En las escrituras, la luz representa lo bueno, puro y verdadero. Jesucristo enseñó:

“Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas” (Juan 8:12).

Esa luz no solo guía nuestro camino espiritual. También puede transformar los momentos sencillos del día a día.

Una madre de tres hijos, de cinco, tres años y un bebé, compartió una reflexión conmovedora. Sus días están llenos, pero no siempre de la misma manera. A veces, el cansancio físico la agota. En otras ocasiones, es el peso emocional el que se impone: la presión de estar presente, criar con amor, mantener el hogar funcionando y terminar tareas que casi siempre se quedan a la mitad.

Contó que, en esos momentos, suele buscar lo más fácil: doblar la ropa o lavar los platos mientras sus hijas juegan. Son tareas silenciosas y predecibles. Le dan cierta paz. Pero también la alejan del trabajo más difícil —y más sagrado—: estar emocionalmente presente. Escuchar con ternura. Abrazar a una hija triste. Jugar, en vez de limpiar.

Imagen: Canva

Reconoció que esas decisiones simples marcan una gran diferencia. Ser madre puede parecer una labor invisible, repetitiva y agotadora. Pero en esos actos de amor está la luz que Dios quiere darnos:

“Estar presente con mis hijas cuando me necesitan, incluso cuando me siento vacía, trae una luz que no se puede reemplazar”. 

Recordó una escritura:

“El que recibe luz, y permanece en Dios, recibe más luz” (Doctrina y Convenios 50:24).

Para ella, eso no significa hacerlo todo bien. Significa seguir intentando. Elegir la paciencia en vez del enojo. Abrazar en vez de gritar. Mirar a los ojos de su hija y hacerla sentir amada, incluso cuando está agotada.

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Ha aprendido a buscar la luz en lo cotidiano. A veces ora mientras amamanta. O escucha himnos mientras cocina. Incluso leer una sola escritura durante una pausa hace la diferencia. Le recuerda que, aunque el caos no desaparezca, puede enfrentarlo con paz si está conectada con Dios.

Su historia muestra que el evangelio se vive en lo simple. La luz de Cristo no solo brilla en los templos o en momentos sagrados. También se encuentra en una cocina al final del día. En una habitación desordenada llena de risas. O en una madre que elige amar, aunque todo dentro de ella quiera rendirse.

Elegir la luz cada día no es fácil. Pero como dice el himno: “El Señor es mi luz; ¿cómo podría permanecer en tinieblas?”. Incluso en medio del cansancio, la frustración o la rutina, podemos seguir el ejemplo de esta madre. Y encontrar la luz de Cristo, una decisión sencilla a la vez.

Fuente: Church News

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