En la crianza moderna, muchos padres bien intencionados han empezado a evitar intervenir en ciertas conductas por miedo a dañar la autoestima de sus hijos. Frases como “elige tus batallas”, “déjalos aprender solos” o “ámales como son” se han popularizado como consejos. Sin embargo, cuando se interpretan como una razón para no guiar ni establecer límites, terminan causando más problemas que soluciones.

No intervenir ante ciertos comportamientos no crea hijos más seguros ni emocionalmente fuertes. Al contrario, suele generar desorden, cansancio constante y relaciones familiares cargadas de tensión. En lugar de criar niños autónomos, se generan entornos donde los padres deben manejar constantemente comportamientos fuera de control. 

Irónicamente, lo que agota no es corregir, sino no hacerlo.

familia; familia en el templo
Imagen: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días

Una de las creencias más dañinas es pensar que corregir es algo negativo. Pero no lo es, a menos que el adulto lo convierta en una experiencia negativa. Cuando un padre reacciona con enojo o frustración, la corrección se siente como una pelea. Pero si el adulto corrige con calma y claridad, por ejemplo: 

“Hijo, acabas de interrumpirme. Recuerda que puedes esperar tu turno o usar tus palabras con respeto”.

El mensaje se transmite con firmeza pero sin cargar emociones innecesarias. En ambientes donde corregir es algo común y natural, los niños no lo perciben como una amenaza.

 De hecho, se sienten más seguros. Saben que hay alguien que los guía, que les enseña y que no los deja solos frente a sus errores. Aprenden que sus decisiones tienen consecuencias y, poco a poco, desarrollan autocontrol. La corrección coherente y amorosa les enseña causa y efecto, y los prepara para gobernarse a sí mismos.

oración familiar; familia eterna
Imagen: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días

Al contrario, cuando los niños no reciben corrección constante, suelen crecer sin entender límites, sin saber cómo manejar sus emociones o cómo actuar en sociedad. Esto no solo afecta su bienestar emocional, sino también sus relaciones con los demás.

Es cierto que corregir toma tiempo y energía. Requiere atención, paciencia y constancia. Pero, a largo plazo, esa inversión se traduce en hijos más responsables, hogares más tranquilos y relaciones familiares más fuertes. Corregir con frecuencia al principio reduce la necesidad de hacerlo más adelante.

Por supuesto, no todo merece corrección. Hay que saber distinguir entre errores inocentes, como equivocarse al vestirse o no saber atarse los zapatos, y comportamientos que dañan la armonía familiar o afectan el desarrollo del niño. A veces, especialmente con los adolescentes, conviene dejar que las consecuencias naturales enseñen. Si un joven no lavó su ropa, no rescatarlo puede ser la mejor lección.

amor familiar; reconciliación
Imagen: iStock

Aunque lo ideal es empezar desde pequeños, nunca es tarde. Incluso con hijos mayores, comenzar a corregir con amabilidad y firmeza puede mejorar la relación y dar resultados duraderos. Muchos padres que comienzan este proceso en la adolescencia de sus hijos descubren cambios reales en poco tiempo.

Corregir no es controlar. Corregir es enseñar. Es demostrar amor verdadero. Cuando un padre se toma el tiempo de corregir, el mensaje que transmite es: 

“Te veo. Me importas. Estoy aquí para ayudarte a crecer”.

No temas corregir con más frecuencia. Al hacerlo, construirás un hogar más tranquilo, una relación más sólida y criarás hijos más seguros y preparados para enfrentar el mundo.

Fuente: Meridian Magazine

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