“¿Todavía creen en eso?”, respondieron entre risas mis amigas de la universidad al comentarles sobre la ley de castidad, mandamiento que establece que las relaciones sexuales se reservan para el matrimonio entre un hombre y una mujer.
Un precepto que puede sonar anticuado en tiempos en los que, aparentemente, los jóvenes (y no tan jóvenes) buscan “pasarla bien” en lo que refiere a relaciones, sin un rumbo claro y priorizando la diversión efímera.
Sin embargo, si consideramos que el cristianismo sigue siendo la religión más predominante a nivel mundial, la castidad no debería ser una práctica tan lejana. Porque es en la propia Biblia donde se establece. Así lo expresa Pablo, apóstol de Cristo:
“Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa está fuera del cuerpo; pero el que fornica, contra su propio cuerpo peca” (1 Corintios 6:18).
Identidad y linaje divinos
Para quienes la intimidad sexual antes del matrimonio es “cosa del pasado”, citando una popular canción de los 2,000 que también desafía la moralidad sexual, no toman en cuenta la doctrina detrás de este mandamiento.
El propio Pablo lo explica:
“¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno profanare el templo de Dios, Dios le destruirá a él, porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es” (1 Corintios 3:16-17).
La pureza sexual no es una limitación de nuestro albedrío; por el contrario, es un recordatorio de nuestra identidad divina y el carácter sagrado de los cuerpos que hemos recibido. Nos permite dimensionar nuestro valor individual y también el de los demás.
En su discurso de la conferencia general de abril de 2013, el élder David A. Bednar, del Cuórum de los Doce Apóstoles, declaró:
“Las relaciones íntimas son una de las máximas expresiones de nuestro potencial y naturaleza divina. Somos agentes bendecidos con el albedrío moral y lo que nos define es nuestra herencia divina como hijos de Dios y no las conductas sexuales, las actitudes contemporáneas ni las filosofías seculares”.
La tentación es inevitable; el pecado, sí
Estas filosofías seculares, es necesario recordar, provienen precisamente de aquel que no goza del glorioso cuerpo divino que Dios nos ha dado. Satanás intenta que todos sean “miserables como él” (2 Nefi 2:27), por lo cual busca minimizar el valor de nuestras almas al hacernos olvidarnos del carácter sagrado de la intimidad sexual.
Ahora bien, así como tenemos una identidad divina, parte de nuestra experiencia terrenal es superar los desafíos de un cuerpo caído y carnal. La oposición es inevitable, pero sí cómo respondemos a estas tentaciones.
El élder Robert L. Backman, quien fue Setenta Autoridad General, sugirió:
“Prepárense para las experiencias que les esperan. Planifiquen de antemano cómo afrontarán las tentaciones: sopesen las consecuencias, ahora y siempre. Si alguien les pide que hagan algo de lo que no están seguros, replanteen lo que les ha dicho: ‘¿Quieres que haga qué?’”.
Al control estos impulsos, el élder David A. Bednar promete:
“Dominar al hombre natural en nosotros hace que tengamos un amor por Dios y Sus hijos más abundante, más profundo y más duradero. El amor aumenta mediante la justa represión y disminuye por la impulsiva gratificación”.
Que tire la primera piedra
No obstante, el ser fieles a nuestros principios y ser sexualmente puros no nos da derecho a construir una falsa superioridad moral sobre aquellos a quienes les cuesta vivir este mandamiento, especialmente como seguidores de Cristo.
De hecho, el Salvador nos brindó uno de los ejemplos más grandes de humildad cuando le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio. Las personas que la acusaban querían que fuese apedreada, como establecía la ley de Moisés, pero Él contestó con una sabiduría y amor majestuosos:
“El que de entre vosotros esté sin pecado, sea el primero en arrojar la piedra contra ella” (Juan 8:7).
Todos se retiraron, porque nadie está libre del pecado, todos tenemos nuestras propias debilidades. Además, no conforme con salvar la vida de esta mujer que había caído en impureza sexual, Jesús le consoló:
“Ni yo te condeno; vete, y no peques más” (Juan 8:11).
El sexo premarital es uno de los mayores desafíos que enfrentamos en este mundo actual. Pero no estamos solos en este camino. Nuestro Padre Celestial conoce nuestros corazones e intenciones. Si extendemos nuestra mano dispuestos a confiar en sus planes divinos, siempre estará dispuesto a ayudarnos. Siempre.
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@masfe.org La misma Biblia nos aconseja no luchar contra la tentación s€xu@l sino más bien huir de ella. Luchar contra la tentación s€xu@l implica permanecer en contacto con ella y eso no es sabio, porque seguir en contacto con los impulsos que Dios puso en nosotros para poder ejercerlos dentro de los sagrados vínculos del matrimonio podría suponer caer en la tentación, lo que solo destruirá nuestra espiritualidad y auto respeto. #biblia #consejo #jovenescristianos sexualidad #cristianos #tentacion #fe #lucha #cambiodevida #familia