Una de las ideas más consolidadas en el pensamiento científico actual es que todo el universo se originó a partir de una gran explosión, conocida como el Big Bang.
La mayoría de los miembros de la Iglesia, al encontrarse con esta visión, tienden a verla como falsa, o al menos a darle la espalda al asunto, tomándolo como un tema sin respuesta.
Este artículo no tiene como objetivo presentar el problema como un tema resuelto, sino como conciliable con las revelaciones, tanto modernas como antiguas, del evangelio de Jesucristo.
La creación descrita en las Escrituras se refiere únicamente a la creación de esta Tierra
Cuando leemos sobre la creación en las Escrituras (Génesis 1, Moisés 2 y Abraham 4), no se menciona al Big Bang; sin embargo, debemos recordar que este es un relato solo de esta tierra (Moisés 1:35). Fue el Salvador Jesucristo, bajo la dirección del Padre, que creó la Tierra.
“En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. – Génesis 1: 1
Los “cielos” a los que se hace referencia en el relato de la creación probablemente se refieran a la atmósfera terrestre en expansión.
La manera en que se desarrolló para permitir la entrada de luz (1er día de la creación), la formación de nubes de lluvia (2do día de la creación) y, en el futuro, una mayor transparencia y visualización de los cuerpos celestes a nuestro alrededor (4to día de la creación).
La creación del universo en su conjunto, así como las diversas creaciones adicionales de Dios, no se mencionan en detalle en las Escrituras.
Al comprender que el universo como un todo no puede tener un comienzo representado en el relato de las Escrituras, también pone fin a otro debate: la edad del universo.
Las teorías cosmológicas más recientes sugieren que el universo tiene alrededor de 13,7 mil millones de años. Sin embargo, la edad de la Tierra no se ha definido con precisión en las Escrituras.
Algunas interpretaciones de los registros sagrados sugieren edades menores a la del universo como un todo. Si deseas saber más sobre las 3 posibles teorías sobre la edad de nuestro planeta, puedes leer el segundo y tercer capítulo del manual “Antiguo Testamento: Génesis-2 Samuel”
La Iglesia no tiene una postura oficial sobre este asunto. No obstante, las interpretaciones más aceptadas sobre la edad del universo realizadas por líderes de la Iglesia no entran en conflicto con la edad del universo tal como se mide actualmente.
La materia preexistente y la creación del universo
El relato bíblico de la creación a menudo se interpreta como la creación del universo a partir de la nada. Sin embargo, un estudio profundo de la Biblia en su idioma original, realizado por el profeta José Smith, junto con su visión inspirada sobre el tema, sugiere una perspectiva diferente.
El profeta José Smith enseñó:
“Si preguntamos a los sabios doctores por qué dicen que el mundo fue hecho de la nada, ellos nos contestan: ‘¿Acaso no dice la Biblia que Dios creó el mundo?’ Y concluyen, por la palabra crear, que debe de haber sido hecho de la nada.
Pero la palabra crear vino del término hebreo ‘baurau’, que no significa crear de la nada, sino manifestar, dar forma, organizar, así como un hombre organiza los materiales y construye un barco.
De manera que podemos deducir que Dios tenía a su disposición los materiales para organizar el mundo de todo aquel caos, es decir, materia caótica, que es elemento, y en el cual mora toda gloria.
Los elementos han existido desde que nosotros tuvimos existencia. Los principios puros de los elementos son principios que jamás pueden ser destruidos; pueden ser organizados y reorganizados, mas no destruidos. No tuvieron principio, y no pueden tener fin”. (Enseñanzas del Profeta José Smith, págs. 433-436.)
La ciencia moderna nos ha enseñado que los elementos pesados que componen nuestro planeta, como el carbono, el oxígeno, el silicio y el azufre, se formaron en el interior de estrellas masivas que explotaron como supernovas.
Este proceso de explosión estelar fue un paso crucial en la formación de la Tierra, ya que proporcionó los elementos básicos para la formación de rocas, minerales y vida.
