En las aguas del bautismo, hacemos la promesa de ser testigos de Dios “en todo tiempo y en todas las cosas, y en todo lugar” (Mosíah 18:9).
Este compromiso se extiende más allá de las paredes de nuestra Iglesia y templos por medio de cada aspecto de nuestras vidas.
Pero, ¿qué significa verdaderamente ser un testigo de Dios?
Exploremos esta responsabilidad sagrada con estos principios claves: permanecer fieles a nuestros convenios, ser guiados por el Espíritu, mantener nuestra integridad y reflejar el amor de Dios.
Permanecer fieles a nuestros convenios con Dios
Los convenios con Dios son la base de nuestro discipulado. Son promesas sagradas que hacemos, no solo para ser fieles, sino para vivir activamente nuestra fe.
Permanecer fieles a estos convenios significa alinear continuamente nuestras acciones, pensamientos y deseos con la voluntad de Dios.
En la práctica, esto implica la participación regular en las ordenanzas del evangelio, como participar de la Santa Cena, asistir al templo y santificar el día de reposo. También involucra compromisos personales como la oración diaria, el estudio de las Escrituras y el servicio a los demás.
Estas acciones pueden fortalecer y profundizar nuestra relación con el Padre Celestial, capacitándonos para mantenernos firmes como testigos de Él.
Debemos elegir, mantener y proteger nuestros convenios si alguna vez nos encontramos en situaciones que podrían debilitarlos o incluso romperlos.
Ser guiados por el Espíritu para ser sensibles en lo que compartimos y cómo lo hacemos
Como testigos de Dios, estamos llamados a compartir el evangelio con los demás. Sin embargo, es esencial hacerlo con sensibilidad y discernimiento, guiados por el Espíritu Santo.
El Espíritu puede ayudarnos a saber cuándo hablar y cuándo escuchar, asegurando que nuestro mensaje se comparta con amor y respeto.
Cada interacción es una oportunidad para testificar, pero no todas requieren predicar directamente. A veces, con nuestro ejemplo de silencio, dice más que mil palabras.
Al estar atentos al Espíritu, podemos ajustar nuestro enfoque según las necesidades y disposición de las personas con las que nos encontramos, asegurando que nuestro testimonio se comparta de una manera que atraiga a los demás en lugar de alejarlos.
Tener integridad en tu vida privada cuando nadie te está observando
El verdadero discipulado se revela en nuestros momentos privados, cuando nadie más nos está viendo.
La integridad significa vivir consistentemente de acuerdo con nuestros valores y principios, sin importar quién esté cerca. Se trata de ser honestos, dignos de confianza y fieles en todos los aspectos de la vida.
Cuando actuamos en privado de acuerdo con lo que realmente creemos, eso se refleja en cómo nos comportamos frente a los demás. Nos volvemos personas en las que se puede confiar, tanto para Dios como para quienes nos rodean.
Y eso no solo nos da más seguridad en nuestra fe, sino que también hace que los demás se sientan seguros y confiados cerca de nosotros.
Reflejar el amor de Dios
El testimonio más grande de ser testigos de Dios es cómo reflejamos Su amor. Jesucristo enseñó que los mandamientos más grandes son amar a Dios y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Mateo 22:37-39).
Reflejar este amor divino significa mostrar bondad, compasión y caridad a todos, independientemente de sus circunstancias o creencias. Nuestras acciones deben ser un espejo del amor de Cristo, extendiéndose para elevar, consolar y servir a los demás.
Ya sea a través de pequeños actos de bondad o sacrificios significativos, podemos encarnar el amor de Dios en nuestras interacciones diarias. Este reflejo del amor divino no solo bendice a los demás, sino que también profundiza nuestra propia comprensión y aprecio por el amor infinito de Dios hacia nosotros.
Conclusión
Ser testigos de Dios en todo tiempo es un compromiso muy grande. Significa permanecer fieles a nuestros convenios, ser guiados por el Espíritu, mantener la integridad en privado y reflejar el amor de Dios.
Al esforzarnos por encarnar estos principios, nos convertimos en testimonios vivientes de la bondad y gracia de Dios, atrayendo a otros hacia Él a través de nuestro ejemplo. Al hacerlo, cumplimos con nuestro sagrado convenio y encontramos un gozo y propósito más profundos a nuestro discipulado.
Fuente: LDS Daily