Con la llegada de la pandemia, los gobiernos no dudaron en cerrar las iglesias, las mezquitas y las sinagogas con la finalidad de prevenir la expansión del COVID-19.
Sin embargo, a medida que pasó el tiempo, se decidió levantar gradualmente las restricciones impuestas a los lugares de culto en algunos países.
Afortunadamente, las cosas están mejorando gradualmente de forma general. Los servicios de adoración están ampliando tentativamente sus reuniones en persona.
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No obstante, necesitaremos que la fe juegue un papel más que secundario en nuestras vidas, ya que será esencial para la sanación.
Hace casi un año, me pregunté cómo encontraríamos sentido a esta pandemia. Faltaba menos de una semana para el Domingo de Pascua y las promesas de poder celebrar como de costumbre se fueron con el creciente recuento de fallecidos por COVID.
La vida era cualquier cosa menos como esperaba que fuera.
La respuesta fue que el mundo cristiano encontrará significado en y a través del progenitor de la fe, un hombre que conoce bien el dolor.
Más que cualquier Pascua que haya experimentado, el año pasado capturé de manera muy personal la esperanza que puede surgir de una temporada de angustia. Parecía una alegoría de la vida de Jesucristo.
Eso fue al principio. Este año parece ser lo mismo pero también comenzamos a ver una luz al final del camino. Aun así, para encontrar un cierre de la amargura de los últimos 12 meses, la misma pregunta exige una respuesta de nuestra parte hoy.
¿Cómo le daremos un significado a todo lo que está sucediendo?
No será fácil. “Nuestra crisis de aislamiento, división y conflicto cultural es en muchos aspectos una crisis de significado”, escribe Yuval Levin, académico de American Enterprise Institute para Deseret News.
Las instituciones de la sociedad cumplen un propósito específico y el papel de la religión es elevar las almas de los hombres y dar sentido a esta existencia. Sin embargo, cuando la religión declina, también lo hace el significado que le da a la sociedad.
Hemos sido testigos de ello en los últimos meses. La lucha social y la agresión son manifestaciones de una sociedad “sin un vocabulario tradicional de pecado o redención”, escribe Levin.
La gente está hambrienta de una brújula moral y “las formas mismas de nuestros conflictos sobre la raza, la sexualidad y el significado de nuestra historia son una indicación de tal hambre”.
Esa hambre se está extendiendo. No obstante, pronto volveremos a estar adorando bajo un mismo techo.
Verás personas que inundaron Facebook con memes sobre el COVID y otras personas que perdieron familiares a causa del virus. Algunos habrán participado en las manifestaciones de Black Lives Matter, otros podrían haber protestado en contra o en varias partes de Latinoamérica hayan sido parte de manifestaciones en contra de sus gobiernos.
Entonces, ¿qué sucederá?
Cada fiel habrá sufrido a su manera. No obstante, cada uno necesitará sanar para seguir adelante. No encontraremos sentido fingiendo que el pasado no sucedió, ni podremos encontrar sentido luchando entre nosotros.
Quizás haya una tercera forma: permitir que nuestro dolor colectivo actúe a través de nosotros y encuentre un significado cuando llegue a su fin.
Durante años, David Kessler y Elisabeth Kübler-Ross, los principales expertos en duelo del mundo, expusieron las cinco etapas del proceso de duelo: negación, ira, negociación, depresión y aceptación.
Sin embargo, después de perder a su hijo de 21 años, Kessler introdujo una sexta etapa hace dos años: el significado. Esto indica que el dolor no termina al aceptar la realidad. El dolor termina con una nueva comprensión que dará forma a nuestro mundo en el futuro.
En un entorno de fe, eso requiere mucha empatía, lo que el columnista David Brooks llama “verse profundamente”. Pero, ¿ese no es el don de la religión institucionalizada?
En el mejor de los casos, la adoración permite que las clases y las culturas se unan en un propósito en común.
Nuestras iglesias están diseñadas para colocar a “los más pequeños” al mismo nivel que los más visibles de la sociedad. En ese sentido, la verdadera religión requiere que aprendamos y nos sirvamos unos a otros, incluso si esa otra persona nos ha ofendido.
Depende de nosotros elegir lo que la religión nos pide o suplantar esas demandas con nuestros propios evangelios.
“¿También vosotros queréis iros?” Jesús preguntó a sus apóstoles después de predicar una doctrina dura.
La adoración religiosa después de la pandemia nos hace la misma pregunta. ¿Nos abrazaremos en nuestra debilidad y avanzaremos unidos, o nos volveremos hacia adentro con amargura?
Los mejores esfuerzos para sanar las tragedias del año se llevarán a cabo dentro de nuestras casas de culto si permitimos que las instituciones cumplan su propósito.
No dar marcha atrás a esas demandas enmendará nuestros corazones y, con esfuerzo, sanará a una nación.
Fuente: Deseret News