Sin embargo, las partículas fundamentales que componen estos elementos pesados son eternas e inmutables. Existieron en un estado caótico antes de ser organizadas en los elementos que conocemos hoy. Como dijo el profeta José Smith, la materia caótica ya existía antes de la creación del universo.
La teoría del Big Bang propone que nuestro universo se originó a partir de un punto extremadamente denso y caliente hace unos 13,8 mil millones de años. Desde entonces, el universo se ha expandido y enfriado, permitiendo la formación de estrellas, galaxias y planetas.
A la luz de estos conocimientos científicos, la doctrina del Evangelio no parece entrar en conflicto con la idea de un universo en expansión que se originó a partir del Big Bang.
De hecho, la existencia de materia preexistente en un estado caótico antes del Big Bang se alinea con la enseñanza del profeta José Smith de que Dios organizó el mundo a partir de materiales preexistentes.
Si estos elementos pesados existieron antes de nuestro universo actual es un tema para otro artículo (“Breve historia del tiempo”, Stephen Hawking). Sin embargo, nuestro entendimiento actual sugiere que un posible estado anterior no afectaría la creación y evolución de nuestro propio universo.
La ausencia de evidencia de la creación a partir de la nada y la posibilidad de la intervención divina
La cosmología ha logrado avances significativos en nuestra comprensión del origen del universo. Sin embargo, a pesar de este progreso, no ha habido evidencia concreta que sugiera que el universo se originó a partir de la “nada” absoluta.
Los científicos han llegado a comprender los primeros momentos del universo, fracciones de segundo después del Big Bang. Sin embargo, no han podido identificar con precisión el punto de singularidad, el momento en que toda la materia y la energía del universo estaban concentradas en un punto infinitamente pequeño.
Si no podemos encontrar evidencia de la “nada” absoluta, esto abre la posibilidad de que seres espirituales con poder para crear hayan estado presentes en el origen del universo.
Esta no es una teoría científica, sin embargo, la ausencia de evidencia da espacio para esta posibilidad. La fe y la ciencia no son necesariamente incompatibles y ambas pueden ofrecer perspectivas valiosas sobre el origen y la naturaleza del universo.
Testimonios de la creación que se complementan
A pesar de saber y testificar de la grandiosidad del poder divino al crear y organizar todas las cosas, no sabemos exactamente el proceso real utilizado por el Creador.
Por otro lado, la teoría del Big Bang nos ofrece una explicación científica de cómo todo lo que conocemos en el universo evolucionó desde un punto extremadamente denso, caliente y pesado hasta el estado actual.
Sin embargo, cuando intentamos unir las dos teorías físicas más prometedoras (la relatividad general y la mecánica cuántica) para explicar el origen del universo, las ecuaciones simplemente no encajan.
Esto nos indica que hay un vacío en nuestra comprensión científica del universo en sus primeros momentos.
En contraste, ambas doctrinas, la del evangelio y la científica, afirman la existencia de un acto creativo. La ciencia nos dice “cómo” ocurrió la creación, mientras que la fe nos dice “quién” la llevó a cabo.
La ciencia no está buscando pruebas para las doctrinas religiosas. De la misma manera, la religión tampoco necesita las pruebas de la ciencia para fundamentar su certeza en la existencia de Dios.
Es su amor por nosotros lo que hace que nos dé a conocer algunos de sus misterios. Muchos de ellos vienen por medio de sus Escrituras, pero si es por medio de la ciencia, ¿por qué deberíamos rechazarlo?
El presidente Russell M. Nelson enseñó:
“La verdad es la verdad! No es divisible y no se puede prescindir de ninguna de sus partes”.
La obra de Dios es perfecta y tiene los medios de hacérnosla saber.
A pesar de que no la comprendemos a cabalidad, y sabemos que jamás llegaremos a conocer todos los misterios divinos en esta vida (o al menos una buena parte de ellos), nos queda, como seres mortales e imperfectos, aceptar y tratar de entender con alegría aquello que se nos presenta.
Fuente: Maisfe.org