Como adulta conversa a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, me he enfrentado a la ardua batalla que es realizar la obra de historia familiar.
Como hija única de una madre diagnosticada como una narcisista bipolar y un padre que solo habilitaba su comportamiento, he pasado por una larga lista de dinámicas tóxicas en mi familia.
Estas dificultades se intensificaron exponencialmente después de que me uní a la Iglesia, una fe que mis padres rápida y de manera repentina calificaron como la causa de mi absurda rebelión contra el control que siempre usaron para moldearme a su voluntad.

Mi padre falleció hace más de una década y mi madre hace dos años, sin que se suavizara ni resolviera lo que se tradujo en mi destierro de su afecto condicional. Desde entonces, he luchado con una urgente necesidad de realizar la obra vicaria por ellos en el templo.
He empezado y me he estancado, he sentido frustración y culpa; sin embargo, recientemente, con la ayuda de los consultores de historia familiar de nuestro barrio, ahora tengo los nombres de mis padres y abuelos listos para llevarlos al templo.
En la Iglesia de Jesucristo, la obra por los muertos del templo es una expresión sagrada de fe, misericordia y esperanza. Está basado en la creencia de que la salvación está disponible para todos los hijos de Dios a través de ordenanzas realizadas por representación.

Para muchos Santos de los Últimos Días, llevar el nombre de un ser querido y participar de su bautismo o investidura en su nombre es una experiencia espiritual poderosa.
Para otros, el proceso es profundamente doloroso, especialmente cuando la persona en cuestión no es un familiar muy querido, sino un padre que fue emocionalmente abusivo, abiertamente hostil hacia la Iglesia, desheredándolos por unirse a ella, y otras acciones graves que pueden dejar profundas heridas emocionales.
En esa situación, se vuelve muy difícil reconciliar la dicotomía de la doctrina de las familias eternas con una historia de dolor.
Para quienes enfrentan esta situación, la idea misma de realizar ordenanzas por representación para un padre así puede sentirse como reabrir viejas heridas.

Los recuerdos de manipulación, rechazo o crueldad pueden regresar con fuerza, y el dolor puede agravarse por el temor a que honrar su nombre en el templo sea visto como una traición al sufrimiento que causaron. Sin embargo, el evangelio ofrece una forma de abordar esta complejidad: una que respeta tanto la verdad como la sanación.
Primero y ante todo, es esencial recordar que Dios conoce nuestro dolor personalmente. Una de las doctrinas más hermosas del evangelio restaurado se encuentra en Alma 7:11-12, que enseña que Jesucristo tomo sobre Sí no solo nuestros pecados, sino también nuestros dolores, aflicciones y tentaciones de todo tipo.
La Expiación de Cristo no es abstracta; llega a los rincones más oscuros de nuestro sufrimiento personal, incluyendo el dolor causado por un padre abusivo. El Salvador no minimiza lo que soportamos, ni espera que suprimamos nuestro aflicción en nombre del perdón o ordenanza. Él honra nuestras heridas y camina con nosotros durante el proceso de sanación.

También es útil entender lo que realmente representa la obra por los muertos en el templo. Realizar bautismos, confirmaciones e investiduras vicarios no es un aval de las elecciones terrenales de alguien y tampoco les concede salvación automática. En la teología SUD, el albedrío sigue intacto después de la muerte.
Los que se encuentran en el mundo de los espíritus deben elegir aceptar las ordenanzas realizadas en su nombre. Por eso, la obra del templo no es una recompensa: es una invitación. Es la extensión de la gracia de Cristo a cada alma, sin importar cómo haya vivido.
Para aquellos que causaron dolor, el arrepentimiento y la reconciliación seguirán siendo necesarios. La justicia no se suspende en la eternidad; se perfecciona en el tiempo de Dios. Por esta razón, ningún miembro debe sentirse obligado a realizar ordenanzas vicarios por alguien que abusó de ellos.
La Iglesia permite que los nombres sean presentados y las ordenanzas completadas por otras personas. Si la carga emocional es demasiado grande, es totalmente apropiado dar un paso atrás y permitir que otros asuman esa responsabilidad, o incluso retrasar llevar el nombre en su totalidad.

Doctrina y Convenios 64:33-34 nos recuerda que el Señor no espera un servicio inmediato o forzado, sino que valora el corazón sincero y dispuesto.
La Expiación de Jesucristo también proporciona poder para unir la responsabilidad doctrinal y el dolor personal. Algunas personas pueden descubrir que realizar estas ordenanzas se convierte en parte de su sanación, una forma de entregar el dolor al Salvador y permitirle llevar el peso emocional.
Para otros, la sanación puede llegar a través de la distancia, establecer límites y permitir que el Espíritu los guíe en una dirección diferente. Ningún camino es más recto que el otro. El viaje de cada alma es único, y Dios honra la lucha honesta de Sus hijos por avanzar con fe. También hay sabiduría en aceptar que algunas cosas permanecerán sin resolverse en la mortalidad.

El evangelio no exige que sintamos reconciliación con quienes nos lastimaron. No requiere que ignoremos nuestro trauma ni que finjamos sentimientos de amor donde solo hay dolor. En su lugar, nos invita a poner el juicio, la misericordia y la resolución última en las manos de un Salvador perfecto.
El Señor no nos pide que olvidemos lo sucedido; nos pide que confiemos en Él con lo que no podemos arreglar.
Al final, la obra del templo a favor de un padre abusivo o distanciado no es una prueba de lealtad a la Iglesia, es una decisión profundamente personal que solo se puede tomar mediante la oración, el consejo con el Señor y la revelación personal. El Salvador sabe lo difícil que es esto.
Conoce el peso del dolor heredado, el costo de la confianza rota y el dolor de la soledad espiritual. Su promesa en Juan 14:18 es clara:
«No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros.»

Esa promesa se cumple en el templo. Se cumple en el doloroso silencio del duelo no resuelto. Y se cumple para cada Santo de los Últimos Días que busca caminar por el camino del discipulado mientras carga con la pesada carga del dolor familiar.
Cristo está listo para sanar, juzgar con rectitud y vendar a los quebrantados de corazón, de ambos lados del velo. Sin embargo, la pregunta sigue siendo: ¿Soy capaz de superar esas dinámicas familiares tóxicas y hacer la obra a favor de mis padres?
Sorprendentemente, la respuesta sigue siendo algunos días sí y otros días no. Pero mientras la lucha continúa, he reflexionado mucho sobre la situación y ahora estoy segura de que la llevaré a cabo en un futuro muy cercano.
Fuente: Meridian Magazine