Una tarde, sentada en un Chili’s con una amiga, tuvimos una conversación profunda sobre el evangelio. En medio de nuestra charla, ella me dijo:
«No sé cómo reconciliar lo que sí creo con lo que no estoy segura de creer».
Vaya, si sabía lo que se sentía.
Nací en el convenio, es decir, nací en un hogar Santo de los Últimos Días y estudié en Brigham Young University. Sin embargo, durante mi primer año, me sentí completamente fuera de lugar en las discusiones de la Iglesia.
Parecía que todos sabían cosas que yo no, y mi inseguridad se convirtió en vergüenza. Con el tiempo, esos sentimientos me alejaron de la actividad en la Iglesia durante la mayor parte de mis 20 años.

Parecía que todos sabían cosas que yo no, y mi inseguridad se convirtió en vergüenza. Imagen: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días
A los 29, volví a asistir con regularidad, me investí a los 32 y sentí que estaba en el camino que debía seguir. Pero, a pesar de mis esfuerzos, la duda seguía ahí. Oraba constantemente, iba a la Iglesia y visitaba el templo de vez en cuando, pero sentía que estaba atrapada en un estado intermedio. Y eso era agotador.
No fue sino hasta mis 40 que experimenté un cambio inesperado. Escuché algo sobre el evangelio que antes habría despertado más dudas en mí, pero esta vez no lo hizo. En ese momento, entendí que estaba bien no saberlo todo.
Por primera vez en mi vida, comprendí que mi fe no tenía que ser «todo o nada». Lo que sí sabía era suficiente por ahora, y con el tiempo, otras cosas tendrían sentido. Sentí que un peso enorme se levantaba de mis hombros.

Él había visto cuánto me esforzaba, sabía cuánto dejarme luchar y cuándo brindarme alivio. Imagen: Canva
Así que, cuando mi amiga expresó su preocupación en Chili’s, le respondí:
«Tuve las mismas inquietudes por mucho tiempo. Pero en algún momento, simplemente dejé de luchar con ellas y entendí que no necesitaba todas las respuestas de inmediato.»
En el instante en que lo dije, sentí a Dios hablándome:
«Ese fue mi regalo para ti.»

Y, aunque no tengo todas las respuestas, sé que Él me las dará en el momento perfecto. Imagen: Shutterstock
Por años, había pensado que superar mis dudas había sido solo mi esfuerzo. Pero en ese momento, supe que el Señor había estado allí todo el tiempo. Él había visto cuánto me esforzaba, sabía cuánto dejarme luchar y cuándo brindarme alivio.
Hoy, siento Su guía con más frecuencia. Y, aunque no tengo todas las respuestas, sé que Él me las dará en el momento perfecto.
Fuente: LDS Living
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