Era un domingo normal por la mañana en octubre de 2015, cuando Jacob Pinkston de 19 años estaba sentado junto a su familia esperando que comenzara la reunión sacramental. Cuando empezó la reunión, su madre, Cristina, se inclinó hacia él y le pregunto con entusiasmo: “¿Sabes quién está en el estrado?”
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El Élder Ronald A. Rasband, que solo unos días antes había sido llamado a servir en el Quórum de los Doce Apóstoles, estaba visitando el barrio de Utah para ver a sus nietos en el programa de la primaria.
Pinkston admite que en ese momento, realmente no le dio importancia. “Ir a la iglesia era un poco difícil para mí porque tengo ansiedad social,” comparte, “así que no prestaba demasiada atención cuando estaba en la iglesia. Era más como una especie de solo permanecer ahí.”
Desde que su familia se mudó a Utah, durante su segundo año de escuela secundaria, Pinkston había tenido problemas. Era difícil para él hacer amigos y casi todo el tiempo se sentía solo. Sin embargo, los desafíos que enfrentaba eran mayores que la necesidad de pertenencia de un adolescente promedio. Durante su tercer y último año, la enfermedad física lo mantuvo en casa durante meses y cuando finalmente se sentía físicamente bien para ir a la escuela, experimentaba ataques severos de ansiedad. Si bien siempre había sido un estudiante que solo sacaba “A,” sus notas comenzaron a disminuir a medida que su enfermedad física y mental flaqueaba. Completó gran parte de sus tareas de la escuela desde casa para obtener los créditos que necesitaba para graduarse.
Pinkston siempre planeó servir en una misión, pero con toda la ansiedad y depresión que estaba experimentando, servir en una misión no parecía posible. Estaba más preocupado por superar cada día.
Pero, durante este domingo de octubre, Pinkston sintió el amor de Dios de una manera que cambió su vida. Además, la asistencia del Élder Rasband jugó un papel importante en eso.
En la Sociedad de Socorro, Christine tuvo la oportunidad de conversar con el Élder Rasband. Le dijo que sabía quién era ella y quién era su hijo y por lo que estaba pasando. Luego, procedió a decirle que tanto él como el presidente de estaca estaban orando y ayunando por Pinkston.
Cuando terminó la tercera hora, Chistine estaba emocionada por contarle a su hijo sobre su experiencia. Pinkston, que todavía se conmueve al recordar la experiencia, comparte: “Cuando me lo contó, simplemente era innegable, el hecho de que Dios me ama. Uno de sus testigos especiales estaba orando por mí y apenas sentí una ola de emoción que me sorprendió y me hizo seguir de nuevo.”
Durante meses, su depresión y ansiedad le habían dificultado sentir el Espíritu, pero este momento fue crucial para recordarle que nuestro Padre Celestial estaba consciente de él y sus necesidades. “Me hizo pensar que si pudiera compartir esto solo con una persona que haya pasado por algo similar, me gustaría hacerlo… El amor de Dios había sido tan poderoso en mi vida, y no era algo que solo pudiera guardar para mí.” Si bien pasaría otro año antes de que se embarcara en su servicio misional, este momento encendió la esperanza de que quizá podría servir como misionero, después de todo.
Las tiernas misericordias en el campo misional
Sabiendo que adaptarse a la vida misional sería especialmente desafiante para él, Pinkston trabajó estrechamente con terapeutas profesionales para prepararse. Se mudó a su propio departamento, trabajó a tiempo completo y tomó un par de clases de la universidad. En general, las cosas iban bien y Pinkston comenzó a mejorar mucho. Después de obtener la aprobación de LDS Family Services, terminó sus papeles y los envió en una semana.
Cuando Pinkston abrió su llamamiento misional para servir en la Misión Oregón, Salem (después de que su hermano adivinó casualmente que ese sería el lugar exacto al que iría), le pareció sincero. “Me sentí muy bien porque una de las cosas con las que tuve problemas en la secundaria era sentirme fuera de lugar,” explica Pinkston. “Estaba siendo llamado para regresar al noreste, pasé ocho años en Seatle, así que me sentí muy bien.” Para él, era el equilibrio perfecto entre familiaridad y novedad, el noreste se sentía como casa, pero Salem era un nuevo lugar con nuevas aventuras.
Después de reportarse al CCM, el 09 de noviembre de 2016, continuaron los milagros. Si bien conocer nuevas personas siempre había sido intimidante para Pinkston, se le asignó ser líder de zona en el CCM. “Era realmente aterrador porque uno de los trabajos que tenía que hacer era presentar a todos los misioneros que llegaban,” explica Pinkston. Por lo general, entre 8 y 15 misioneros nuevos llegaban a la zona cada semana. Pero, debido a las vacaciones por Acción de Gracias [solo en EE.UU.], se había ajustado el calendario de informes de misioneros, y, en cambio, llegaron 30 – 40 misioneros. La idea de presentarlos a todos se sintió abrumadora.
