Mi hijo adolescente estaba en el suelo de la sala, sufriendo un dolor insoportable. Nada de lo que mi esposo ni yo hicimos parecía ayudar. Mientras estaba sentada en el sofá, mirándolo, de repente, como si fuera lo más claro del mundo, escuché:
“Tu hijo tiene cáncer”.
Pensé que era lo más aleatorio que había cruzado por mi mente; simplemente pensé que tenía gripe. Le dije a mi esposo:
“Realmente creo que Joey tiene cáncer”.
Y para mi total sorpresa, él dijo:
“Acabo de pensar lo mismo”.
En menos de 36 horas, Joey fue diagnosticado con leucemia linfoblástica aguda.
A inicios de ese año, me sentí muy inspirada para establecer el objetivo de ir al templo todas las semanas durante todo el año. Los primeros seis meses de establecer ese objetivo, mi suegro falleció repentinamente mientras hacía esnórquel.
Después, mi padre falleció y no pude llegar a tiempo a la República Dominicana para su funeral, lo cual me devastó y cerramos el año con el diagnóstico de Joey.
Además de estas pruebas, mi esposo también ha estado lidiando con profundas preocupaciones sobre cosas que sucedieron en los inicios de la Iglesia.
A veces, él me preguntaba sobre mi fidelidad, sabiendo todo lo que sé y hemos pasado, mi respuesta siempre me lleva al Salvador.
Hubo un momento en mi vida en el que cometí errores y no podía tener una recomendación para el templo. Y aunque algunos de mis amigos se alejaron de mí por cosas que hice, mi obispo, mi esposo y, lo más importante, mi Salvador estuvieron conmigo en cada paso del camino.
El Salvador me dio la inspiración que necesitaba hacer para volver. Sentí remordimiento, pero también me ayudó a sentir alegría y paz cuando más lo necesitaba.
Esa es una experiencia que nunca puedes negar. El Salvador compensa por cada otro problema del mundo y nunca me ha dejado de lado, y simplemente no puedo dejarlo.
Recientemente, mi esposo me comentó que tiene dos testimonios distintos; uno de José Smith y la Restauración y otro de Jesucristo y el Padre Celestial y ambos estaban vacíos.
Él no sabía por donde empezar. Le dije que comenzara con Jesucristo y el Padre Celestial, y le prometí que gracias a eso, todo se desbordaría y encajaría.
Mi fe en el Salvador que he construido cuidadosamente me permite hacer una promesa así con confianza. Mi fe también me da perspectiva y gozo.
Mientras pasábamos por los tratamientos de Joey, sentía una profunda tristeza por él y estaba abrumada por lo desconocido, pero nunca sentí desesperación. Nunca me sentí sola o sin esperanza.
Y todo es gracias a Él. Sé que suena cliché, pero creo que puedo hacer cualquier cosa con Él a mi lado.
Solo porque asistía semanalmente al templo, no significa que mi vida está llena de pruebas, al contrario, tuve muchas pruebas ese año.
Pero pude superarlas gracias a mi relación con mi Padre Celestial y Jesucristo. Y prometo que esto también puede ayudarte.
Fuente: LDS Living
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