Depresión, infertilidad y fe: La lección que aprendemos de Ana en el Antiguo Testamento

El Antiguo Testamento incluye muchos relatos de aquellos que lucharon con el dolor emocional y espiritual, incluida la historia de Ana, la madre del profeta Samuel.

Antes de que Ana diera a luz a Samuel, sufrió durante muchos años debido a su incapacidad para concebir y tener hijos.

Ana también estaba agobiada por las constantes críticas de la segunda esposa de su marido, Penina.

El “Manual Diagnóstico y Estadístico”, la guía que utilizan los profesionales de la salud mental para diagnosticar y tratar las enfermedades mentales, incluye los siguientes criterios para el diagnóstico de depresión:

1. Disminución o aumento del apetito casi todos los días

2. Estado de ánimo depresivo la mayor parte del día, casi todos los días, según lo indicado por un informe subjetivo o por la observación de un tercero.

Estos síntomas suelen durar varias semanas como mínimo.

Elcaná intentó consolar a Ana diciendo: “¿Por qué lloras? ¿Y por qué no comes? ¿Y por qué está afligido tu corazón? ¿No te soy yo mejor que diez hijos?” (1 Sam. 1: 8).

Aunque no se registra la respuesta de Ana, es evidente que el intento de su esposo por consolarla animándola a “contar sus bendiciones” no tuvo éxito.

Ella continuó buscando alivio a través de la oración:

“Ella, con amargura de alma, oró a Jehová y lloró desconsoladamente. E hizo voto, diciendo: Jehová de los ejércitos, si te dignas mirar la aflicción de tu sierva, y te acuerdas de mí y no te olvidas de tu sierva, y das a tu sierva un hijo varón, yo lo dedicaré a Jehová todos los días de su vida, y no pasará navaja sobre su cabeza”. -1 Sam. 1: 10-11

Elí, el sacerdote del templo, observó la oración llena de dolor de Ana y concluyó que había estado bebiendo alcohol y que sus pensamientos y acciones se habían comprometido:

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“Y aconteció que mientras ella oraba largamente delante de Jehová, Elí observaba la boca de ella. 

Mas Ana hablaba en su corazón, y solamente se movían sus labios, y su voz no se oía; y Elí la tuvo por ebria” .-1 Sam. 1: 12-13

El uso del alcohol como medio para lidiar con la desesperación parece haber sido un problema tanto en la antigüedad como en el presente, pero este no formaba parte de los problemas de Ana. 

Su desesperación, aunque difícil de soportar, la motivó a recurrir a la única fuente legítima de sanación que conocía: Dios.

Los siguientes versículos incluyen una conversación informativa y reveladora entre Ana y el sumo sacerdote Elí:

“Entonces le dijo Elí: ¿Hasta cuándo estarás ebria? Deja ya el vino.

Y Ana le respondió, diciendo: No, señor mío; soy una mujer atribulada de espíritu. No he bebido vino ni sidra, sino que he derramado mi alma delante de Jehová.

No tengas a tu sierva por una mujer impía, porque por la magnitud de mis congojas y de mi aflicción he hablado hasta ahora”. -1 Sam. 1: 14-16

Elí luego instruyó y prometió a Ana:

“Ve en paz, y el Dios de Israel te otorgue la petición que le has hecho”.

Ana respondió con fe: “Halle tu sierva gracia delante de tus ojos”.

Luego nos enteramos de que Ana “se fue la mujer por su camino, y comió y no estuvo más triste” (1 Sam. 1: 17-18).

Ana y Elcaná regresaron a casa y, a su debido tiempo, Ana concibió y dio a luz un hijo: Samuel. Ana cumplió con el voto que había hecho antes de que Samuel fuera concebido, porque en el momento apropiado lo llevó al templo y “lo dedicó” al Señor (1 Sam. 1:28).

El sacrificio maternal y simbólico de Ana demuestra que el voto que hizo durante su estado de depresión representaba su amor por el Señor y no era simplemente una forma de negociar con Dios para cumplir sus propios deseos.

También fue notable, quizás incluso milagroso, que la desesperación de Ana desapareciera antes, no después, de que fuera bendecida con el hijo que deseaba tan desesperadamente. 

Parece que la desesperación de Ana fue “expurgada” (Enós 1: 6), al menos en parte, debido a su fe en la promesa que le dio el Señor a través de uno de Sus siervos autorizados.

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La historia de Ana es un ejemplo importante de alguien que experimentó sentimientos de desesperación pero que no fue culpable de un pecado grave.

Incluso si no sufría de un trastorno depresivo mayor, la experiencia de Ana con la infertilidad fue devastadora y le cambió la vida. La historia de Ana representa los sentimientos de muchas parejas de nuestros días que sufren preocupaciones similares.

La siguiente declaración extraída de las páginas de una revista de investigación describe algunas de las graves implicaciones de la infertilidad:

“El impacto de la infertilidad puede tener consecuencias sociales y psicológicas dañinas en el individuo, desde la exclusión o el divorcio hasta formas más sutiles de estigma social que conducen al aislamiento y la angustia mental.

En algunas culturas, la maternidad es la única forma en que las mujeres pueden incrementar su estatus en su familia y comunidad”.

La mayoría de los padres experimentan una tristeza y un dolor genuinos por la pérdida de un hijo, y los hijos lamentarán por la muerte de sus padres, incluso si se percibe como “su hora de partir”. 

La vida es dolorosa, y cada uno de nosotros ha experimentado y aún experimentaremos tristeza relacionada con una serie de diferentes tipos de pérdidas: físicas, emocionales y espirituales.

El presidente Boyd K. Packer enseñó una vez que la tristeza, la decepción y el fracaso son una parte necesaria de la experiencia humana:

“Vivimos en una época en que el adversario hace destacar en todo la filosofía de la satisfacción instantánea de los deseos. Parece que lo queremos todo instantáneamente, incluso soluciones instantáneas a nuestros problemas…

Se dispuso que la vida tenía que ser un desafío. Es normal sufrir algo de ansiedad, depresión, desilusión e incluso algún fracaso..

Enseñen a nuestros miembros que si de vez en cuando tienen un día bien desdichado, o varios consecutivos, los enfrenten con firmeza. Las cosas se arreglarán.

Existe un gran propósito en la lucha que tenemos en la vida”.

Ana representa a muchas personas buenas y fieles a lo largo de la historia de la humildad que han amado y servido a Dios, han amado a sus familias y a su prójimo y, sin embargo, lo han hecho mientras sobrellevaban sentimientos de tristeza y desesperanza.

Fuente: ldsliving.com

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