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Epílogo
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Epílogo

Cuando nuestra vida se fundamenta en nuestra relación con Dios, el caos y la confusión que forman el fuego cruzado de la complejidad dan paso a un silencio que el mismo Creador inventa para nosotros. La promesa de dicha paz nos da a cada uno de nosotros la esperanza para seguir subiendo nuestra propia escalera de Jacob. Este ascenso está compuesto de todas las decisiones diarias que debemos tomar, todos los sacrificios que se requieren para nuestra santificación.

 

Finalmente, accedemos a la paz del espíritu, que es la simplicidad madura, y ahí nos damos cuenta de que nos espera otro camino, lleno de sus propias complejidades. La tercera etapa no es nuestro último destino. La simplicidad que se encuentra en el extremo opuesto de la complejidad de Holmes es la simplicidad que se encuentra en frente del otro camino santo.

 

Si nos dirigimos a donde decimos que queremos ir, debemos estar dispuestos a someternos a las presiones de este próximo camino. ¿Podemos seguir siendo mansos, sumisos y misericordiosos incluso en el crisol de las dudas burlonas de los demás y nuestras propias preguntas al estilo gordiano? ¿Tenemos la fuerza para seguir a Cristo todo el camino desde el Getsemaní hasta el Calvario sin enojarnos por la amargura de la copa que tengamos que tomar? Como dijo el Élder Neal A. Maxwell, “si tomamos en serio nuestro discipulado, Jesús finalmente nos pedirá que hagamos las cosas que nos son más difíciles. 113

La simplicidad experta de la tercera etapa nos dirige nuevamente al templo, listos para someternos aun de manera más profunda al código de conducta que nuestro Maestro nos ha dado a conocer tanto en palabras como en obras. Nuestra adoración en el templo antes de entrar a la tercera etapa, comparativamente hablando, es una simple casilla de verificación y un tipo de “no sé” por inercia. La obediencia ciega es un comienzo, como lo fue para Adán y Eva. Sin embargo, nuestra fe ahora informada nos prepara—nos exige—para decidir si pasaremos al siguiente camino, con los ojos y los corazones bien abiertos para su comprensión.

 

Dicho espacio está completamente fuera de la zona de confort de nuestro hombre natural. Sin embargo, nuestra confianza en las promesas del Consolador—Su paz, Su gozo indescriptible– hace posible el camino. Además, confiamos en que al otro lado de este camino, este conocido Rocky Ridge, miraremos hacia atrás y aceptaremos que fue un privilegio pagar el precio del camino.

 

Durante los primeros años de su vida, nuestro amigo misionero retornado Zacarías comenzó su propio ascenso hacia este camino sagrado, en el que nuestro descenso a las profundidades de nuestra alma también es nuestro ascenso a la santidad del cielo. En los últimos años de su vida, el Presidente James E. Faust nos dio una idea de su experiencia con este ascenso sagrado:

 

“En los Getsemaníes de la vida que todos tenemos, y con frecuencia en mi llamamiento actual, me he arrodillado con un espíritu de humildad en el único lugar al que podría recurrir por ayuda. A menudo fui en agonía de espíritu, le supliqué a Dios fervientemente que me sostuviera en la obra que he llegado a valorar más que a la vida misma. En ocasiones, sentí la terrible soledad de las heridas del corazón, la dulce agonía, los golpes de Satanás, y el consuelo cálido y envolvente del Espíritu del Maestro.

 

“También he sentido la abrumadora carga de las dudas personales en cuanto a mi incapacidad e indignidad, el momentáneo sentimiento de estar desamparado para ser luego fortalecido más de lo que esperaba.

He ascendido a un monte Sinaí espiritual docenas de veces en busca de comunicación y de instrucciones. Ha sido como si ascendiera a un casi verdadero monte de la Transfiguración y, en ocasiones, he sentido gran fortaleza y poder en la presencia de Dios. Este sentimiento sagrado y especial ha sido una influencia sustentadora y, a menudo, un compañero íntimo”.114

 

Cuando me he encontrado en lo más profundo de la lucha por ascender a mis propios Sinaís, cuando el aire es suave y frío, y se gasta mi energía, he sentido Su fortaleza—no siempre, pero lo suficiente.

 

Cuando nuestra familia estaba alrededor del pequeño ataúd de nuestro nieto en el cementerio, sentí Su consuelo con tanta seguridad que mi creencia en la Resurrección se convirtió en el conocimiento espiritual de que algún día volveríamos a estar con Devin.

 

Cuando estaba en el primer año de la universidad, me arrodillé arrepentido al lado de mi cama después de haber hecho algunas indiscreciones, le pedí que se limpiara mi vaso interior, sentí que Su perdón me tranquilizaba.

 

Mientras escribía en la pizarra y enseñaba a las hermanas de la Sociedad de Socorro en mi barrio de estudiantes, sentí Su confirmación, en ese instante, en que las palabras que salían de mi boca no eran mías sino Suyas.

 

Cuando nuestra nieta mayor se arrodilló en el altar del templo con su compañero elegido, sentí los destellos del gozo eterno que Él promete: si esa joven pareja enamorada trabajara, perdonara, jugara y descansara con Él en su relación, su sellamiento sería hermoso más allá del tiempo.

 

En esos momentos en que mi corazón se ha abierto con ternura hacia Él, han habido oportunidades en las que Él me ha permitido sentir Sus lágrimas caer con las mías. En esos momentos mi fe fluye y me asegura que con Él, gracias a Él, nuestros desiertos se pueden convertir en jardines.

Notas
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