Hablar de ministración no siempre es cómodo. De hecho, no debería serlo. La verdadera ministración nos reta a dejar la comodidad, a mirar más allá de nosotros mismos y a responder al llamado del Salvador con valentía.

No se trata de cargar culpas, sino de despertar la conciencia: cada acto de amor que damos abre una puerta al cambio en la vida de alguien más, y también en la nuestra.

Muchas veces creemos que estamos cumpliendo “más o menos” con nuestra asignación de ministrar, pero el Evangelio no se trata de mínimos.

Si alguna vez te has sentido estancado en este aspecto, quizá sea porque estás enfrentando tres obstáculos muy comunes: egoísmo, miedo y olvido del Espíritu. Reconocerlos es el primer paso para superarlos.

1. El egoísmo disfrazado de estar ocupado

Pero en la vida diaria, el egoísmo aparece de manera mucho más sutil. Imagen: Canva

Cuando pensamos en egoísmo, solemos imaginar a alguien indiferente o insensible. Pero en la vida diaria, el egoísmo aparece de manera mucho más sutil.

A veces se esconde en agendas saturadas, en la obsesión por cumplir nuestras propias rutinas o en la costumbre de priorizar lo que nos resulta más cómodo.

Podemos caer en la trampa de creer que “no tenemos tiempo” o que “ya hicimos suficiente”, cuando en realidad hemos cerrado la puerta a oportunidades de servir de forma significativa.

El Salvador nos enseñó que el amor verdadero florece cuando ponemos a los demás por encima de nuestras preferencias. Imagen: Canva

El Salvador nos enseñó que el amor verdadero florece cuando ponemos a los demás por encima de nuestras preferencias.

Y ministrar es justamente eso: abrir espacio en la agenda, escuchar de verdad y preocuparnos más por lo que otros sienten que por lo que nosotros queremos decir.

Cómo vencerlo:

  • Ora pensando solo en las necesidades de alguien más.

  • Acepta participar en una actividad que le guste a la persona que ministras, aunque a ti no te atraiga.

  • Haz un pequeño acto de servicio cada día, aunque parezca insignificante.

2. El miedo a acercarse

El temor puede ser un obstáculo silencioso. Imagen: Canva

El temor puede ser un obstáculo silencioso. No siempre se manifiesta en forma de pánico; muchas veces aparece como una inseguridad leve: ¿y si digo algo inadecuado?, ¿y si no me reciben bien?, ¿y si termino comprometiéndome más de lo que puedo?

Este miedo nos detiene antes de dar el primer paso. Pero lo cierto es que el sacrificio solo duele un instante; lo que realmente nos paraliza es el miedo anticipado.

La valentía espiritual consiste en actuar sin aplazar los impulsos buenos, confiando en que el Señor nos dará palabras, fuerza y consuelo en el camino.

Lo cierto es que el sacrificio solo duele un instante; lo que realmente nos paraliza es el miedo anticipado. Imagen: Canva

Cómo vencerlo:

  • Pregúntate: ¿me importa más la opinión de los demás o lo que Dios espera de mí?

  • Obedece de inmediato cualquier impresión que te inspire a hacer el bien.

  • Envía hoy mismo un mensaje sincero preguntando a la persona cómo está.

3. Olvidar al Espíritu

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El problema es que, al vivir entre rutinas, podemos dejar que el egoísmo y el miedo bloqueen esa conexión. Imagen: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días

La ministración no se trata de cumplir visitas o entregar mensajes preparados. Es un esfuerzo inspirado que requiere sensibilidad espiritual.

El problema es que, al vivir entre rutinas, podemos dejar que el egoísmo y el miedo bloqueen esa conexión.

Cada persona necesita algo diferente. Algunos valoran un detalle pequeño, otros una visita presencial y otros simplemente ser escuchados.

El Espíritu Santo es quien guía esas decisiones, mostrándonos el modo exacto en que podemos reflejar el amor del Salvador en la vida de los demás.

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El Espíritu Santo es quien guía esas decisiones. Imagen: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días

Cómo vencerlo:

  • Pregunta en oración: ¿qué necesita realmente esta persona?

  • Menciona a tus amigos de ministración en tus oraciones diarias.

  • Visítalos y pregúntales directamente cómo prefieren ser acompañados.

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El egoísmo, el miedo y el descuido pueden parecer muros enormes, pero se derrumban con actos sencillos. Imagen: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días

Al final, no se trata de hacer grandes cosas, sino de tener un corazón dispuesto. Si dejamos de lado las excusas y damos pasos pequeños pero constantes, descubriremos que la ministración no es una carga, sino un regalo: la oportunidad de parecernos más a Cristo mientras cuidamos a Sus hijos.

El egoísmo, el miedo y el descuido pueden parecer muros enormes, pero se derrumban con actos sencillos.

Y es en esos pequeños gestos donde se encuentra la grandeza del discipulado. Ministrar de verdad significa elegir cada día el camino más alto, aunque sea incómodo, confiando en que allí está el Señor.

Fuente: LDS Daily

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