Pregunta
Sabemos que cualquiera que herede un reino diferente al reino celestial no tendrá el privilegio de tener un compañero eterno y relaciones eternas, sin embargo, sellamos a todas las personas en el templo.
Siempre pensé que esta era la más agradable de las ordenanzas, pero me pregunto si la mayoría de estas se hacen en vano.
Siempre imaginé a mis familiares regocijándose por estar juntos nuevamente, pero… si no vivieron dignamente en esta vida (Doctrina y Convenios 76:74), ¿el sellamiento será válido para ellos?
Respuesta
Gracias por la pregunta. Estoy segura de que no eres la primera persona en tener estas preguntas.
De hecho, muchos ven la tarea de toda la investigación de la historia familiar y la obra del templo para nuestros innumerables antepasados como algo abrumador y se preguntan cómo se completará y cómo se puede abordar de manera más eficiente.
Sin embargo, es importante comprender que el Señor hace tiempo para que toda Su obra se lleve a cabo y que para Él es más valioso que a cada persona se le ministre de tal manera que el mejor resultado posible pueda darse para este individuo.
En ese sentido, necesitamos establecer algunos hechos y abordar dos temas: primero, lo que sabemos y no sabemos sobre la vida en los tres grados de gloria; y segundo, la razón por la que hacemos la obra en el templo por todos los que fallecieron.
Lo que sabemos y no sabemos sobre los tres grados de gloria
Sabemos por Doctrina y Convenios 131 que una persona solo puede alcanzar el grado más alto del reino celestial si ha sido sellada en el nuevo y sempiterno convenio del matrimonio.
Asimismo sabemos por Doctrina y Convenios 128:18, por ejemplo, que no podemos ser perfeccionados sin nuestros muertos. También sabemos sobre el sellamiento de los hijos a sus padres y los hijos que nacen en el convenio.
Sabemos además por Doctrina y Convenios 76:86-87 que aquellos de una gloria más alta ministrarán de alguna manera a los de una gloria menor. De esto podemos asumir que no se interrumpirá todo contacto entre los seres celestiales y los demás.
Más allá de estas cosas, realmente no sabemos cómo serán nuestras vidas en el más allá.
Sabemos que los matrimonios solo existirán en la gloria más alta. Sabemos que después de la resurrección, uno no puede progresar de una gloria inferior a una superior (“The Seven Deadly Heresies” de Bruce R. McConkie).
No sabemos qué efecto puede tener el “eslabón conexivo” sobre aquellos (vivos o muertos) que aún no han aceptado el evangelio.
No sabemos de alguna enseñanza explícita sobre la naturaleza de las relaciones entre aquellos en diferentes glorias. Puede que este “eslabón conexivo” no tenga ningún efecto en absoluto entre los reinos, puede que solo exista en la gloria celestial, pero eso todavía no lo sabemos.
Por lo tanto, no creo que debamos actuar como si la obra de sellamientos que realizamos sean en vano o asumir que no tendrán ningún efecto o beneficio sobre las personas por las cuales estamos haciendo la obra.
Luego, tenemos una pista en Alma 5:18:
“O de lo contrario, ¿podéis imaginaros llevados ante el tribunal de Dios con vuestras almas llenas de culpa y remordimiento, teniendo un recuerdo de toda vuestra culpa; sí, un recuerdo perfecto de todas vuestras iniquidades; sí, un recuerdo de haber desafiado los mandamientos de Dios?”
Si una persona tendrá un recuerdo completo de su comportamiento pasado en relación a sus pecados y vida de rectitud, entonces no tenemos razón para asumir que tampoco recordarán a las personas que conocieron y las relaciones que formaron cuando estaban en la Tierra.
Dado todo esto, no veo razón para creer en una separación completa de toda memoria o interacción con aquellos de diferentes glorias. Naturalmente, es lógico asumir que la mayor parte del tiempo se pasará con aquellos que comparten la misma gloria.
Ciertamente sabemos que aquellos que no obtengan la gloria más alta no disfrutarán de las bendiciones de la misma, pero debemos tener cuidado de no agregar un conocimiento adicional inventado solo porque no nos gusta no tener todos los detalles.
La razón por la que hacemos la obra del templo
Ahora veamos algunas razones por las que hacemos la obra por los que han muerto en el templo sin importar el tipo de vida que llevaron.
1. El Señor mismo envió representantes para enseñar a aquellos que se encontraban en la cárcel espiritual (Doctrina y Convenios 138:28-30). En 3 Nefi 18:25 leemos:
“Y habéis visto que he mandado que ninguno de vosotros se alejara, sino más bien he mandado que vinieseis a mí…”
Creo que este es el ejemplo que el Señor quiere que sigamos, invitar siempre y nunca descartar a alguien, actuar esperando lo mejor.
