Jesucristo no es una máquina expendedora de deseos

Jesucristo deseos

Muchas veces se ha enseñado que las promesas de Dios se cumplen si hacemos cosas específicas después arrepentirnos y recibir revelación personal.

Esto ha ayudado a moldear los principios del evangelio en pasos concretos, enseñando así que Dios debe cumplir también con sus promesas. Esto parece una fórmula matemática. 

Esta fórmula puede traernos problemas si nos dirigimos a Dios, siguiendo los pasos preestablecidos, pensando que, si hacemos “a”, entonces Él tendrá que hacer “b”.

En otras palabras, podemos creer que controlamos la voluntad de Dios, pensando que es la forma en que conseguiremos que Él haga lo que queramos.

Si bien nuestros deseos pueden ser los más nobles, debemos tener fe en que todo lo que suceda será para nuestro bien. Imagen: La Iglesia de Jesucristo

No debemos confundir el versículo: “Dios está obligado cuando hacemos lo que nos pide” (DyC 82:10), por “Dios está obligado a darme lo que quiero cuando quiero, si hago lo que me pide”.

El élder D. Todd Christofferson explicó:

“Algunos malinterpretan las promesas de Dios y creen que obedecerlo a Él produce resultados específicos en un momento determinado.

No debemos pensar en el plan de Dios como si fuera una máquina expendedora cósmica en la que (1) seleccionamos una bendición deseada, (2) insertamos la suma total requerida de buenas obras y (3) el pedido se entrega sin demora”.

No debemos desesperarnos. Confiemos en el tiempo de Dios. Foto: Canva

Obviamente, Dios no es una máquina expendedora de deseos.

Para entender más la forma en que Dios trabaja, veamos la historia de Lázaro.

Cuando Lázaro se enfermó, sus hermanas, Marta y María, le mandaron una carta a Jesús, la cual decía:

“Señor, he aquí, el que amas está enfermo”. – Juan 11:3

Un día con Jesús

Jesucristo hizo milagros según Su propia voluntad, no según la nuestra. Imagen: La Iglesia de Jesucristo

Jesús sabía que la enfermedad de Lázaro lo llevaría a la muerte, pero Él afirmó que su enfermedad era “para la gloria de Dios” (Juan 11:4).

Jesús esperó 2 días en el lugar donde estaba y, mientras Él esperaba, la enfermedad de Lázaro siguió su curso natural: la muerte.

Solo después de 4 días de la muerte de Lázaro, Jesús caminó hacia su pueblo (Juan 11:17).

Lázaro estuvo enfermo por varios días y Jesucristo lo sabía. Imagen: La Iglesia de Jesucristo

Imaginen cómo debió haberse sentido María cuando le envió la carta a Jesús, lo esperó, vio morir a su hermano y entendió que Jesús no había llegado todavía.

Ella sabía que Jesús tenía el poder para curarlo, de hecho, ya había curado a muchos sin que estén en su presencia y sin que se lo pidieran. 

Sanó al hijo del noble con unas cuantas palabras (Juan 4:50) y curó sin que se lo pidieran a un ciego y a un hombre que estuvo enfermo por 38 años (Juan 5:5-8; 9:1-6).

En muchos casos las personas no conocían su poder y no sabían de lo que Él era capaz. Jesús simplemente curaba a aquellos que lo necesitaban.

Jesucristo llegó en un momento donde todo parecía estar perdido. Imagen: La Iglesia de Jesucristo

Sin embargo, en el caso de Lázaro, un hombre que amaba y era de una familia que amaba, Jesús decidió no curarlo, inclusive cuando se lo pidieron.

Desde la perspectiva de la fórmula presentada al principio, esto no tiene sentido. Marta, María y Lázaro habían vivido justamente y pidieron adecuadamente; sin embargo, Jesús no respondió de la manera en que esperaban.

Si bien no se sabe lo que pensó Marta mientras esperaba a Jesús, ella le pidió que resucitara a su hermano cuando llegó:

“Y Marta dijo a Jesús: Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto; mas también sé ahora que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará”. – Juan 11: 21-22

Jesucristo tenía todo poder y autoridad para levantar a Lázaro. Imagen: La Iglesia de Jesucristo

Respondiendo a su pedido, Jesús reafirmó una gran verdad y le preguntó a Marta:

“Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.

Y todo aquel que vive y cree en mí no morirá jamás. ¿Crees esto?” – Juan 11: 25-26

Incluso cuando Jesús se dirigió a Marta, no le dijo que inmediatamente resolvería su gran dolor, no le dijo que resucitaría a Lázaro de la muerte, ni le dijo que todo mejoraría; lo que Él hizo fue mostrarle la promesa de la inmortalidad: creer en Él. Después, le preguntó si creía en ello. Marta le respondió:

“Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo”. – Juan 11: 27

Jesucristo realizó el milagro en el momento que consideró sabio. Imagen: La Iglesia de Jesucristo

A pesar de que Jesús no curó a Lázaro y no le prometió que lo “levantaría” inmediatamente, Marta seguía creyendo que Jesús era el Cristo, el Hijo de Dios.

Tal vez las expectativas de Marta no se cumplieron en ese momento, pero su creencia estaba centrada en Él, estaba centrada en Jesucristo.

Eventualmente, Jesús levantó a Lázaro de la muerte, pero ese no fue el punto central de la historia. Lo más importante fue la declaración de fe de Marta hacia Jesús después de todo el dolor que sufrió. 

oración con Dios

Lo que realmente Jesucristo desea es que fortalezcamos nuestra fe en Él. Su tiempo y la forma en que actúa es divina. No hay que dudar. Arte: Greg Olsen

Ella podía haber dudado, podía haberse sentido decepcionada del Señor y así terminar con su fe, pero no; ella decidió esperar y tener esperanzas; ella aprendió cosas que no hubiera aprendido si Jesús hubiera llegado inmediatamente y hubiera sanado a Lázaro.

Y una de las cosas más importantes: el tiempo que transcurrió no fue por negligencia divina o menosprecio, sino que, como las escrituras muestran, aquella decisión fue “para la gloria de Dios”.

La espera de Jesús fue intencional, nació del amor y de una perspectiva más eterna.

Él es la solución. Todo aquel que crea en Él no morirá. Imagen: La Iglesia de Jesucristo

La hermana Amy A. Wright, consejera en la presidencia general de la Primaria, enseñó:

“Aprendí de un modo profundo que la liberación de nuestras pruebas es diferente para cada uno y que, por lo tanto, nuestro enfoque debe estar menos dirigido a la manera en que seremos liberados y más al Libertador mismo. ¡Nuestro énfasis debe estar siempre en Jesucristo!”

Nuestro enfoque siempre debe ser Jesucristo. Y lo único que podemos controlar es a nosotros mismos.

No importa que tan obedientes seamos, nuestra obediencia no controlará a Dios; nuestros actos no pueden sobreponer nuestra voluntad a la de Él.

Fuente: LDS Living

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