No es un llamamiento, pero puede llegar a ser una responsabilidad incluso mayor a muchas asignaciones dentro de la Iglesia. Sin buscarlo, suelen acaparar las miradas de la mayoría de los miembros, aunque —irónicamente— bajo una etiqueta en la que se omite su nombre:
“Ella es la esposa del obispo”.
Porque, a veces, no sabemos ni cómo se llama. Pero todos conocemos su ‘rol’. Un aparente papel secundario que, en realidad, es protagonista y trascendental.
“Hermanas, por favor, nunca subestimen el extraordinario poder que hay en ustedes de influir en los demás para bien. […] Si el mundo perdiera alguna vez la rectitud moral de sus mujeres, nunca se recuperaría”.
Esa poderosa declaración fue pronunciada por el presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, Russel M. Nelson, en su discurso titulado “La influencia de las mujeres”. Porque, el impacto de las hijas de Dios en Su divino plan, excede nuestro entendimiento terrenal.
Y la, muchas veces, anónima “esposa del obispo” es un reflejo de ese silencioso, pero invaluable poder.
Trabajo doble sin reconocimiento
Aunque nuestra responsabilidad divina y más sagrada en la Tierra es ser padre o madre, el Señor también requiere de nuestros dones y talentos para edificar Su reino a través de distintos llamamientos en la Iglesia para servir a nuestro prójimo.
Si bien ninguno es más importante que otro ni define nuestro valor como hijos de Dios, algunos llamamientos exigen un mayor tiempo y compromiso, como es el caso del obispo. Al grado de exigir esfuerzos no solo de su parte, sino también de su familia (no es casualidad que las esposas también sean entrevistadas antes de que se les sostenga).
La hermana Susan H. Porter, primera consejera de la Presidencia General de la Primaria, relató una dolorosa experiencia que vivió cuando era una joven madre de 4 pequeños, incluido un recién nacido, y su esposo el obispo del barrio.
“Estaré en la piscina con los jóvenes del sacerdocio. Tim está enseñando a los chicos a bucear”.
Esas fueron sus palabras tras un agitado día en el que, esperaba, su marido pueda cumplir con las responsabilidades familiares tras regresar de su jornada laboral. Por lo que su respuesta a “¿Cómo fue tu noche?” cuando él llegó a casa fue un incontenible llanto:
“Entre lágrimas, le conté lo difícil que había sido acostar a cuatro niños, incluido un bebé inquieto, sabiendo que él estaba afuera aprendiendo a bucear. Podía entender que se marchara si alguien de la membresía se enfrentaba a una crisis. ¿Pero bucear? No tanto”.
La soledad, según una investigación publicada por BYU, es el sentimiento que más experimentan las esposas de los obispos, especialmente aquellas más jóvenes y con hijos pequeños a cargo. Una emoción que, por supuesto, no siempre podremos notar.
Ahora bien —y evidentemente no es el escenario general— lo que los miembros sí solemos comentar y señalar sobre la esposa del obispo son sus posibles ausencias en alguna actividad, ocasionales tardanzas en la sacramental, o su falta de participación o entusiasmo en las clases. Incluso su vestimenta o arreglo personal son víctimas de juicios.
Mientras al obispo se le pide compromiso íntegro con su llamamiento, de sus esposas no solo se espera su incondicional apoyo, sino que también sean el modelo y rol de compañeras y madres ‘perfectas’. Nuevamente, es una doble tarea con la que deben cargar, generalmente, sin ningún tipo de reconocimiento terrenal.
Al servicio de Dios, no del hombre
Una frase que he escuchado con frecuencia en la Iglesia es que la mujer es el “complemento ideal” del esposo. Se trata de un peligroso dicho por sí solo, partiendo por el significado de la primera palabra.
De acuerdo con la Real Academia de la Lengua Española (RAE), un complemento es “una cosa, cualidad o circunstancia que se añade a otra para hacerla íntegra o perfecta”.
En ese sentido, llamar a la mujer el “complemento ideal” del esposo podría limitar su papel a ser un simple añadido del hombre, sin tener un valor individual por sí misma, siempre dependiendo de su esposo y al servicio de lo que él disponga.
Sin embargo, ser la esposa del obispo no es simplemente ayudar a tu cónyuge a presidir el barrio y, a la par, el hogar, sino —sobre todo— cumplir con los designios del Señor.
Porque es nuestro Padre Celestial quien, a través de sus líderes, nos otorga estas responsabilidades; por lo tanto, estamos sirviéndole a Él. Es Dios quien debe guiar nuestro matrimonio.
Que las mujeres no sean poseedoras del sacerdocio jamás significará que están por debajo de sus cónyuges ni mucho menos que estén destinadas a servirles.
En la última conferencia general, la Presidenta General de las Mujeres Jóvenes, Emily B. Freeman, se dirigió con poder específicamente a las mujeres:
“Recuerden, no solo importa quién oficia en la ordenanza; también merece su mayor atención aquello a lo que nos da acceso la ordenanza y las promesas por convenio que ustedes han hecho”
En ese sentido, nos recordó que las bendiciones del sacerdocio no tienen límites:
“Participar del pan y del agua es un recordatorio semanal de Su poder en ustedes para ayudarlas a vencer. Usar el gárment del santo sacerdocio es un recordatorio diario del don de Su poder en ustedes para ayudarlas a alcanzar su potencial. Todos tenemos acceso al don del poder de Dios”.
Es momento de hablar de las esposas de los obispos, pero no de su participación en las actividades o su vestimenta, sino del divino poder que reciben al trabajar en silencio —y en jornada doble— en la edificación del reino de Dios.
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@masfe.org Cuando Dios creó a la mujer nunca la puso en segundo lugar, como una ayudante de Adán. En el texto original en hebreo, Dios utiliza las palabras “ezer kenegdo” se podrían traducir como “fortaleza o poder frente a”. Osea que las mujeres han sido creadas para ser una fuente de fortaleza y poder al mismo nivel de los hombres para que, juntamente con ellos, puedan llevar las cargas de la vida mortal. #biblia #mujer #eva #adan #cristianos #hebreo #sabiasque #fuerza #mujercristiana