2. Es peligroso asumir que sabemos que alguien puede arrepentirse o no lo suficientemente como para recibir la gloria celestial (o una gloria mayor a las que sus acciones se merecen).
Tomemos, por ejemplo, la historia del pueblo de Ammón (los anti-nefi-lehitas) en el Libro de Mormón. Su propia descripción de sus pecados incluye “muchos asesinatos” y, sin embargo, la historia nos dice que fueron perdonados y su culpa fue retirada (Alma 25:9-12). Si ellos pueden ser perdonados, ¿deberíamos cuestionar si alguien más podría serlo?
3. El apóstol Pablo en 1 Corintios 7 sugiere que una persona que es fiel puede tener una influencia salvadora en un cónyuge que no es creyente:
“Porque, ¿cómo sabes, oh mujer, si quizá salvarás a tu marido? O, ¿cómo sabes, oh marido, si quizá salvarás a tu esposa?”
Si esto puede suceder entre marido y mujer en la vida mortal, ¿quién puede decir que no puede suceder entre cualquier pariente, ya sea en la vida o en el mundo de los espíritus? ¿Sabemos cómo podría influir en esto el vínculo de sellamiento?
Por lo que sabemos, nuestros esfuerzos persistentes podrían inspirar a un alma incrédula a aumentar sus esfuerzos y así mejorar su situación en la eternidad (“Padres fieles e hijos descarriados” del élder David A. Bednar, del Cuórum de los Doce Apóstoles).
4. En un conocido artículo de la revista Ensign de agosto de 1999, el presidente Dallin H. Oaks entra en detalle sobre qué tipos de juicios debemos hacer y no hacer.
Recomiendo encarecidamente revisar todo el artículo. Esta parte en particular es importante para esta pregunta:
“El profeta José Smith dijo: ‘Mientras una parte de la raza humana juzga y condena a la otra sin misericordia, el Gran Padre del universo vela por todo el género humano con cuidado paternal y consideración […] Él tiene las riendas del juicio en Sus manos; es un sabio Legislador, y juzgará a todos los hombres, […] ‘no por lo que no tenga, sino por lo que tenga’; y los que hayan vivido sin ley, serán juzgados sin ley; y los que tuvieren una ley, serán juzgados por esa ley’.
Por lo tanto, debemos abstenernos de hacer juicios finales sobre las personas porque carecemos del conocimiento y la sabiduría para hacerlo e incluso aplicaríamos los estándares equivocados.
La manera del mundo es juzgar competitivamente entre ganadores y perdedores. La manera del Señor será aplicar Su perfecto conocimiento de la ley que una persona ha recibido y juzgar sobre la base de las circunstancias, motivos y acciones de dicho individuo a lo largo de toda su vida (Lucas 12:47–48; Juan 15:22; 2 Nefi 9:25)”.
Esta última es la mejor de todas las razones para hacer la obra sin importar el tipo de vida que vivió una persona.
Si bien el Señor nos ha dicho (Doctrina y Convenios 76:74) que el reino terrestre incluirá a aquellos que “no recibieron el testimonio de Jesús en la carne, mas después lo recibieron”, no estamos calificados para saber qué persona lo es.
No sabemos qué oportunidad tuvo dicha persona para recibirlo, si fue lo suficiente, o cuánto recibió o no recibió. No sabemos cuánto de la acción de una persona se debe a las “tradiciones de sus padres”. Este juicio es para el Señor.
El Señor nos ha mandado, a través de Sus profetas, a continuar con la obra de buscar a nuestros antepasados y realizar ordenanzas vicarias en su nombre.
Esta obra vicaria es una invitación hacia cada una de estas personas. ¿Debemos retener esta invitación solo porque podrían elegir no aceptarla?
Les estamos dando una oportunidad más porque los amamos y, en el mejor de los casos, dicha persona se dará cuenta de que es amada y querrá a unirse a los justos.
En el peor de los casos, recibirá la invitación, una que puede rechazar, pero al menos ya la recibió. Rehusarnos a extender la invitación es decir como si no tuviéramos esperanza en el poder del evangelio.
Ruego que todos dejemos de lado los juicios hacia nuestros semejantes, incluyendo aquellos que hayamos conocido en esta vida, y con amor en nuestros corazones les extendamos la invitación a venir y unirse a los justos.
Fuente: askgramps
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