sí, esa es mi vida como una joven de 27 años que creció toda su vida en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
Nadie me obliga, por supuesto. Es una decisión totalmente voluntaria y consciente. Pero no puedo negar que, a veces, me he preguntado si realmente vale la pena tanto esfuerzo, tanta dedicación y tanto tiempo. ¿No basta con que sea una buena persona?
Estoy segura que muchos nos hemos hecho esta pregunta en alguna ocasión. Así que, aprovechando que muy pronto se cumplirán 20 años de mi bautismo con apenas 8 años de edad, permítanme compartirles por qué tras dos décadas —e incluso con toda mi familia alejada de la Iglesia— yo todavía permanezco aquí.
Más que solo “ser amable”

La Iglesia nos ofrece una perspectiva eterna. Imagen: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días
Algunas amigas me han dicho que, aunque no pertenecen a una iglesia, sí son espirituales y procuran hacer el bien, sin necesidad de seguir reglas de una institución.
¿Acaso Jesucristo no abolió la rigurosa ley de Moisés y nos invitó a seguir dos grandes mandamientos de amar a Dios y a nuestro prójimo como estándares para nuestra vida? Una religión, en pleno 2025, parece demasiado anticuada.
Pero lo que ofrece una institución como la Iglesia de Jesucristo es más que un comportamiento moral aceptable.
Estudiar las enseñanzas de Cristo, compartirlas y buscar oportunidades para servir ofrece una paz interior y un sentido de conexión más grande que el bienestar personal. La perspectiva de la vida se ensancha y las inevitables pruebas, con ese entendimiento, se afrontan con una esperanza que no te ofrece ningún canal motivacional de TikTok.
La Santa Cena: un tiempo irremplazable

La Santa Cena nos renueva espiritualmente. Imagen: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días
Es fácil pensar que podemos seguir a Jesús por nuestra cuenta. Pero la verdad es que Cristo mismo estableció una Iglesia con un liderazgo autorizado y un orden divino.
¿El propósito? Predicar el evangelio y administrar las ordenanzas de salvación, para llevar a la gente a Cristo. La Iglesia no es solo un complemento útil; es la forma establecida por Dios para llevar a Sus hijos de regreso a Él.
Entre estas ordenanzas, además, cuento con una de las oportunidades más valiosas para reforzar mi compromiso de seguir a mi Salvador: la Santa Cena.
Al asistir cada domingo a la Iglesia, tengo un tiempo sagrado y único entre toda la agitación de la semana que me ayuda a tomar una pausa, reflexionar sobre el sacrificio de Jesús y renovar la promesa que mi yo de 8 años le hizo al bautizarse hace casi 20 años.
El poder de la comunidad

Somos diferentes, pero con una misma dirección. Imagen: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días
Quienes me conocen, saben que soy una persona que prefiere mantenerse alejada de las grandes reuniones y el bullicio, que valora mucho su tiempo personal.
Pero incluso para una persona sumamente introvertida y que disfruta de su soledad, saber que tengo una red de apoyo que comparte mi visión del mundo, es un alivio en medio de mis dudas y pruebas.
Porque la Iglesia no es solo un viaje en solitario; es una comunidad. Es un lugar donde podemos, como explicó el profeta Alma, “llorar con los que lloran” y “consolar a los que necesitan consuelo”; y donde hallamos:
- Pertenencia. La Iglesia brinda un sentido de identidad compartido. Haces amigos de todas las edades, con muchas diferencias, pero una sola fe.
- Apoyo mutuo. Estar cerca de otros creyentes, oír sus testimonios y escuchar sus experiencias fortalece mi propia fe.
- Crecimiento. Participar en la Iglesia y ofrecer mi tiempo y mis talentos me fortalece no solo a mí, sino también a quienes me rodean.
Convenios: conexión eterna con Dios

Las promesas que nos ofrece Dios perduran por la eternidad. Imagen: Midjourney
Así como una pareja que se ama se une y celebra su amor en una ceremonia oficial y formal de matrimonio, así también podemos sellar nuestro compromiso con Dios.
A través de las ordenanzas y los convenios, puedo efectuar promesas eternas con mi Padre y Jesucristo. Mediante estos acuerdos sagrados con Dios, no solamente prometo que le seguiré, sino que también Él me ofrece un regalo directo de los cielos.
El Espíritu Santo es una guía incondicional para todos los que aceptamos seguir al Salvador. Un compañero celestial que también me ofrece amor, consuelo, paciencia y todos esos atributos que aspiramos como “buenas personas”.
A días de celebrar 20 años desde que decidí unirme al redil de Cristo y embarcarme en esta aventura hacia la eternidad, testifico que no hay mejor decisión que haya tomado en toda mi vida.
Una decisión que quizá no me permite disfrutar de una reunión social los sábados por la noche, pero que me conduce hacia una felicidad interminable con mi Padre.
Fuente: LDS Daily
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