Cuando servía como misionero, la esposa de mi presidente de misión nos compartió lo siguiente:
“Si tienes algo bueno que decir sobre tu compañero, ¡grítalo a los cuatro vientos! Si tienes algo malo que decir, muerde tu lengua y no digas nada”.
El presidente Gordon B. Hinckley, enseñó:
“El llevar las cargas los unos a los otros, el fortalecernos mutuamente, el alentarnos los unos a los otros, el elevarnos entre nosotros, el buscar lo bueno en los demás y hacer hincapié en ello son responsabilidades que se nos ha encomendado divinamente a cada uno de nosotros.
No hay hombre o mujer… que no pueda sentirse deprimido por un lado, o elevado por el otro, por los comentarios de sus compañeros… cultiva el arte de elogiar, de fortalecer, y de animar”.
El presidente Hinckley cagregó:
“Sugiero que realcemos lo positivo; pido que nos esforcemos más por encontrar lo bueno, que hagamos callar nuestras voces de insulto y de sarcasmo, que elogiemos con mayor generosidad la virtud y el esmero.
No pido que se acalle toda crítica. La corrección conlleva crecimiento; el arrepentimiento conlleva fortaleza. Sabio es el hombre y sabia la mujer que, tras haber cometido errores que los demás le han señalado, cambia su curso.
No estoy sugiriendo que nuestra conversación sea pura miel; el expresarse de manera inteligente y a la vez sincera es una habilidad que debemos procurar y cultivar.
Lo que sugiero y pido es que nos mantengamos al margen de la negatividad que es tan común en nuestra sociedad y que busquemos lo notablemente bueno de la tierra y la época en la que vivimos, que hablemos de las virtudes mutuas más que de las faltas, que el optimismo reemplace el pesimismo. Permitamos que la fe reemplace nuestros temores”.
En la terapia de pareja, enseñamos a los cónyuges a emplear su tiempo y energía a abordar sus problemas y no para atacarse mutuamente: hablar sobre lo que deseas, lo que tu cónyuge desea, lo que desean juntos y lo que el Señor desea.
Con humildad y amor, pueden resolver sus problemas. Estos principios pueden funcionar con parejas, padres e hijos, hermanos, compañeros de trabajo o donde sea que existan conflictos.
En “Adaptación a la vida misional” se nos enseña a comunicarnos abiertamente con nuestros compañeros:
“Antes que nada, escuche. Cuando vive las veinticuatro horas del día con una persona, notará cosas que le molestan. Ambos provienen de ámbitos diferentes y tienen diferentes expectativas y “reglas” en cuanto a lo que es correcto o normal. Aunque usted no sienta lo mismo, el comportamiento de su compañero o compañera tiene una perfecta justificación para él o ella. Durante el tiempo del inventario entre compañeros, averigüe más sobre la forma en que él o ella ve las cosas haciendo preguntas y escuchando con atención. (Véase Predicad Mi Evangelio, págs. 200–201.)
Explique respetuosamente qué es lo que le está causando molestia. Si está siendo muy crítico o está enojado, es probable que su compañero se ponga a la defensiva en vez de cooperar. Explique cuál es su problema y qué es lo que usted necesita en vez de criticar el comportamiento molesto de su compañero. Por ejemplo: “Me desagradan mucho los platos sucios, pero tampoco me gusta encargarme de lavarlos yo solo. ¿Habrá alguna manera de que nos organicemos para compartir esta responsabilidad?”. O: “Me preocupa que esté enojado conmigo cuando está tan callado. ¿Podría decirme en qué está pensando?”.
Sea directo y amable. Evite las etiquetas y los juicios negativos. No reafirme su postura haciendo uso de largas listas de los defectos de su compañero. Trate de mantener un tono regular que no demuestre ira ni autocompasión (véase Efesios 4:29–32).
No se ofenda. Acepte las sugerencias, incluso si se las dieran en forma poco delicada, con toda la gracia y el humor que le sea posible juntar.
Hágale cumplidos a su compañero a menudo. Agradécele por las cosas que aprecia”.
Que el Señor siga bendiciendo a nosotros y a nuestros seres queridos mientras nos esforzamos por cultivar el arte de complementar, fortalecer y alentar para ayudarnos a acercarnos más el uno al otro y más cerca del Señor.
Fuente: Meridian Magazine
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