Había una vez un misionero que luchaba por encontrar gozo y satisfacción durante su misión.
Se quejó de su apartamento. Se quejó de la cantidad de misioneros en su apartamento. Se quejó del calor y de la comida.
Un día, su compañero de misión sufrió una lesión y necesitaba ayuda con cosas sencillas, como ponerse la camisa y lavar la ropa.
Sin dudarlo, este misionero ayudó a su compañero a vestirse todos los días y lavó su ropa durante las siguientes semanas.
Cuando dio libremente de su tiempo, un servicio desinteresado hacia su compañero, encontró alegría y realización personal.
Ese sentimiento lo cambió y le recordó uno de sus versículos favoritos, una de las principales razones por las que fue a la misión:
“Recuerden que el valor de las almas es grande a la vista de Dios…” (Doctrina y Convenios 18:10).
La introducción del manual “Adaptarse a la vida misional” dice:“Gran parte del secreto para lidiar con el desánimo y el estrés comunes en el servicio misional [y en la vida] es renovar con el Señor su decisión de prestar servicio“.
También se relata la experiencia del presidente Gordon B. Hinckley de cuando era un joven misionero, él se había desanimado a causa de una enfermedad que contrajo.
Entre las lecciones que él aprendió están las siguientes:
1. “Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio la salvará” (Marcos 8:35).
2. El mejor antídoto para la preocupación es el trabajo.
3. La mejor medicina para la desesperación es el servicio.
4. La mejor cura para el cansancio es el desafío de ayudar a alguien que está más cansado que tú.
En el mismo manual se dan los siguientes consejos:
- Céntrese en las necesidades de las personas a quienes presta servicio. Piense en qué puede hacer a fin de bendecir a los investigadores a quienes les está enseñando y a los miembros a quienes les presta servicio. Busque inspiración respecto de cómo puede serles útil y fortalecer su fe.
- Ayude a otra persona. Reenfoque su energía prestando servicio a otra persona. Sonríale a las personas, ayúdelas y ofrezca su servicio. (Véase Predicad Mi Evangelio, págs. 181–183.)
- Céntrese en ayudar y ministrar a los demás. Al dirigir su atención a las necesidades de otras personas, se sentirá menos cohibido por sus propias necesidades y deficiencias (véase Mosíah 2:17).
- Trate de hacer algo lindo por su compañero todos los días. Prepare el almuerzo, escuche, lustre zapatos, hágale la cama, sonría, cuelgue toallas, guarde platos, escriba una carta de agradecimiento a los padres de él o ella, planche una camisa, hágale un cumplido.
- Preste servicio a los miembros de la Iglesia, a los investigadores y a otras personas. Hágales preguntas sobre su vida, sus creencias y experiencias hasta lograr entender mejor la conducta de ellos.
- Busque maneras de prestar servicio a otras personas. Su misión es un llamado a prestar servicio. Trate de no centrarse en sus sensaciones de incomodidad. Ministre a aquellas personas que necesiten palabras amables, un acto de caridad o amistad.
Después de recibir la carta a su padre, el presidente Hinckley hizo convenio con el Señor de olvidarse de sí mismo y perderse en el servicio del Señor.
Con gozo en su corazón, expresó:
“Ese día de julio de 1933 fue mi día de decisión. Mi vida se vio inundada de una nueva luz y mi corazón de un júbilo antes desconocido para mí. Parecía como que la neblina de Inglaterra se hubiese levantado, y vi la luz del sol. Mi experiencia misional fue valiosa y maravillosa, y por ello guardo una eterna gratitud”.
Que el Señor continúe bendiciéndonos para encontrar gozo mientras servimos.
Fuente: Meridian Magazine