¿Alguna vez has sentido que estás haciendo todo lo que se espera espiritualmente… oras, estudias las Escrituras, vas al templo, ¿pero aún así algo falta?
Tal vez has fortalecido mucho tu relación con Dios, pero sin darte cuenta, has descuidado otra parte esencial del Evangelio: tu relación con los demás.
El Evangelio no está hecho solo de conexiones hacia arriba. También necesita extenderse hacia los lados. Como una cruz sin travesaño, nuestra fe puede perder estabilidad si no entendemos que amar a Dios también significa amar a las personas.

Dos mandamientos, una sola intención
Cuando Jesús enseñó cuál era el mandamiento más importante, no dijo solo “amarás a Dios”. Agregó, sin dudar: “a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:39). A veces olvidamos que estos dos mandamientos están completamente entrelazados.
Puedes estar al día con tus oraciones, tener una recomendación vigente para el templo y leer las Escrituras a diario, pero si no estás ayudando, escuchando, sirviendo y amando al que tienes al lado, entonces tu conexión con Dios se queda incompleta.

La fe no es solo vertical
Presidentes de la Iglesia como Russell M. Nelson nos han enseñado la importancia de fortalecer nuestra relación con el Espíritu. Pero también nos han recordado que el recogimiento de Israel no se trata solo de ti. Se trata de sanar, servir y elevar a otros. Si tu espiritualidad se convierte solo en una experiencia personal, sin acción hacia afuera, corres el riesgo de caer en una fe aislada, centrada en ti mismo.
El élder Dieter F. Uchtdorf lo dijo con claridad:
“Es un error asumir que si amamos a Dios, automáticamente amaremos a nuestro prójimo”.
Una cosa no garantiza la otra. Se trata de dos decisiones activas y necesarias.
Las manos también deben extenderse

Tal vez te preguntes: “¿Estoy haciendo suficiente?”. A veces nos enfocamos tanto en sentir el Espíritu que olvidamos preguntarnos: “¿Hice sentir amado a alguien hoy? ¿Alivié alguna carga esta semana?”
Recuerda lo que enseñó el rey Benjamín: servir a los demás es servir a Dios (Mosíah 2:17). No hay atajo. Tu progreso espiritual se profundiza y se completa cuando compartes el camino con otros, no cuando solo avanzas tú.
No puedes seguir a Cristo y olvidarte de las personas que te rodean
La cruz no es un símbolo oficial en nuestra adoración, pero sí una metáfora poderosa. Su forma nos recuerda que el Evangelio no es solo entre tú y Dios, sino también entre tú y el resto del mundo. Si sigues a Jesús, tienes que mirar a quienes Él miró: los enfermos, los marginados, los que están en silencio en el banco de la capilla.

Él no solo enseñó en sinagogas. Tocó al leproso, defendió al vulnerable, comió con los rechazados. Si quieres ser como Él, tu fe tiene que parecer más a la suya: hacia el cielo, sí, pero también hacia la humanidad.
Una fe que se expande
Tal vez no lo notas a simple vista, pero cuando tu fe solo se enfoca en lo personal y lo espiritual, es como si hubieras perdido el travesaño de la cruz. Necesitas ese equilibrio. Necesitas abrir tus brazos tanto como levantar tus manos en oración.

No olvides que el verdadero discipulado no se mide solo por lo que haces a solas con Dios, sino por lo que haces cuando estás con otros. Porque en el Evangelio restaurado, no se trata solo de ser digno, se trata también de hacer el bien.
Fuente: Meridian Magazine