Cómo el amor de mi barrio me sostuvo cuando más lo necesité

La mayor parte de mi familia ha fallecido y, a mis 75 años, mi barrio ha sido más que un lugar de adoración; ha sido mi familia.

Hace unos meses, sufrí una caída y me fracturé la cadera. Mientras me trasladaban al hospital, sentí miedo y soledad. Me pregunté: ¿Cómo me las arreglaré sin ayuda? Mi hijo vive en otro estado con su familia y responsabilidades. Pensé que no tenía a nadie, pero pronto descubrí que no estaba sola.

Cuando aún estaba en la sala de emergencias, mi obispo llegó y me dio una bendición de salud. Mis amigos del barrio se sentaron a mi lado, oraron conmigo y me consolaron cuando más lo necesitaba.

Las misioneras llamaban casi todos los días para compartirme un mensaje, lo que me llenaba de esperanza y me hacía sentir que todo estaría bien.

Una amiga incondicional

Imagen: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días

Una de las mayores bendiciones durante este tiempo fue mi querida amiga Jordan. Ella fue la primera en llegar al hospital aquella noche. Desde ese momento, se preocupó por mí y me visitó todos los días, asegurándose de que tuviera lo que necesitaba.

Cuando regresé a casa, su ayuda no terminó ahí. Se aseguró de que no me perdiera ninguna actividad del barrio. Si no podía salir, organizaba visitas o buscaba la manera de que pudiera participar. Gracias a su apoyo y cariño, nunca me sentí excluida ni olvidada.

Un reflejo del amor de Cristo

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Imagen: Canva

El amor y la bondad de Jordan han sido un reflejo del amor de Jesús. A través de su servicio desinteresado, me ha mostrado lo que significa verdaderamente “cargar los unos con las cargas de los otros” (Mosíah 18:8). No solo me ayudó físicamente, sino que fortaleció mi espíritu en un momento de debilidad.

Esta experiencia me enseñó que la familia del barrio es más que un grupo de personas con quienes nos reunimos los domingos. Es una red de apoyo que Dios nos ha dado, una extensión de Su amor en la Tierra. Aunque mi familia biológica está lejos y muchos de mis seres queridos han partido, sé que no estoy sola.

Doy gracias a Dios por haberme dado un barrio lleno de personas dispuestas a servir y amar sin esperar nada a cambio. Y, sobre todo, doy gracias por Jordan, cuya amistad y ejemplo me recuerdan constantemente que el amor de Cristo se manifiesta a través de los demás.

Fuente: LDS Daily

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