Cuando la falsa “libertad” te quita el albedrío

BRUJULA

En “El Paraíso Perdido”, del poeta John Milton, Satanás expresa que es “mejor reinar en el Infierno que servir en el cielo”.

Este sentimiento resuena en muchos, quienes a menudo ven la libertad como una cuestión de autonomía individual y resistencia a la autoridad externa pues no les gusta hacer algo solo porque alguien más lo dice.

La obediencia ciega apenas parece una virtud; ¿por qué permitir que el juicio o las prioridades de otra persona sustituyan los nuestros?

Sin embargo, esta perspectiva presenta una falsa dicotomía, o hacemos lo que queremos, o seguimos ciegamente lo que alguien más quiere.

La verdadera libertad solo es posible cuando reconocemos algo superior a nuestros propios deseos. Imagen: Canva

Puedes ser un individuo autónomo o transferir la responsabilidad moral a alguien más. Puedes ser un discípulo o un pensador libre, pero no puedes ser ambos.

Si estas son realmente las opciones, muchas personas elegirán (obviamente) la libertad sobre la servidumbre. ¿Por qué ser un sirviente cuando podrías ser tu propio amo?

Sin embargo, este es un falso dilema. La verdadera libertad solo es posible cuando reconocemos algo superior a nuestros propios deseos. Lejos de amenazar nuestra libertad, seguir la verdad la hace posible.

La ilusión de la autonomía individual

Sin un marco de moralidad quedaríamos a la deriva. Imagen: Canva

La noción prevaleciente de libertad a menudo la equipara con la capacidad de hacer lo que uno quiere. Esta perspectiva sugiere que la verdadera libertad es incompatible con cualquier forma de restricción o obligación externa.

Sin embargo, tal visión pasa por alto las limitaciones inherentes al individualismo desenfrenado. Sin un marco de verdad y moralidad, quedaríamos a la deriva, sujetos a los caprichos de nuestros deseos y pasiones.

El papel de la verdad en la libertad

El uso inteligente del albedrío exige un conocimiento de la verdad. Imagen: Canva

La verdadera libertad, como se argumenta aquí, no se trata de individualismo irrestricto, sino de vivir de acuerdo con la verdad. Esta comprensión se basa en la idea de que el conocimiento es esencial para el ejercicio del albedrío.

El élder D. Todd Christofferson lo explica bien:

“He oído decir a algunos padres que no quieren imponer el Evangelio a sus hijos, sino que desean que ellos saquen sus propias conclusiones sobre lo que vayan a creer y a seguir; piensan que de esa manera les permiten ejercer su albedrío.

 

Lo que olvidan es que el uso inteligente del albedrío exige un conocimiento de la verdad, de las cosas como realmente son. Sin eso, es muy difícil que los jóvenes entiendan y evalúen las posibilidades que se les presenten”.

La búsqueda de la verdad permite que las personas traspasen las limitaciones de sus propias perspectivas y obtengan una comprensión más amplia del mundo.

Esta comprensión, a su vez, los empodera para tomar decisiones informadas y actuar de acuerdo con sus valores más altos.

El filósofo John Crosby escribe:

“Mi actuar como persona no es un padecimiento, ni una duración, ni una transmisión de lo que se origina fuera de mí; soy yo, yo mismo quien actúa cuando actúo como persona, y nadie más”.

La dimensión moral de la libertad

La moralidad no solo se ocupa de decir “no”, sino también de ayudar a saber a qué debemos decir “sí”. Imagen: Canva

Más allá de la dimensión cognitiva, la búsqueda de la verdad también implica un componente moral.

Esto se debe a que la verdadera libertad no se trata simplemente de comprender el mundo, sino también de vivir de acuerdo con su orden moral inherente.

La verdad moral, a diferencia de las leyes físicas, no se trata de predicción y control, sino de reconocer el valor inherente de ciertas cosas y seres.

Cuando obtenemos una visión moral, reconocemos que algo importa o tiene importancia independientemente de nuestros deseos personales.

La moralidad no solo se ocupa de decir “no”, sino también de ayudar a saber a qué debemos decir “sí”. Ciertas elecciones son edificantes y nos elevan, mientras que otras son degradantes y nos corrompen.

Responder adecuadamente a la verdad moral nos enriquece, ilumina y nos eleva. A través de ella, nos convertimos en quienes realmente somos.

Asimismo, al comprender y vivir de acuerdo con los principios morales, las personas pueden evitar caer en las trampas del comportamiento autodestructivo y encontrar satisfacción en sus vidas.

El precio de la ignorancia

¿Somos realmente libres si somos impulsados por deseos destructivos o inmaduros? Imagen: Canva

La falta de aceptación de la verdad y la moralidad finalmente conduce a una pérdida de libertad. Si no elegimos el bien, eventualmente nos convertimos en esclavos de las peores partes de nosotros mismos.

Aunque entendamos la libertad como la capacidad de hacer lo que queremos, esta visión oculta una pregunta crucial: ¿somos realmente libres si somos impulsados por deseos destructivos o inmaduros?

El filósofo Platón argumentó en “La República” que la libertad no se trata solo de hacer lo que queramos, sino de dominar nuestras pasiones más bajas a través de la razón. Si no orientamos nuestras almas hacia la verdad y la bondad, nos corromperemos y nos esclavizaremos a nuestros propios deseos.

Finalmente, aunque muchas veces queramos creer que podemos ignorar todo lo relacionado al bien y del mal y aún ser libres, debemos darnos cuenta que brinda una falsa esperanza. Jesús lo explicó claramente:

“Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. (Juan 8:32)

La verdadera libertad solo se encuentra al alinearnos con la verdad y el bien.

Fuente: Public Square Magazine

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Muchos piensan que los cristianos somos así, pero no. Esto solo es una dramatización. La verdad es que somos más parecidos a ti de lo que piensas. #cristianos #fanatico #humorcristiano #sisoy

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