Un día como hoy, el profeta José Smith, el primer presidente y fundador de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, y su hermano Hyrum perdieron la vida a manos de personas inescrupulosas el 27 de junio de 1844.
Este trágico evento marcó un punto crucial en la historia de la Iglesia, y su legado sigue vivo en la memoria de todos sus miembros.
El profeta de la restauración
Los primeros miembros de la Iglesia comenzaron a comprender el papel esencial que José Smith desempeñaba como profeta a medida que su ministerio se propagaba.
José no solo entendía su misión divina, sino que también dio su vida por el evangelio y por sus creencias a pesar de que muchas personas estaban en contra de él y de la Iglesia.
El profeta sabía que la obra del Señor podría costarle la vida, pero este conocimiento no lo desalentaba. Días antes de su asesinato, José Smith les dijo a sus seguidores:
“No se alarmen, hermanos, porque no pueden hacerles más de lo que los enemigos de la verdad les hicieron a los santos de la antigüedad… Ellos sólo pueden matar el cuerpo”. (History of the Church, 6:554-55)
El 18 junio de 1844, el profeta nuevamente manifestó:
“No me importa mi propia vida; estoy listo para ofrecerme como sacrificio por este pueblo, porque, ¿qué pueden hacer nuestros enemigos? Sólo matar el cuerpo y ahí se acaba su poder. Permanezcan firmes, amigos míos, no vacilen nunca.
No traten de salvar su vida, porque el que teme morir por la verdad perderá la vida eterna. Resistan hasta el fin, y seremos resucitados y llegaremos a ser como Dioses, y reinaremos en reinos celestiales, principados y dominios eternos”.
Consciente del peligro inminente, José mostró una notable serenidad y valentía. A medida que se acercaba el día de su muerte, le dijo a los Santos:
“Voy como cordero al matadero; pero me siento tan sereno como una mañana veraniega; mi conciencia se halla libre de ofensas contra Dios y contra todos los hombres. Moriré inocente, y aún se dirá de mí: fue asesinado a sangre fría”. (Doctrina y Convenios 135:4).
Las últimas horas de José Smith
El 24 de junio, José y Hyrum Smith se despidieron de sus respectivas familias y se dirigieron hacia Carthage, donde se entregaron voluntariamente a las autoridades del condado al día siguiente.
Tras ser falsamente acusados de traición, fueron arrestados y llevados a la cárcel de Carthage donde tendrían que esperar hasta ser llevados a juicio.
El élder John Taylor y el élder Willard Richards, que eran los únicos miembros del Cuórum de los Doce que no estaban sirviendo una misión en ese momento, se ofrecieron a acompañarlos.
A tempranas horas del 27 de junio de 1844, en la cárcel de Carthage, José escribió una carta para su esposa Emma:
“Me hallo completamente resignado a mi suerte, sabiendo que estoy justificado y que he hecho lo mejor que podía hacerse. Da mi amor a los niños y a todos mis amigos… en cuanto a traición, sé que no he cometido ninguna, y no podrían probar ni la apariencia de nada semejante, por lo que no debes temer que suframos ningún daño por ese motivo. Que Dios los bendiga a todos. Amén”.
En la tarde del 27 de junio de 1844, este pequeño grupo de hermanos se encontraba sentado en la cárcel, “en silencio y desconsolados”.
El élder Taylor, a pedido de uno de los presentes, elevó su voz cantando: “Un pobre forastero vi por mi camino al pasar; él me rogó con tanto afán que no lo pude rechazar”.
El élder Taylor comentó después que el himno “estaba muy de acuerdo con lo que sentíamos en aquel momento, porque nuestros espíritus estaban deprimidos, desanimados y sombríos” (History of the Church, 7:101, “The Martyrdom of Joseph Smith”).
De pronto, a eso de las 5 de la tarde, una turba de entre 150 y 200 personas armadas entró a la prisión y dispararon sus armas contra los hermanos.
Hyrum fue el primero en ser herido y falleció casi instantáneamente. El élder Richards solo recibió una herida superficial. El élder Taylor, aunque gravemente herido, sobrevivió y llegó a ser el tercer presidente de la Iglesia.
En cuanto al profeta, él trató de correr hacia la ventana, pero fue ahí donde recibió las heridas que le quitarían la vida.
Aquel día, el profeta de la restauración y su hermano Hyrum sellaron su testimonio con sangre.
Un legado que nadie podrá borrar
José Smith, dentro de todas sus debilidades e imperfecciones, fue un instrumento en las manos de Dios para sacar a la luz este evangelio restaurado.
Su sacrificio ha dejado una huella imborrable en la historia de la Iglesia y en la vida de sus miembros puesto que nadie daría su vida por algo que sabe que no es verdad, sobre todo cuando defender la verdad del evangelio y la Iglesia sería el final de su vida en la Tierra.
El presidente Gordon B. Hinckley, decimoquinto presidente de la Iglesia, declaró:
“Tan seguro estaba [José Smith] de la causa que dirigía, tan seguro de la divinidad del llamamiento que había recibido, que consideraba todo ello más importante aún que su propia vida.
Con la presciencia de su muerte inminente, se puso a disposición de quienes lo entregarían indefenso en manos del populacho; selló su testimonio con la sangre de su vida”.
En este día recordamos su valentía, su fe inquebrantable y su dedicación al Señor. Su vida y su martirio continúan inspirando a generaciones de Santos de los Últimos Días en su búsqueda de la verdad y la luz del Evangelio de Jesucristo.
Tal como lo compartió el sexto presidente de la Iglesia, Joseph F. Smith:
“¿Qué nos enseña el martirio [de José y Hyrum Smith]? La gran lección de que ‘donde hay testamento, es necesario que intervenga muerte del testador’ (Hebreos 9:16) para hacerlo válido. Más aún, que la sangre de los mártires es ciertamente la simiente de la Iglesia.
El Señor permitió el sacrificio para que el testimonio de aquellos hombres virtuosos y rectos permanezca como testigo contra un mundo perverso y pecaminoso”.