¡Aquí no hay ninguna bomba!
Años atrás, la conferencia general se llevaba a cabo en el Tabernáculo de la Manzana del Templo, el comisionado de seguridad pública de Utah recibió una llamada telefónica y escuchó:
“Hay una bomba en el Tabernáculo y explotará en 20 minutos”.
Debido a eso, el comisionado envió rápidamente al equipo de prevención de bombas al lugar. Al llegar, uno de los encargados se dirigió apresuradamente por la puerta del coro del tabernáculo y se dirigió al presidente Harold B. Lee y le dijo:
“Nos han informado que hay una bomba en el edificio que explotará pronto”.
Y para ese momento, por supuesto, quedaban menos de 20 minutos antes de que el explosivo detonara.
Al escuchar esto, el presidente Lee se quedó quieto por un momento y le dijo al hombre:
“Aquí no hay ninguna bomba, relájate”.
Al salir del lugar, el joven reportó:
“Dice que no hay ninguna bomba”.
El líder de equipo exclamó:
“¿Quién es ‘él?’”
Bueno, era el presidente Lee, por supuesto. A pesar de la aparente amenaza para miles de vidas en el Tabernáculo, el presidente Lee estaba seguro de que no había una amenaza real y rechazó la emergencia y la conferencia continuó sin interrupciones.
Querido Tommy, ahora estoy en paz
En 1969, el presidente Thomas S. Monson compartió un discurso titulado “Señora Patton, Arthur Vive”
La Señora Patton, a la que se refería era una persona real que había conocido muchos años atrás, pero que no era miembro de la Iglesia.
El presidente Monson no tenía ninguna expectativa de que ella escuchara su discurso, pero la mencionó como una forma de fortalecer a todos los miembros en esperanza y amor mientras enfrentaban los desafíos de la vida.
Aquí está la historia. Cuando era niño, el presidente Monson y sus amigos conocieron a un chico mayor llamado Arthur Patton y al cual admiraban.
Arthur se había enlistado en la marina durante la Segunda Guerra Mundial. Su madre viuda había colocado una estrella azul en la ventana de su casa como símbolo que indicaba que su hijo llevaba el uniforme de su país y estaba sirviendo activamente.
Cuando el joven Tommy Monson pasaba por la casa de la Sra. Patton, ella a menudo abría la puerta y lo invitaba a leer la última carta de Arthur. Sus ojos se llenaban de lágrimas y le pedía a Tommy que leyera la carta en voz alta.
En 1944, Arthur finalmente falleció durante la guerra en el mar cuando su barco fue atacado en el Pacífico Sur. La Sra. Patton quitó la estrella azul de su lugar en la ventana delantera y la reemplazó con una estrella dorada, indicando que su hijo había muerto en combate.
En su discurso, el presidente Monson compartió:
“Una luz se apagó en la vida de la Sra. Patton. Ella se tambaleaba en una oscuridad total y en la profunda desesperación”.
Al enterarse de la muerte de Arthur, el joven Tommy Monson caminó hacia su casa preguntándose qué palabras de consuelo podría ofrecerle.
Luego comentó:
“La puerta se abrió y la señora Patton me abrazó como si fuera su propio hijo y me dijo: ‘Tommy, no pertenezco a ninguna iglesia, pero tú sí. Dime, ¿Arthur volverá a la vida?’, con lo que sabía le testifique que Arthur viviría de nuevo”.
Ese fue el mensaje del presidente Monson para la Sra. Patton, un mensaje que sabía que ella no escucharía, pero que al menos podría ser una fuente de consuelo y paz para los miembros de la Iglesia que escucharan su historia y su mensaje para ella.
El presidente Monson no tenía conocimiento de que la señora Patton seguía con vida y residía en California. Tampoco estaba al tanto de que sus vecinos eran miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
Además, desconocía por completo que ellos le habían extendido una invitación a la señora Patton para ver una sesión de la conferencia general en su hogar.
Por ende, los vecinos no tenían manera de saber quién sería el discursante en dicha sesión, ni de qué trataría su discurso.
A pesar de estas incertidumbres, la señora Patton se encontraba frente al televisor, viendo a Tommy Monson, que en ese entonces era un apóstol del Señor, hablarle directamente.
Tiempo después, el presidente Monson recibió una carta suya:
“Querido Tommy:
Espero que no te importe que te llame Tommy, ya que siempre pienso en ti con ese nombre. No sé cómo darte las gracias por el reconfortante discurso que diste.
Arthur tenía 15 años cuando se enlistó en la Marina. Falleció el 5 de julio de 1944, un mes antes de cumplir los 19 años.
Fue maravilloso que pensaras en nosotros. No sé cómo darte las gracias por tus palabras de consuelo cuando Arthur murió, así como en tu discurso. A través de los años he tenido muchas dudas, y tú las has aclarado. Ahora me siento en paz en cuanto a Arthur… Que Dios te bendiga y te cuide siempre.
Con cariño,
Terese Patton”.
Una noche lluviosa en Alemania
Hace años, un miembro de la Iglesia llamado Percy K. Fetzer asistió a la sesión del sacerdocio de la conferencia general. Llegó temprano con sus amigos y tuvieron dos horas de espera antes de que comenzara la reunión.
