2 cosas que te ayudarán a convertirte en un maestro más poderoso

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El otro día, llamé a casa y mi madre contestó el teléfono. “Hola mamá,” dije. “¿Está mi papá?” simplemente respondió, “Se ofreció como voluntario otra vez.”

Escuché que alguien dijo una vez más, “predica el evangelio y si es necesario, usa palabras.” Ese es mi padre, un hombre semejante a Jesús que ha pasado su vida ofreciéndose como voluntario, haciendo servicio, guiando y enseñándome cómo ser más como el Salvador.

Todos somos maestros. De hecho, parece que todos enseñamos algo todo el tiempo. ¿Cómo podemos volvernos más influyentes como maestros en nuestros hogares y en la Iglesia? Mi padre es un maestro poderoso de tantas maneras, pero me gustaría resaltar solo dos.

Primero, vive el evangelio. Segundo, formula preguntas y escucha.

Vive el evangelio

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He pasado mi vida observando a mi padre ir al templo, leer las escrituras, orar, ayunar y ministrar a aquellos a su alrededor. Me ha mostrado, mediante su ejemplo y sus palabras, que el verdadero instructor no es el maestro sino el Espíritu Santo.

Un maestro lleno del Espíritu Santo tendrá un efecto más poderoso sobre aquellos a quienes enseña por medio del entorno que es capaz de crear. El objetivo de un maestro es llevar a las personas a Cristo, el Santo que nos ayuda a llegar a ser santos. El Presidente Boyd K. Packer dijo: “El poder se recibe cuando el maestro ha hecho todo lo que está a su alcance para preparar, no únicamente sus lecciones, sino su vida, para que ésta esté siempre en la sintonía del Espíritu.”

Formula preguntas y escucha

Un día entré a la cocina con un problema en mi mente. Me senté y comencé a conversar con mi padre. “Papá, tengo un problema. ¿Qué debo hacer?”

Se sentó por un momento, me miró, pensó y luego, dijo: “¿Qué piensas que debes hacer? ¿Cómo te afectará esa decisión?” Siguió ayudándome a resolver mi propio problema, pero lo interesante fue que nunca me dio muchos consejos. Usualmente, me formulaba preguntas y me escuchaba.

El Salvador hacía preguntas inspiradas como: “¿Me amas?” (Juan 21: 16). Luego, Él esperaba una respuesta. Esperaba dar la oportunidad al Espíritu de enseñar a Sus discípulos. Aquellos que tuvieron oídos para escuchar, cambiarían sus corazones. Como maestros, ¿Tenemos oídos para escuchar? ¿Estamos dispuestos a preguntar y escuchar? Cuando formulamos preguntas inspiradas y luego, dejamos que el Espíritu obre en el corazón del alumno, los testimonios se fortalecen, los corazones se sanan y el Señor responde las oraciones.

El ejemplo de mi padre me ha bendecido incluso en mi carrera. Una noche estaba trabajando hasta tarde como administrador de una comunidad de vida asistida. Me sentía cansado, agotado y quería irme a casa. Salí por la puerta trasera de mi oficina y vi a Francis, una cuidadora, sentada, sin repartir los medicamentos de los internos. Frustrado por lo que vi, ignoré la situación.

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Quince minutos después, caminé por el mismo pasadizo y Francis todavía estaba ahí, ahora estaba hablando por teléfono. ¡Eso era el colmo! Los internos necesitaban sus medicamentos. “¿No lo entiende?” pensé. Irritado, comencé a caminar rápidamente en su dirección. La tomé por sorpresa, un poco nerviosa y guardó rápidamente su celular.

Justo cuando estaba a punto de regañarla, primero surgió una pregunta: “Francis, ¿cómo estás?” Tomó una pausa y luego, dijo en voz baja: “Me siento muy mal.” No dije nada, pero me senté en el suelo a su lado y la escuché. Extendió su mano izquierda y sostuvo la mía. Durante los siguientes 10 – 15 minutos, hablamos sobre cuán mal se sentía, cómo contrajo la diabetes, cómo necesitaba los reemplazos de rodilla y cómo esa noche en particular sentía mucho dolor.

Cuando escuché, mi corazón cambió, estaba ahí para ella, sentí su dolor y la vi de manera diferente. Una simple pregunta nos cambió. El hecho de preocuparme más por ella que por la necesidad de corregirla, creó una experiencia de elección en que ambos fuimos edificados. Nunca le dije nada a Francis sobre repartir los medicamentos, sino que mientras me iba, dijo: “Creo que comenzaré a repartir los medicamentos.” A menudo, las lecciones más impresionantes son aquellas que se sienten y que no solo se escuchan.

Me siento agradecido con mi padre, un ejemplo poderoso de enseñar a la manera del Salvador. El Salvador necesita a más hombres y mujeres como Él.

Artículo originalmente escrito por Sam Stoddard y publicado en ldschurchnew.com con el título “2 things that will help you become a more powerful teacher.”

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