Llega el día. Ese que parecía tan lejano cuando comenzó la misión. El día en que un joven cuelga su plaquita, guarda sus escrituras gastadas y aborda un avión de regreso a casa.

Han pasado dos años desde que dejó todo atrás: su familia, sus estudios, sus amigos, su rutina. Se fue con una sola meta: ayudar a otros a venir a Cristo. 

Lo que pocos sabían entonces —ni siquiera él mismo— es que, en el intento de cambiar vidas, la suya sería la más transformada.

misoneros
Imagen: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días

Durante la misión, su vida fue distinta. Cada día estuvo marcado por el sacrificio y la entrega. Aprendió a levantarse temprano, a caminar largas distancias bajo el sol o la lluvia, a enfrentar el rechazo con paciencia, a consolar con palabras sencillas y a enseñar con el poder del Espíritu.

Descubrió lo que significa orar de verdad, llorar por alguien que apenas conocía y confiar en Dios cuando no había respuestas fáciles. Fue testigo de cambios profundos en otras personas, pero también en sí mismo.

El Evangelio, que antes era solo parte de su vida, se volvió el centro. Lo conocía desde niño, pero fue en el campo misional donde aprendió a vivirlo, a amarlo y a confiar plenamente en él. Las doctrinas que enseñaba se convirtieron en parte de su identidad. 

Y, sobre todo, desarrolló una relación real con Jesucristo, no basada solo en conocimiento, sino en experiencia. 

tres misioneros caminando
Misioneros en el CCM. Créditos: Jeffrey D. Allred, Deseret News

Conoció al Salvador en el servicio silencioso, en las oraciones por los demás, en las calles solitarias donde a veces se sentía olvidado, y en los momentos en que el Espíritu lo sostenía cuando sus fuerzas humanas no alcanzaban.

Ahora ha regresado. Su familia lo recibe entre abrazos y sonrisas. Pero no es el mismo. Hay algo distinto en su forma de mirar, de hablar, de estar presente. 

Es el mismo hijo, el mismo hermano, el mismo amigo… pero también es otro. Uno que ha sido moldeado por la experiencia sagrada del servicio misional.

Ese cambio no siempre es visible a primera vista, pero se siente. En casa, sus palabras tienen más peso. Su testimonio es más firme. Su serenidad inspira. 

misioneros leyendo las escrituras
Imagen: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días

Ya no necesita una plaquita en el pecho para saber quién es ni para recordar a quién representa. El nombre de Cristo, que durante dos años llevó al lado de su corazón, ahora está grabado en lo más profundo de su ser.

Lo más valioso que trae de regreso no está en su maleta. No son las cartas, ni las fotos, ni los diarios de experiencias. Es lo que no se ve: la fe más firme, la convicción más profunda, el amor más puro por Dios y por sus hijos. 

Ya no predica por asignación, sino por decisión. Ya no vive el Evangelio por rutina, sino por deseo. Su discipulado no terminó con la misión; apenas comienza en una nueva etapa.

Y es que, aunque la misión de tiempo completo haya concluido, el compromiso con el Señor no lo ha hecho. Ahora empieza el reto mayor: vivir como discípulo en medio de una vida sin horarios misionales, sin entrevistas semanales, sin metas establecidas por líderes. Ahora su guía es el Espíritu. Su meta, permanecer firme. Su deber, seguir sirviendo.

misioneros mirando al pulpito
Imagen: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días

En él se cumple lo que tantas veces se dice pero solo se entiende al vivirlo: el mayor converso de la misión es el propio misionero. Porque nadie sale a predicar el Evangelio con el corazón abierto sin terminar siendo tocado, transformado, fortalecido.

Un misionero ha regresado. Pero no ha vuelto igual. Vuelve con más cicatrices, pero también con más luz. Con un corazón más lleno, con una fe más probada, con una visión más amplia. 

Vuelve sabiendo que el Evangelio no se enseña solo con palabras, sino con la vida misma. Y que seguir a Cristo no es algo que se deja atrás al quitarse la placa, sino una decisión diaria que se renueva en cada acto de fe.

Ese joven que un día partió con sueños e ilusiones, hoy regresa con testimonio, madurez y propósito. El mismo que salió para invitar a otros a cambiar, ha cambiado él mismo. Y eso, sin duda, es el milagro más grande de todos.

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