Uno de los relatos más famosos del Libro de Mormón es el de los 2,000 jóvenes guerreros, una historia donde los jóvenes se ofrecieron a luchar por su pueblo, aunque no tenían experiencia en combate, confiaron en las enseñanzas de sus madres.  

Su fe los protegió, y ninguno falleció en la batalla.

Las madres de estos jóvenes son el grupo de mujeres más numeroso del Libro de Mormón cuyos principios doctrinales y enseñanzas tienen un impacto claro y registrado. Este relato sin duda nos ayuda a entender el poder y la influencia que puede tener una madre. Sin embargo, también puede generar sentimientos de desánimo.

Existen muchas mujeres no sienten que cumplen el rol de una buena madre ya que consideran que nunca lograrán enseñar como lo hicieron esas mujeres o se sienten frustradas por que sus hijos no parecen valientes como los jóvenes soldados. 

¿Por qué existe esta historia en el Libro de Mormón?

Stripling Warriors, Joseph Brickey

Este relato no es un ejemplo de cómo una madre debe de ser, más bien trata sobre la manera en que los milagros de Dios existen, especialmente en el Libro de Mormón. 

Entender el contexto en que las madres vivieron nos ayuda a no caer en comparaciones injustas. De lo que se cuenta sobre sus hijos, se deducen tres cosas importantes sobre ellas:

  1. Sus hijos sirvieron en el ejército de Helamán.
  2. Les enseñaron a tener fe en Dios y a confiar en Su poder para liberarlos.
  3. Pertenecían al pueblo de los anti-nefi-lehitas.

Este último punto es clave. Muchas veces se pasa por alto, pero entenderlo es fundamental para apreciar lo que estas mujeres vivieron realmente.

Lo que no siempre se dice sobre sus vidas

jóvenes guerreros
Jóvenes guerreros. Imagen: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días

Los anti-nefi-lehitas eran lamanitas que se convirtieron al evangelio gracias a la predicación de Amón y sus hermanos. Debido a su conversión, fueron perseguidos por otros lamanitas que no aceptaron el evangelio. Por varios años vivieron entre personas que los odiaban intensamente (véase Alma 24:2).

Aun así, nunca tomaron las armas. Incluso cuando fueron atacados y masacrados, mantuvieron su promesa de no volver a derramar sangre. El mismo Amón describió una de esas matanzas como “esta gran obra de destrucción” y pidió al rey que escaparan para no ser exterminados (Alma 27:4–5).

Este fue el entorno en el que vivieron esas madres antes de huir a territorio nefitas para resguardar a sus familias. Lo hicieron confiando en la promesa del Señor de que serían preservados. Caminaron por el desierto con sus hijos pequeños, probablemente algunas estaban embarazadas o criando bebés durante ese éxodo.

Una nueva perspectiva

Imagen: Canva

Aunque no existen detalles de lo que vivieron, es evidente que fue una experiencia dura, marcada por el sufrimiento y el temor. 

Y es precisamente en ese contexto donde se fortalece la fe. Es probable que esas madres enseñaran sobre la fidelidad y el poder de Dios porque ellas mismas habían experimentado Su protección.

Visto así, el milagro de los hijos no puede separarse del sacrificio y la fe de sus madres. No fue solo una enseñanza verbal; fue una fe nacida en medio del dolor. Y quizá fue esa fe, demostrada durante la persecución, la que permitió que el Señor preservara milagrosamente a sus hijos en batalla.

Seguramente hubo muchas otras madres nefitas que también enseñaron el evangelio a sus hijos y oraron por ellos con todo el corazón. Y muchos de esos hijos murieron en la guerra, tal vez incluso defendiendo al pueblo anti-nefi-lehita. No diríamos que esas mujeres fracasaron por eso, ¿verdad?

Imagen: Canva

Lo mismo ocurre con otros padres en las Escrituras. Lehi y Sariah enfrentaron la rebeldía de Laman y Lemuel. Alma el Viejo vio cómo su hijo se alejaba del camino. Y luego Alma el Joven también tuvo dificultades con su propio hijo, Coriantón. Nadie los consideraría malos padres por eso.

Así que tampoco deberíamos considerar la historia de las madres de los 2,000 jóvenes como una vara para medirnos. No fue escrita para hacernos sentir menos.

Más bien, nos enseña que cuando Dios pide sacrificios, también extiende bendiciones. Nos recuerda que incluso en medio de la adversidad más dura, pueden nacer milagros y que la fidelidad, aún en medio del dolor, puede dar frutos asombrosos.

Cuando enfrentemos pruebas, recordemos esta promesa:

“Las tiernas misericordias del Señor se extienden sobre todos aquellos que, a causa de su fe, él ha escogido, para hacerlos poderosos, sí, hasta tener el poder de librarse” (1 Nefi 1:20)

Fuente: LDS Living

Video relacionado

También te puede interesar