Este artículo está basado en el relato de Marcela Trindade.
A medida que me preparo para dar otro paso en mi jornada espiritual, no puedo dejar de recordar todo lo que me ha sucedido hasta este momento. Seguir a Cristo realmente es una jornada.
Conocí La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días gracias a una vecina cuando tenía 10 años. Conocimos a los misioneros y me enseñaron el evangelio junto a mi familia.
Mi madre y yo aceptamos ser bautizadas, pero, desafortunadamente, mi padre y mi hermana mayor no formaron parte de esa jornada espiritual.
Aunque mi mamá y yo estábamos seguras de que nos encontrábamos en la Iglesia de Cristo, por razones que no puedo recordar muy bien, dejamos de participar activamente en las reuniones un año después de haber sido bautizadas.
El lugar donde debería estar
Durante mi adolescencia, nunca consideré regresar a la Iglesia.
A pesar de que nuestra vecina siempre se mantenía en contacto con nosotros y veíamos a su familia ir a la capilla cada domingo, terminamos dejando de lado los principios que aprendimos en la Iglesia al mismo tiempo que otras amistades y costumbres entraban en nuestras vidas.
Nueve años después de habernos alejado, algo extraordinario sucedió. Un profundo deseo de regresar a la Iglesia floreció en mi corazón. Sentí que fue el Espíritu Santo quien tocó mi corazón.
A pesar de que fue un sentimiento muy fuerte, tuve miedo y vergüenza de que no pudiera encajar nuevamente en la Iglesia.
Esa misma semana me encontré luchando contra esa sensación cuando, curiosamente, los misioneros tocaron la puerta de mi casa.
Como si fuera una respuesta divina, compartieron un mensaje con mi familia y nos ayudaron a visitar la Iglesia el domingo siguiente.
Cuando entré a la capilla, las lágrimas inundaron mis ojos. Sentí una alegría y paz indescriptibles, y sobre todo, sentí que ese era el lugar donde debería estar.
En ese momento, a pesar de que enfrentaba desafíos, especialmente en mi salud mental, sentí que el Señor me había vuelto a encontrar.
Hallar gozo en Cristo
El papel fundamental del presidente de rama y su familia, sumado al apoyo constante de la vecina que nos presentó a los misioneros, fue crucial para nuestro retorno a la Iglesia. Mi hermano se bautizó y ahora los tres servimos al Señor en nuestra rama.
Decidí prepararme para servir como misionera de tiempo completo después de entender la importancia de la obra misional. Al principio, mi familia no estaba totalmente convencida con esta decisión, pero con el tiempo se convirtieron en mis más grandes partidarios.
A pesar de las dudas que surgieron, el templo y la guía divina fortalecieron mi decisión de servir al Señor. Ahora, mientras me preparo para servir en la Misión Japón Tokio Sur, mi testimonio se fortalece.
Las revelaciones personales que recibo son lo que me ayudan en los momentos de prueba. A aquellos que pasan por situaciones similares, mi consejo es simple: pidan ayuda al Señor, fortalezcan su fe.
La felicidad pasajera del mundo no se compara con el verdadero gozo que se puede encontrar en Cristo.
Fuente: maisfe.org