Para muchos Santos de los Últimos Días, el divorcio llega como un golpe inesperado. Somos la Iglesia de las familias eternas, y para quienes nacimos en el convenio o crecimos en hogares «intactos», es natural soñar con formar una familia y edificar el Reino de Dios a través de ese designio divino.
Por eso, cuando el divorcio irrumpe en nuestras vidas, no solo se rompe un lazo conyugal, también tambalean sueños, promesas y expectativas profundas.
La realidad es que el dolor que se experimenta tras un divorcio no deseado es incomparable. Como dijo el élder Anthony D. Perkins:
El sufrimiento emocional puede surgir por ansiedad o depresión; la traición de un cónyuge, un padre o un líder en quien se confiaba; reveses laborales o financieros; juicios injustos de otros; decisiones de amigos, hijos u otros familiares; abuso en sus muchas formas; sueños no cumplidos de matrimonio o hijos; enfermedades graves o la muerte prematura de seres queridos; o muchas otras fuentes.

Quienes lo han vivido conocen ese «vacío en el estómago» que parece instalarse en el alma, ese dolor persistente que se siente al despertar, acompaña todo el día y se acuesta contigo cada noche.
El salmista lo describió así:
Porque no me afronto un enemigo, lo cual habría soportado… sino tú, hombre, al parecer íntimo mío, mi guía y mi familiar; que juntos comunicábamos dulcemente los secretos, y andábamos en amistad en la casa de Dios. (Salmo 55:12-14).
¿Cuándo dejará de doler?

Muchos ofrecen fórmulas: un mes de duelo por cada año de matrimonio, un año completo… Pero la verdad es que el duelo no tiene un tiempo estimado. Depende de tu historia, de cómo fue tu relación, de tu forma de sentir. El duelo no empieza cuando firmas el divorcio, sino cuando el corazón empieza a aceptar la pérdida.
Pero aquí va una verdad poderosa: vas a sanar. Puede que ahora no lo creas, pero la luz regresará a tu vida. Y hay cosas concretas que puedes hacer para afrontar ese camino de dolor.
Cambios de pensamiento que ayudan a sanar

1. Deja de intentar controlar lo que no puedes. Jesús nos lo enseñó, no podemos añadir ni un centímetro a nuestra estatura con solo pensarlo (Mateo 6:27). Hay cosas que escapan a nuestro control: la decisión de tu cónyuge, sus elecciones, su corazón. No puedes detener la tormenta, pero sí puedes dejar de luchar contra el viento y aprender a navegar con fe.
2. No necesitas que tu ex sufra para ser feliz. Tu paz no depende de que la otra persona se arrepienta, sienta culpa o fracase. Eso no es redención; es revancha disfrazada de justicia. Tu felicidad está en ti, no en el dolor del otro.

3. La gratitud trae felicidad. La confianza en Dios trae paz. Aprende a contar las bendiciones que aún tienes. Aprecia la vida, aunque no sea la que planeaste. Como dijo Pablo:
Sean dadas a conocer vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias…. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones. (Filipenses 4:6-7)
4. No necesitas casarte rápido para ser feliz. Está bien querer un nuevo matrimonio. Pero no busques tapar el dolor con un reemplazo. Sana primero. Aprende. Conócete. Sé alguien capaz de amar mejor. El amor volverá, pero que te encuentre fortalecido, no roto.
Acciones concretas que alivian el dolor

1. Entabla una red de apoyo. Habla, desahógate, busca a amigos antiguos o nuevos. Rodéate de personas que te recuerden quién eres, que te hagan reír, que te escuchen sin juzgar. El amor fraternal también es sanador.
2. Sigue cumpliendo con tus responsabilidades. Aunque no tengas ganas, ve a trabajar. Paga tus cuentas. Haz lo posible por mantenerte a flote. No porque sea fácil, sino porque evitarlo solo prolonga el dolor. Cumplir con tu vida diaria es un acto de fe y dignidad.
3. Haz ejercicio. El ejercicio libera endorfinas, dopamina y serotonina: un trío milagroso para tu bienestar mental. No se trata de vanidad, sino de salud emocional. Camina, corre, baila. Mueve tu cuerpo y permite que tu alma respire.
4. Alimenta tu espíritu. Ora, canta himnos, lee las Escrituras. Busca los pasajes que prometen consuelo y redención. Acude a tu Padre Celestial no solo como juez, sino como sanador. Él está más cerca de los corazones quebrantados de lo que podemos imaginar.
No es el fin

Divorciarte no fue el final de tu historia. Tal vez solo fue un punto y coma en un capítulo especialmente difícil. Pero hay más por escribir. Aún puedes tener un hogar lleno de amor, una vida significativa, una alegría profunda. No porque ignores el pasado, sino porque eliges avanzar.
Tu corazón sanará. Tu sonrisa regresará. Y cuando eso ocurra, descubrirás que eres más fuerte, más compasivo y más valiente de lo que nunca imaginaste.
Y si te preguntas cuándo dejarás de sufrir… Quizá la respuesta no esté en el calendario, sino en cada pequeño paso de fe que das hoy.
«La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo». (Juan 14:27).
Fuente: Meridian Magazine