Mientras estaban sentados, Percy Fetzer compartió con sus amigos una experiencia de sus días como misionero en Alemania, muchos años atrás. Describió cómo una noche lluviosa él y su compañero debían compartir un mensaje del evangelio con un grupo reunido en una escuela.
Sin embargo, un manifestante había difundido falsedades sobre la Iglesia y como resultado, varias personas en la audiencia amenazaron con lastimar a los dos misioneros.
En un momento crítico, una mujer, una viuda, se interpuso entre los élderes y el grupo enojado y dijo:
“Estos jóvenes son mis invitados y ahora vienen a mi casa. Por favor, abran paso para que podamos irnos”.
La multitud les abrió paso y los misioneros luego caminaron bajo la lluvia con esta viuda, llegando finalmente a su modesta casa. Ella colocó sus abrigos mojados sobre las sillas de la cocina e invitó a los misioneros a sentarse a la mesa mientras ella les preparaba algo de comer.
Después de comer, los élderes presentaron un mensaje del evangelio.
Se invitó al hijo joven de la mujer a sentarse en la mesa, pero él se negó. En cambio, se acurrucó detrás de la estufa de la cocina para mantenerse abrigado.
Al terminar, Percy Fetzer comentó:
“Aunque no sé si esa mujer alguna vez se unió a la Iglesia, siempre estaré agradecido con ella por su amabilidad en esa noche lluviosa hace treinta y tres años”.
Luego de compartir sus experiencias, Percy Fetzer y sus amigos comenzaron a escuchar la conversación de los hermanos delante de ellos. Uno de ellos le preguntó al amigo que estaba a su lado:
“Cuéntame, ¿cómo llegaste a ser miembro de la Iglesia?”.
El amigo respondió:
“Una noche lluviosa en Alemania, mi madre trajo a nuestra casa a dos misioneros empapados a los que había rescatado de una multitud. Mamá alimentó a los élderes y ellos le presentaron un mensaje sobre la obra del Señor.
Me invitaron a unirme a la discusión, pero era tímido y temeroso, así que me quedé seguro en mi lugar detrás de la estufa. Más tarde, cuando volví a escuchar sobre la Iglesia, recordé el valor y la fe, así como el mensaje, de esos dos humildes misioneros, y esto condujo a mi conversión.
Supongo que nunca conoceré a esos dos misioneros aquí en la mortalidad, pero siempre les estaré agradecido. No sé de dónde eran. Creo que uno se llamaba Fetzer”.
En ese momento, con lágrimas recorriendo sus mejillas, Percy Fetzer tocó el hombro del hombre delante de él, anunció simplemente:
“Yo soy el élder Fetzer”.
Los dos se volvieron a encontrar, ahora uno en el evangelio, 33 años después de esa noche lluviosa en Alemania. Y fue la conferencia general la que los unió.
En la presencia de personajes vistos e invisibles
Además de la oportunidad de reunirnos con profetas, videntes y reveladores vivos, hay otra bendición sagrada en la conferencia general: el milagro de quiénes más nos acompañan. En una ocasión, Wilford Woodruff compartió que:
“Durante mis viajes por el sur del país el invierno pasado, tuve muchas entrevistas con el presidente Young, con Heber C. Kimball, George A. Smith, y Jedediah M. Grant, y muchos otros que han fallecido. Ellos asistieron a nuestra conferencia, estuvieron presentes en nuestras reuniones”
Los Santos no estaban solos cuando se reunían y Wilford Woodruff quería testificar de eso. Y, por supuesto, nada ha cambiado desde entonces.
Para nombrar solo un ejemplo, en el funeral del presidente Joseph Fielding Smith, Bruce R. McConkie recibió una visión que le mostraba que Joseph F. Smith y otros en el mundo de los espíritus estaban presentes.
Además esto también fue destacado por el presidente Harold B. Lee, quien habló de “personajes” presentes que no se veían y aquellos que sí.
“¡Quién puede decir si acaso nuestro propio Señor y Maestro no estará cerca de nosotros en una ocasión como ésta… ‘He aquí, de cierto, de cierto os digo, que he puesto mis ojos sobre vosotros. Estoy en medio de vosotros y no me podéis ver’ (Doctrina y Convenios 38:7)”.
Todo esto da contexto al anuncio del presidente Nelson al comienzo de la conferencia general de abril de 2020:
“Sé que Dios, nuestro Padre Celestial, y Su Hijo, Jesucristo, nos tienen presentes. Ellos estarán con nosotros en las reuniones de estos dos gloriosos días conforme procuremos acercarnos a Ellos y honrarlos”.
Todas estas experiencias nos ayudarán a prepararnos para la conferencia general de manera más profunda. Al escucharlas, sabemos que no solo nos reuniremos con quienes podemos ver y escuchar, sino también con otros, del otro lado del velo, ya que estarán presentes en todos los momentos.
Ese es el milagro más significativo de todos en la Conferencia General.
Fuente: Meridian Magazine
Video relacionado
@masfe.org Tú también puedes volver a empezar, solo necesitas escuchar lo que Dios tiene para ti. Este 6 y 7 de abril no te pierdas la oportunidad de escuchar el mensaje tan especial que Él tiene para ti en la Conferencia General N° 194. #volveraempezar #nacerdenuevo #bautismo #conferenciageneral #cristianos #sud #cambiodevida #jesusmecambio #jesus #sud #iglesiadejesus ♬ original sound – 𝐈𝐒𝐌𝐎𝐒