“Acababa de entrar a la reunión y tenía fe de que Dios me ayudaría,” comparte Pinkston. A pesar de los nervios que sentía, la reunión se desarrolló sin problemas y sintió una conexión con los misioneros a los que sirvió. “Sabía el nombre de cada misionero de mi zona y los conocía, al menos, un poco personalmente. Eso fue muy importante para mí,” dijo.
El siguiente gran milagro para Pinkston ocurrió cuando conoció a su entrenador en el campo.
Pinkston tenía casi 21 y temía tener un entrenador de 18 años que no entendiera su situación. Sin embargo, nuevamente, el Señor sabía lo que Pinkston necesitaba. Se le asignó un entrenador de 24 años que había estado fuera por 3 meses. “Luché el primer par de meses, pero debido a que era mayor, era más maduro, era tan fuerte en el evangelio, que no solo me apoyó… sino que pudo ayudarme a llegar al punto en el que no solo disfrutara de mi misión sino que fuera capaz de sobrevivir por mi cuenta,” recuerda Pinkston.
Una lesión inesperada
Si bien Pinkston definitivamente tuvo días difíciles – y semanas – en que se sentía cerca de regresar a casa, continuó lidiando con su ansiedad social y sirviendo lo mejor que podía. “Algo que aprendí con el transcurso de los años, al padecer de ansiedad y depresión, es que a veces no hay nada que puedas hacer,” comparte Pinkston. “A veces, solo tienes que soportar un poco (y, a veces mucho) de ansiedad y tu cuerpo se adapta, se acostumbra.” Cuando los tiempos se volvían difíciles, se armaba de coraje al saber que siempre había una luz al final del túnel. A pesar de lo difícil que era a veces, sabía que sus sentimientos de ansiedad y desánimo no durarían para siempre.
Mientras servía en su tercera área, Pinkston y su compañero prestaron servicio a algunos miembros del barrio, que habían pedido ayuda para cargar fardos de heno. Pinkston se había ofrecido como voluntario para cargar los fardos en la parte posterior de un camión, pero cayó de una altura de un poco más de 2m cuando el vehículo comenzó a avanzar. Además de tener una erupción en la pierna derecha y necesitar siete puntos en su oreja, se rompió el hueso escafoides de su muñeca.
Después de examinar el hueso roto de Pinkston, un especialista de Salem explicó que debido a la ubicación inusual del escafoides y al flujo sanguíneo limitado, generalmente, toma más tiempo para sanar y, en algunos casos, no se cura naturalmente. Si la muñeca de Pinkston no se sanaba por sí misma, se necesitaría una cirugía. Al ser un santo de los últimos días, el doctor también sabía que esa cirugía significaría un regreso temprano a casa para Pinkston. Ya que, no se produjo el desplazamiento del hueso roto de Pinkston, se determinó que se esperarían a ver si [la muñeca] se curaba por sí sola para que pudiera continuar su servicio misional.
Sin embargo, después de siete semanas, el hueso no mostró signos de curación. Pinkston solo podía hacer proselitismo algunas horas del día antes de que su mano se entumeciera y empezó a perder investigadores debido a que no podía trabajar. El área exitosa en la que Pinkston había trabajado tan fuerte para construir estaba decayendo, los investigadores estaban disminuyendo y Pinkston se sentía terrible. Además de eso, Pinkston no estaba durmiendo bien por la noche. Su madre, que se dio cuenta de sus ojeras en los videos que enviaba a casa cada p-day, se preocupaba continuamente. El presidente de misión de Pinkston finalmente conversó con él y le pidió que considerara ir a casa.
Llegar a un acuerdo respecto a volver a casa
Después de todo lo que había hecho para conquistar y lidiar con sus problemas emocionales, ir a casa era lo último que Pinkston deseaba hacer. “No deseaba ir a casa, en absoluto,” dijo. “Había trabajado tan fuerte para salir al campo.” Aunque Pinkston oró al respecto, no sintió que estuviera recibiendo una respuesta.
Cuando Pinkston y su compañero iban a la iglesia cada semana, los miembros de barrio preocupados lo inundaban de preguntas. “Cuando las personas me preguntaban cómo estaba, simplemente respondía y sonreía, pero [por dentro] solo decía: ‘Por favor, solo déjenme solo. Solo deseo que me dejen solo. No quiero hablar al respecto,” comparte.
Una semana particular, una mujer mayor del barrio fue especialmente persistente. Le recordó que como enfermera, sabía qué tipo de cosas necesitaba hacer para cuidar su muñera y se sanara. Pinkston, que en ese momento se sentía cansado, adolorido y temeroso de ir a casa, comenzó a frustrarse. Había ido al doctor, había seguido sus recomendaciones y ya sabía todo lo que la hermana mayor le estaba diciendo.
Sin embargo, al final de la reunión, la hermana mayor se le acercó. “Como madre, siento que tengo que hacer esto,” dijo. Lo abrazó y besó en la mejilla. Al principio, Pinkston se sorprendió y su frustración aumentó. Pero todo eso se desvaneció cuando escuchó una voz que le decía a su corazón: “Eso es de mi parte.”
