Si algunos líderes, que no son tan honestos o dignos, no se arrepienten y enmiendan sus vidas, ¿son poseedores dignos de su recomendación para el templo?
Y si no son dignos, ¿están profanando el templo con su presencia?
Respuesta
Parece que hay una tendencia a exigir la perfección por parte de nuestros líderes, mientras que, me imagino, permitimos todo tipo de libertades en nuestro propio comportamiento.
Espero aclarar un poco la situación.
1) No hay líderes ni discípulos perfectos. El Salvador es la única persona sin pecado.
2) Los líderes son llamados por inspiración del Señor de entre el grupo de personas con las que Él tiene que trabajar.
3) El Señor honra y respeta la autoridad que ha delegado en aquellos que poseen las llaves del sacerdocio.
4) Los que tienen las llaves, es decir, los que pueden llamar a otros a posiciones, son responsables ante el Señor por las decisiones que toman y por su propia conducta mientras están en el cargo.
5) Si cometen graves irregularidades, serán destituidos por las autoridades competentes. Hasta que sean destituidos, su administración será honrada y aceptada.
Permítanme darles un pequeño ejemplo:
El padre de un niño de ocho años cometió un pecado por el que sería excomulgado. En ese momento, su pecado es desconocido por las autoridades y el obispo le autoriza bautizar a su hijo.
Después del bautismo, el pecado sale a la luz y el padre es excomulgado. ¿Hay que volver a bautizar al niño? No.
El padre en ese momento tenía la autoridad necesaria y nuestro Padre Celestial reconoce dicha autoridad.
¿Será el padre responsable por sus acciones al pecar, por no confesar cuando debía hacerlo y al realizar una ordenanza del sacerdocio sabiendo que no era digno de hacerlo? Absolutamente.
6) Si una autoridad del sacerdocio que cometió un pecado grave asiste al templo antes de que se haya dado a conocer dicha falta y realiza una ordenanza vicaria, ¿será válida esa ordenanza? Sí.
7) ¿Será profanado el templo por su presencia? Si es así, será profanado en grado proporcional por cada persona que entre, porque nadie que entre en el templo está libre de pecado.
Cuando levantamos nuestras manos para sostener a nuestros líderes, ese acto es la señal de un convenio que hacemos con el Señor de que los sostendremos mientras estén en el cargo.
Se nos ha mandado no juzgar a los demás:
“No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis seréis juzgados, y con la medida con que medís, se os volverá a medir”. (Mateo 7:1-2)
Si exigimos la perfección de las personas, entonces nos estamos condenando al mismo juicio severo que imponemos a los demás.
Todo sería muchísimo mejor si tuviéramos corazones que perdonen, y tratáramos de ayudar y elevar a los que están luchando en lugar de criticarlos por un comportamiento inapropiado.
Si observamos un comportamiento inadecuado, debe ser más una señal de ayuda que un motivo de condena.
Una vez, Mark Twain dijo:
“El perdón es la fragancia que la violeta suelta cuando se levanta el zapato que la aplastó”.
Fuente: Ask Gramps