En un tono apacible y dulce, este artículo está dedicado para cada mujer de este mundo. Espero que comprenda o recuerde que ella es una hija especial de un padre y una madre celestial que la aman y desean lo mejor para ella.
El alto honor de ser mujer
Las mujeres, sin importar la cultura, condición social, raza o credo a la que pertenezcan tienen el ADN celestial y esto se puede comprobar en la sonrisa genuina de una niña, las tiernas manos de una madre, la valiente mujer defendiendo sus derechos fundamentales, el apacible abrazo de una abuela y todos los sacrificios y aportes que las mujeres, segundo a segundo, ofrecen a la humanidad.
Gordon B. Hinckley enseño:
“La mujer es la creación suprema de Dios. Sólo después de que la tierra había sido formada, después de que el día había sido separado de la noche, después de que las aguas habían sido divididas de la tierra, después de que la vegetación y la vida animal fueron creadas, y después de que el hombre había sido puesto en la tierra, se creó a la mujer; y sólo entonces fue que se pronunció que la obra estaba terminada y que era buena”.
Es por eso que el Señor da a la mujer el más alto lugar de honor en la vida humana. A fin de mantener y merecer ese alto honor, debe poseer las virtudes que siempre han exigido y siempre exigirán, el respeto y el amor del género humano.
James E. Faust enseñó:
“El que las mujeres rectas ocupen ‘el más alto lugar de honor en la vida humana’ y que sean ‘la obra perfecta de Dios’ es una de las más grandes bendiciones del género humano.
Me encanta escuchar a mi esposa Ruth y a nuestras hijas decir: ‘Qué bueno que soy mujer’. Eso me indica que captan la visión de su destino divino. Espero que ustedes hallen gozo en su papel de mujer durante todas las etapas de su vida”.
El deber sagrado de honrar a una mujer
Con énfasis en “sagrado”, una mujer debe ser honrada y amada. Sin embargo, este deber es también de cada mujer consiga misma. Claro sin caer en el egoísmo o individualismo que está muy de moda en estos tiempos.
Russell M. Nelson se dirigió hace algún tiempo a un grupo de hombres para dar consejos de cómo debería ser su trato con las mujeres, él enseñó:
“… deben saber que casi no podrían lograr su más alto potencial sin la influencia de buenas mujeres, particularmente su madre y, en unos pocos años, una buena esposa. Aprendan ahora a mostrar respeto y gratitud.
Recuerden que su madre es su madre. Ella no debería tener que dar órdenes: su solo deseo, su esperanza, su insinuación, deberían brindar una guía que ustedes deben honrar. Exprésenle su agradecimiento y su amor, y si ella está luchando por criarlos sin el apoyo del padre de ustedes, tienen el deber doble de honrarla”.
Después se dirigió a los esposos diciendo:
“Como padres, debemos tener un amor sin límites hacia la madre de nuestros hijos. Debemos concederle la gratitud, el respeto y la alabanza que ella merece.
Esposos, para mantener vivo el espíritu del romance en su matrimonio, sean considerados y bondadosos en la tierna intimidad de su vida matrimonial; permitan que sus pensamientos y acciones inspiren confianza; hagan que sus palabras sean prudentes y que el tiempo que pasen juntos sea edificante. No permitan que nada en la vida tenga prioridad sobre su esposa: ni el trabajo, ni la recreación, ni los pasatiempos”.
Si las mujeres, en su calidad de madres, esposas, abuelas, hijas, sobrinas, nietas, solteras, divorciadas, huérfanas, y más, son amadas y cuidadas como Dios espera que lo hagan, entonces se cumplirá la hermosa promesa que Gordon B. Hinckley ofreció:
“Cuando de salva a una mujer se salva a toda una generación”.