“Nuevamente, esa ola de amor me golpeó,” recuerda Pinkston. “Sentí que Dios estaba satisfecho con mi servicio, que estaba haciendo mi mejor esfuerzo y que era el momento de considerar ir a casa.” Después de orar para recibir una confirmación y hablar nuevamente con su presidente de misión, abordó el avión para regresar a Utah con la intención de volver al campo misional después de que su muñeca se sanara.
Aunque milagrosamente nunca necesitó una cirugía, la recuperación de Pinkston tomó mucho más tiempo de lo que se esperaba y su vida estuvo llena de citas de seguimiento y terapia física durante los siguientes seis meses. Además, a pesar de que deseaba volver a su misión, comenzó a sentirse ansioso e indeciso acerca de si regresar realmente era lo correcto. Había enfrentado con valentía su ansiedad y depresión al salir de casa para servir la primera vez, pero eso no significaba que su lucha emocional había desaparecido. “Los primeros tres meses de mi misión fueron realmente difíciles para mí y sabiendo lo que había pasado… fue realmente difícil pensar en hacerme eso nuevamente,” expresa.
Fue durante una de sus visitas semanales al templo que Pinkston finalmente sintió paz respecto a lo que Dios deseaba que hiciera. Había considerado una misión de servicio antes de presentar inicialmente sus papeles, pero descartó la idea porque sabía que por el resto de su vida, siempre se preguntaría lo que se habría perdido al servir en una misión de proselitismo. Pero, ahora, mientras reflexionaba en el templo, se dio cuenta de que una misión de servicio realmente podría ser la respuesta. Después de consultar con sus padres y su obispo, Pinkston decidió que terminar como misionero de servicio era la mejor manera de guardar su compromiso con Dios sin dejar de recibir la ayuda física y emocional que necesitaba.
Trabajar como misionero de servicio
Desde enero de este año, Pinkston ha trabajado como misionero de servicio en el Almacén Central del Obispo en Salt Lake City. Si bien las misiones de servicio son flexibles respecto a la duración de dicho servicio, Pinkston ha decidido servir todo 2018 para completar los dos años que le había dedicado al Señor.
“Es como trabajar de nueve a cinco sin recibir un pago,” dice Pinkston entre risas. “Realmente es así.” Si bien extraña la gran espiritualidad de compartir el evangelio en su misión en Oregón, sabe que el Señor está complacido con el servicio que está brindando. Además de estar en casa y contar con el apoyo de su familia, el horario de un misionero de servicio le permite tener más tiempo para sí mismo, así como más tiempo para ejercitarse, lo que ha sido realmente importante para su salud mental y emocional.
Aunque los mensajes de los apóstoles y profetas sean claros al decir que el servicio misional es una tarea del sacerdocio, lds.org también afirma que si “tienes preocupaciones respecto a… limitaciones físicas o emocionales, debes visitar a tu obispo o presidente de rama para entender los requisitos de elegibilidad para el servicio misional.” Pinkston comparte que en base a las necesidades físicas y emocionales, una misión de proselitismo de tiempo completo realmente no es para todos. “Aunque exista la expectativa de que así sea, no es así,” dice. “Y, la expectativa, el único lugar de donde debería provenir es de Dios, y Él sabe con lo que te ha bendecido y con qué tienes que trabajar. No debería haber nadie más que deba empujarte, ya que Él es el único que sabe cuán lejos dejarte ir.”
La madre de Pinkston testifica que innumerables milagros han provenido de su voluntad de seguir sirviendo. “El milagro que veo es que Jacob no se rindió – una y otra vez, desde que era un adolescente hasta que nos mudamos aquí, cuando decidió ir a la misión y fue difícil para él. Luego, yendo y al tener que volver a casa y después, que diga: ‘Sabes qué, le dije al Señor que iba a darle dos años y eso es lo que voy a hacer.’… Si te vuelves al Señor, serás capaz de soportarlo. Eso para mí, es un milagro,” expresa.
Al reflexionar sobre su travesía, Pinkston comparte una declaración del Presidente Henty B. Eyring de un mensaje de la conferencia: “Montañas que ascender: La cura no se lleva a cabo automáticamente con el paso del tiempo, pero sí requiere tiempo. No basta sólo con envejecer; el servir a Dios y a los demás constantemente, con todo el corazón y el alma, es lo que convierte el testimonio de la verdad en fortaleza espiritual inquebrantable.”
Pinkston testifica que, para él, ha sido su servicio a los demás lo que lo ha ayudado a encontrar fortaleza reconfortante y espiritual. “Mi vida no es perfecta y estoy lejos de que las pruebas se terminen. Lo sé,” comparte. “Pero, pase lo que pase, creo que debido al servicio que he brindado y las oportunidades que he tenido, poseo la fortaleza para superarlo.”
Artículo originalmente escrito por Lucy Stevenson y publicado en ldsliving.com con el título “How One Early-Returned Missionary Continues His Service In Spite of Physical and Emotional Challenges.”