Durante años, muchas personas han conocido a los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días simplemente como “mormones”. Esta forma abreviada se volvió común incluso entre los mismos miembros, pese a que no representa el verdadero enfoque de la Iglesia ni el centro de su doctrina: Jesucristo.

En la Conferencia General de octubre de 2018, el presidente Russell M. Nelson recordó la importancia de utilizar el nombre completo de la Iglesia. 

Explicó que términos como “Iglesia Mormona” o “mormones” fueron usados desde los primeros días de la Restauración como apodos ofensivos, diseñados para minimizar la presencia del nombre del Salvador en Su Iglesia restaurada. 

Logotipo de la Iglesia que se encuentra en todas las capillas. Imagen: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días

Insistió en que estos términos ya no deben ser utilizados, ni por los miembros ni por quienes no pertenecen a la Iglesia.

A lo largo de la historia, muchos grupos sociales y étnicos han rechazado apodos despectivos que buscaban menospreciarlos. En ese sentido, resulta llamativo que los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días hayan aceptado durante tanto tiempo un apodo que deja de lado el nombre del Salvador.

Esto no significa que se le reste valor al profeta Mormón, quien fue un destacado historiador, un líder militar admirable y un hombre profundamente fiel. Sin embargo, Mormón no es el fundador ni el centro de la Iglesia. Fue un discípulo de Jesucristo, no el Hijo de Dios.

Quién fue y quién no fue Mormón

Imagen: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días

Mormón no nació de una virgen, no fue anunciado por profetas desde siglos antes, ni realizó milagros como sanar enfermos o resucitar muertos. No sufrió por los pecados del mundo, ni hubo temblores cuando falleció. Mormón no fue el Salvador.

 Él fue un testigo de Jesucristo y un testificador incansable de Su divinidad. En sus propias palabras: 

Me visitó el Señor, y probé y conocí la bondad de Jesús” (Mormón 1:15).

Su labor como historiador lo llevó a revisar registros sagrados, seleccionar los más relevantes y compilar un testimonio poderoso sobre la venida, el ministerio y el amor del Salvador. Como buen discípulo, Mormón nunca habría querido que la Iglesia de Cristo llevara su nombre.

Superar la incomodidad de corregir

Imagen: Third Hour

A muchos les cuesta usar el nombre completo de la Iglesia por temor a incomodar a los demás o parecer muy estrictos. Sin embargo, la experiencia demuestra que, cuando la corrección se hace con respeto, suele ser bien recibida.

 La mayoría de las personas no desean ofender y agradecen aprender la forma correcta de referirse a la Iglesia.

Otro obstáculo frecuente es lo largo del nombre: “La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días” no es precisamente una frase corta.

Pero eso no debe ser motivo para evitarla. Con un poco de práctica, se vuelve natural, y hasta puede usarse con un toque de humor para generar cercanía en las conversaciones.

Durante su servicio como líderes misionales, muchas personas ayudaron a los misioneros a practicar el uso del nombre completo hasta que les resultara cómodo. 

Con el tiempo, dejó de parecerles extraño dedicar unos segundos más a decirlo. Ese esfuerzo reflejaba respeto por Jesucristo y compromiso con la identidad de Su Iglesia.

Beneficios espirituales y prácticos

mujer tocando su corazón
Imagen: Canva

Más allá de aclarar malentendidos, usar el nombre correcto de la Iglesia ayuda a quienes no son miembros a comprender que se trata de una fe centrada en Jesucristo. Pero también tiene un poderoso efecto entre los propios miembros: les recuerda constantemente a quién pertenecen.

Cuando se invita a alguien a una actividad o reunión dominical, usar el nombre completo puede marcar una gran diferencia. En lugar de decir: “¿Quieres venir a mi Iglesia este domingo?”, es más preciso y significativo decir: “¿Quieres venir conmigo a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días?”. Esta forma deja claro que no es una iglesia personal, ni de un líder, sino la Iglesia restaurada por el Hijo de Dios.

mujer mirando arriba
Imagen: Unsplash

Al observar a los jóvenes de hoy, es evidente que muchos ya comprenden esta invitación profética. En clases de preparación misional, al ser preguntados por el nombre de la Iglesia, responden con seguridad: 

“Pertenezco a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días”. 

Para ellos, no hay incomodidad ni vacilación.

Tal vez, entonces, lo que impide que algunos adultos adopten esta práctica no es desinterés, sino costumbre. Pero como en todo cambio importante, vale la pena el esfuerzo.

Seguir este consejo del profeta no es simplemente una formalidad. Es una manera de honrar a Jesucristo, de fortalecer el testimonio propio y de invitar a otros con claridad y reverencia. Porque no se trata de cualquier iglesia. Se trata de Su Iglesia.

Fuente: Meridian Magazine

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