Willie Brown era un niño afroamericano de 12 años que vivía en Kentucky cuando una tarde, a principios de la década de 1960, mientras caminaba hacia su casa, un hombre mayor le preguntó si necesitaba que le diera un aventón.
Él aceptó. Cuando Willie comenzó a salir del auto al llegar a su casa, el señor le dijo: “Tengo algo que quiero darte”.
Era un libro del que nunca había escuchado, El Libro de Mormón. Cuando se casó y se mudó a una casa propia, puso el libro en el estante junto a su Biblia.
Años más tarde, en una noche particularmente difícil, su esposa, Pauline, se percató del libro en el estante.
Era el año 1978 y Pauline estaba llena de preguntas sobre Dios y la religión; estas preguntas la llevaron a ese libro.
Su búsqueda había comenzado en 1969, cuando su hermano de 15 años falleció en un accidente automovilístico. Pauline y su hermana mayor vieron horrorizadas cómo el automóvil en el que viajaba su hermano, se volcó por un terraplén.
Su hermano nunca había sido bautizado y, a lo largo de su instrucción metodista, a Pauline se le había enseñado que si alguien no era bautizado, iría al infierno.
Su hermano iría al infierno porque no se había bautizado, ella estaba convencida de eso.
Seis años después, en marzo de 1975, otro hermano falleció en un accidente automovilístico. Él tenía 23 años y, una vez más, Pauline estaba bastante segura de que nunca sería salvo.
Esto devastó a Pauline, que entonces tenía 26 años. Ese mismo año, a su padre le diagnosticaron cáncer. Él fallecería en febrero de 1976.
Ella compartió:
“Empecé a tener dudas y estuve a punto de creer que no existía un Dios. Si es que Él exitía, ¿por qué había permitido que eso le sucediese a mi familia?”
Ella comenzó a caer en la depresión y recurrió a la Biblia en busca de guía. Le llamaron la atención las palabras en 1 Pedro 4:6:
“Porque por esto también ha sido predicado el evangelio a los muertos; para que sean juzgados en la carne según los hombres, pero vivan en el espíritu según Dios”.
Pauline le pidió a su pastor que le explicara el significado del versículo y se frustró aún más cuando él respondió: “No nos corresponde a nosotros saberlo”.
Apenas dos años después del fallecimiento de su padre, en agosto de 1978, Pauline recibió una llamada del hospital para informarle que su hermana Ramona iba a ser operada de emergencia.
Después de la cirugía, los médicos le dijeron que su hermana podría irse a casa en dos o tres días. Pauline salió del hospital para recoger a sus hijos, y tan pronto como entró por la puerta de su casa, recibió otra llamada telefónica: “Ramona ha fallecido”.
Pauline recuerda esto como el punto más triste de su vida. El martes siguiente, Pauline y Willie estaban en casa, escuchando la lluvia. Sus hijos ya estaban dormidos.
Se sorprendieron al abrir la puerta y ver a dos jóvenes blancos con placas con sus nombres en su vecindario habitado por personas afroamericanas, pero aún así los invitaron a pasar.
Los misioneros dijeron que tenían un mensaje para compartir y sacaron una copia del Libro de Mormón. “¡Tenemos ese libro!” exclamó Pauline.
Ella no les mencionó a los misioneros sobre sus preguntas sobre el cielo, el infierno y lo que pasaba con las personas que fallecen; sin embargo, la primera lección que enseñaron los misioneros fue sobre el Plan de Salvación.
Todas las preguntas de Pauline fueron respondidas con esa lección. Y, mientras enseñaban, una cosa quedó muy clara para ella:
“Supe que nuestro Padre Celestial estaba preocupado por mí y que fue Él quien guió a esos élderes a nuestro hogar”.
Enseñando con el Libro de Mormón, los misioneros habían respondido las preguntas que su pastor no pudo responder. Hasta el día de hoy, Pauline comparte que “ella pudo haber sido bautizada esa misma noche”.
Los misioneros regresaron a la noche siguiente y, al final de la lección, Pauline y Willie les preguntaron si podían asistir a la Iglesia ese domingo.
Los misioneros dudaron por un momento, Pauline cree que se debió al hecho de que ella y su esposo serían los únicos miembros negros en la congregación.
Pero en el momento, ella simplemente les aseguró: “No tienen que llevarnos. Mi esposo y yo solo necesitamos la dirección”.
Nunca olvidarán haber llegado a la pequeña capilla en Appalachia, Virginia, donde se congregaba una rama de 30 personas. Había un sentimiento de familiaridad en el pequeño salón donde se llevaba a cabo la reunión sacramental, era el mismo sentimiento que habían tenido cuando los misioneros estaban en su casa.
Pauline le dijo a Willie de camino de regreso:
“Sé a qué Iglesia iremos de ahora en adelante. Esta es nuestra Iglesia. Desde ese momento, hemos asistido a la Iglesia [de Jesucristo]sin falta”.
La pareja se bautizó el 30 de septiembre de 1978, entre las sesiones de la mañana y la tarde de la Conferencia General Semestral Nº 148, la misma conferencia en la que el élder N. Eldon Tanner leyó lo que ahora es la Declaración Oficial — 2, extendiendo las bendiciones del templo y del sacerdocio a todos los varones dignos de la Iglesia.
La familia Brown tenía tres hijos cuando se unieron a la Iglesia, y el Evangelio les dio el camino a seguir al criar a su familia.
“Tratamos de hacer de nuestro hogar, incluso en ese entonces, un hogar centrado en el Evangelio. Queríamos tener ese mismo espíritu que [sentimos] cuando los misioneros llamaron a nuestra puerta aquella noche”.
Pauline expresó que esa noche bendijo la vida de su familia. Ella y su esposo también reconocen la importancia de la noche de hace muchos años, el día en que un hombre amable le ofreció a un niño poder llevarlo a casa regalándole el libro que también cambiaría su vida.
“Desearía haber preguntado su nombre. Ojalá supiera quién era”, le ha dicho Willie a menudo, a lo que ella responde, con una seguridad que proviene de encontrar respuestas a preguntas que alguna vez la abrumaron: “Algún día lo sabrás”.
Fuente: LdsLiving
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