Cuando regresé a casa de mi misión, mi primer jefe a menudo usaba palabras como “cuando tengas tiempo, por favor ven a verme” cuando realmente quería decirme “ven a verme de inmediato”.
Otro jefe me decía “me preguntaba si podrías…” cuando realmente estaba pidiendo “necesito que hagas…”.
¿Con qué frecuencia comunicamos lo que realmente deseamos expresar? ¿Cuán a menudo mostramos amabilidad en nuestras interacciones?
Como un terapeuta que trabaja en una prisión, descubrí que hay tres palabras muy irrespetuosas que, si un recluso se las dice a otra persona, desencadenarían inmediatamente una pelea a golpes.
Otra experiencia que tuve fue con un joven de 24 años que solía decir groserías por casi cada tres palabras. En un momento le pregunté: “¿Qué estás tratando de demostrar? ¿A quién estás intentando convencer?”.
Una de las reglas que establecimos en el grupo de terapia fue evitar el uso de groserías. Algunos miembros del grupo se quejaron de que esto les impedía ser auténticos a su persona.
El desafío para ellos fue: “Sí, tienen el poder de controlar quiénes son. Esto significa que no tendrán que regresar a prisión”.
El Dr. Gary Chapman, en su libro “Los 5 lenguajes del amor” explicó un lenguaje del amor: las “palabras de afirmación”.
Estas pueden elevar, edificar y fortalecer a quienes nos rodean. Las palabras también pueden ser sarcásticas, malintencionadas o despectivas y pueden dañar y destruir relaciones.
Una de mis antiguas compañeras de clase, Kelly O’Horo, compartió recientemente este sabio consejo: “Di lo que piensas, haz lo que dices y no seas grosero”.
En el Nuevo Testamento,Santiago 3:2 nos enseña:
“Porque todos ofendemos en muchas formas. Si alguno no ofende de palabra, este es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo”.
En el Libro de Mormón, el profeta Alma enseñó:
“Nuestras palabras nos condenarán, sí, todas nuestras obras nos condenarán; no nos hallaremos sin mancha, y nuestros pensamientos también nos condenarán. Y en esta terrible condición no nos atreveremos a mirar a nuestro Dios, sino que nos daríamos por felices si pudiéramos mandar a las piedras y montañas que cayesen sobre nosotros, para que nos escondiesen de su presencia” (Alma 12:14)
El presidente Thomas S. Monson enseñó:
“Dale Carnegie, un destacado autor y catedrático norteamericano, pensaba que cada persona llevaba en su interior “el poder para aumentar la suma total de [la] felicidad del mundo … al brindar algunas palabras de sincero agradecimiento a alguien que se sienta solo o desanimado”.
Él dijo: Tal vez ustedes olviden para mañana las palabras amables que digan hoy, pero el que las reciba quizás las atesore toda una vida”.
Ruego que empecemos hoy, este mismo día, a expresar amor a todos los hijos de Dios, ya sean nuestros familiares, nuestros amigos, personas que sean sólo conocidas o totalmente extrañas. Al levantarnos cada mañana, estemos resueltos a responder con amor y bondad a cualquier cosa que nos pueda salir al paso”.
Cómo este himno nos recuerda:
“Nuestros tiernos acentos se recordarán; darán a las almas solaz. Oh, hablemos con tiernos acentos, palabras de gozo y paz”.
Que el Señor nos bendiga para que nuestras comunicaciones sean con amor, el mismo amor que nos da nuestro Salvador.
Fuente: Meridian Magazine