Imagínate esta escena: la persona a la que amas y con la que decidiste casarte llega a casa después de un día muy agotador, se recuesta en el sofá, suspira y dice: “Tuve un día muy largo y complicado”.
¿Cómo responderías?
Tu respuesta puede transformar ese momento en una oportunidad de conexión profunda, o bien, convertirlo en una barrera invisiblemente levantada.
Según John Gottman, experto en el estudio del matrimonio, tenemos tres formas comunes de reaccionar:

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Volvernos contra su emoción: “Eso te pasa por esperar demasiado…”
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Alejarnos emocionalmente: “No sé qué decir, pero podemos hablar de eso después…”
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Responder de forma empática: “Se nota en tu voz. Cuéntame lo que pasó”.
Estudios respaldados por el Instituto Gottman revelan demuestran que las parejas que responden a las pequeñas “peticiones de conexión”, esos gestos cotidianos de atención, alrededor del 86 % del tiempo generan matrimonios felices y duraderos, mientras que el 33 % de las que ignoran estas señales suelen separarse más adelante.
Estas “peticiones”, como un “¡Mira lo que me pasó hoy!”, o un simple “¿me acompañas al supermercado?”, pueden parecer pequeñas, pero generan depósitos emocionales que crean intimidad, confianza y seguridad mutua.
El ejemplo de Cristo

Jesús también propone un nivel aún más profundo: sumarnos a Su experiencia, como Él hizo al comprender el dolor humano (Alma 7). No se trata solo de oír, sino de empatizar genuinamente:
- “Se nota que hoy no tuviste un buen día. Aquí estoy para escucharte”.
- “Me alegra mucho que puedas sentirte bien”.
El verdadero valor de la compasión radica en cómo respondemos con corazón y mente, no tanto en las palabras exactas.

¿Nos detenemos a entender los sentimientos de la otra persona? ¿Buscamos conectar con ella antes de querer solucionar todo a la ligera? ¿La ayudamos a procesar sus emociones?
Esa conexión entre pareja es Cristo en acción.
Así, al decir “Se te nota agotado. Cuéntame” o “Celebro contigo tu alegría”, no solo respondemos: nos unimos.
Actos cotidianos que reflejan amor sincero

El camino natural del ser humano nos lleva a asumir que conocemos los pensamientos de nuestro cónyuge y, por lo tanto, solemos responder sin escuchar de verdad. En consecuencia, podemos caer en la rutina, sentir frustración o creernos dignos de criticar y juzgar.
Pensar como Cristo nos impulsa a bendecir y elevar, no a acusar o ignorar. Las Escrituras nos enseñan lo siguiente:
“Sé fiel… socorre a los débiles, levanta las manos caídas y fortalece las rodillas debilitadas”. (Doctrina y Convenios 81:5)

Esto implica:
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Escuchar sin distraerse.
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Mostrar empatía antes que soluciones.
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Invitar a compartir sus sentimientos.
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Acompañar aunque no tengamos respuestas.
Elige la compasión cada día. Aun en cansancio, estrés o distracción, elige ver como Cristo ve, amar como Él ama y bendecir como Él bendice. Es un llamado a vivir ese amor en el entorno más cercano: el matrimonio.

Gottman lo resume de esta manera: el amor no surge, sino que se construye con pequeñas respuestas cotidianas de afecto.
«La verdadera caridad debería comenzar en el matrimonio, ya que ésta es una relación que se debe reforzar todos los días». – James E. Faust
Volvernos diariamente a nuestro cónyuge no solo es un acto de amor, es un acto de fe viva: repetida, humilde y con un corazón abierto.
Fuente Meridian Magazine



