El contenido para adultos en internet no se parece a nada en la historia. Hoy, los niños aprenden sobre sexualidad por primera vez a través de algoritmos que los arrastran hacia materiales cada vez más extremos.

También lo hacen en plataformas que emplean tácticas adictivas: desplazamiento infinito, recompensas variables, reproducción automática y suscripciones. Así se ha convertido en un juego: el contenido explícito ahora se consume como si fuera entretenimiento casual.

Estas plataformas recolectan datos para ofrecer videos personalizados, clasifican a los usuarios por preferencias y fomentan un consumo cada vez más deshumanizante. Lo que sería claramente abuso si le pasara a un solo niño, lo aceptamos de forma colectiva. Fingimos que esto siempre ha sido normal, cuando en realidad es una distorsión reciente.

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La exposición temprana puede provocar daño psicológico. Diversos estudios indican que los menores que ven este contenido desde jóvenes tienen más probabilidades de buscar material violento y de sufrir baja autoestima. Además, a largo plazo, este consumo se relaciona con menos satisfacción en las relaciones y con una mayor tendencia a la infidelidad.

Pero el impacto va más allá de lo individual. ¿Qué ocurre con nuestra capacidad de amar, de confiar, de formar una familia? Mi generación aprendió a verse mutuamente como objetos de consumo. Crecimos rodeados de contenido donde el respeto y la conexión estaban ausentes. Ahora se espera que sepamos ser tiernos, leales y vulnerables. ¿Cómo lograrlo sin referentes sanos?

Lecciones equivocadas sobre el amor

adicción a la pornografía
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Muchas chicas crecieron pensando que el amor se gana siendo deseables, que la intimidad es un espectáculo, no una construcción mutua. No sorprende que hoy tantas teman el compromiso o no sepan reconocer el amor verdadero. Nos preocupa que normalicen el maltrato, pero no lo suficiente que jamás hayan aprendido a recibir amor con confianza.

Este no es solo un problema de contenidos ilegales o extremos. Hablamos de un sistema que clasifica a las personas, fomenta el descarte emocional y promueve la conexión con pantallas antes que con otros seres humanos. Mientras nos burlamos de quienes buscan relaciones artificiales, seguimos normalizando el aislamiento emocional. La distopía ya llegó: ahora venden lo siguiente a una generación previamente adormecida.

mujer mirando la pantalla de su computadora
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Lo más doloroso es cómo nos convencieron de que esto era normal. Nos dijeron que el contenido explícito fortalece las relaciones. Nos aseguraron que todos lo consumen. Y si te incomoda, entonces el problema eres tú. Así, muchas chicas pensaron que estaban rotas; muchos chicos, que estaban solos en su incomodidad. Sin lenguaje espiritual ni moral, tampoco supimos cómo expresar ese dolor.

Ese es el marketing más eficaz: cuando una industria logra que sus ideas parezcan nuestras. Cuando algo se vuelve adictivo y omnipresente, nos resulta más fácil llamarlo necesario que reconocer su daño. Así seguimos, sin protestas ni marchas. Incluso celebramos lo que nos rompe, mientras lo etiquetamos como libertad.

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Sin embargo, algo está cambiando. Jóvenes valientes están alzando la voz. Mujeres confiesan cómo este entorno afectó su autoestima. Hombres deciden dejar este consumo. Surgen historias de quienes crecieron en este ambiente y no quieren lo mismo para sus hijos. Los movimientos crecen.

Y todo empieza por hablar. A las jóvenes sensibles que sienten que algo no está bien: su voz importa. A los chicos que buscan dignidad y conexión real: ahora es el momento de ser distintos. Los verdaderamente valientes son quienes se atreven a decir que esto no está bien.

Fingir que no pasa solo deja a otra generación sin lenguaje para explicar su dolor. Nos toca enfrentar lo que ha ocurrido, procesar lo inaceptable y recuperar las palabras. Las necesarias para defender la infancia, el amor y la esperanza.

Fuente: After Babel

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